Decimoséptimo Domingo después de Pentecostés

Una confusión de roles con pésimas consecuencias

Vineyard
"Vineyard." Image by Jenny Downing via Flickr licensed under CC BY 2.0.

October 5, 2014

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Comentario del San Mateo 21:33-46



Una confusión de roles con pésimas consecuencias

Nuestro texto corresponde a la segunda parábola que Jesús dirige a un grupo de dirigentes político-religiosos del pueblo de Israel. En efecto, sus interlocutores todavía son los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo (21:23). Tenemos que recordar, entonces, que las preguntas que, según la narrativa mateana, desencadenan esta contundente respuesta de Jesús son “¿Con qué autoridad haces estas cosas?” y “¿Quién te dio esta autoridad?” (21:23). El lugar geográfico es, todavía, Jerusalén, y debemos suponer, a falta de otro dato, que todo se desarrolló en el templo.

“Oíd otra parábola” (21:33) es un buen indicador que señala el inicio de una nueva pieza de argumento en la respuesta de Jesús a los líderes político-religiosos del pueblo. Pero a pesar de tratarse de “otra” parábola, es por la misma razón una pieza complementaria de la anterior.

Una vez más Jesús utiliza una parábola que trata sobre el propietario de una viña. Ya lo había hecho en 20:1-16, pero, en el presente caso, parecería que estamos frente a una relectura libre del canto de la viña de Is 5:1-7, con lo cual la referencia a Israel como la viña plantada por Dios resulta mucho más explícita. De cualquier manera, estas imágenes veterotestamentarias debieron estar muy presentes en los primeros lectores de este texto.

El propietario de la viña, llegado el tiempo, reclama lo que el texto interpreta como su legítimo derecho (v. 34), pero los labradores se niegan a reconocer los derechos del propietario, y cuando éste envía a sus legítimos representantes, incluido su propio hijo, aquellos los maltratan (v. 35) y los matan (vv. 35, 39). Los labradores no reconocen la autoridad del dueño, y, obviamente, tampoco reconocen la autoridad de los legítimos representantes del mismo.

Ante la pregunta de Jesús: “¿Qué hará a aquellos labradores?” (v. 40), sus interlocutores emiten un juicio perfectamente aplicable a ellos mismos por su actitud frente a Jesús. Ellos dicen que el propietario destruirá a los malos sin misericordia, y arrendará la viña a otros labradores. Los conocedores del Antiguo Testamento recordarían aquí la metodología del profeta Natán cuando encaró a David sobre la situación con Betsabé y Urías (2 Sam 12:1ss). También en la parábola de Jesús el juicio emitido por el culpable viene a ser su propia condena: “el reino de Dios será quitado de vosotros y será dado a gente que produzca los frutos de él” (v. 43).

Las imágenes de la piedra de tropiezo y la piedra que despedaza (vv. 42, 44) también han sido tomadas de las escrituras hebreas (Is 8:14; Dn 2:34-44). Para el cristianismo temprano, Cristo vino a ser esa “piedra de tropiezo y roca de caída” (Ro 9:33; 1 P 2:7ss). Jesús mismo ha venido a ser la piedra que pulveriza los reinos de la tierra.1

Los interlocutores de Jesús, que ahora son descriptos como “los principales sacerdotes y los fariseos” (v. 45), entendieron que hablaba de ellos, pero, en lugar de arrepentirse, buscaron cómo apresar a Jesús, y sólo el temor al pueblo les impidió hacerlo (vv. 45-46). Y claro que Jesús hablaba de ellos: los viñadores son los dirigentes de Israel, hostiles a Jesús, que sienten tambalear su autoridad con la llegada de los representantes del propietario o de su legítimo heredero.

Consideraciones homiléticas

Una de las posibilidades para la predicación a partir de este texto es reflexionar sobre el respeto por lo que pertenece a Dios. Esto tiene dos focos que pueden ser abordados, a saber, el de la iglesia como heredad de Dios, y el de la creación como heredad de Dios.

Si nos enfocamos en la iglesia como heredad de Dios, habría que discutir la actitud de cierto liderazgo de la iglesia que se hace cada vez más común en nuestros días. Se trata de una suerte de expropiación de la iglesia desde las manos del propietario legítimo, para venir a convertirse en el negocio particular de creyentes que siempre debieron entender que la iglesia sigue siendo del Señor, por muy cierto que sea que los líderes somos llamados a administrarla.

Si nos enfocamos en la creación como heredad de Dios, debemos recordar que un día se nos pedirá cuenta de la buena o mala administración de la misma. Es importante considerar que, si bien es cierto que los seres humanos recibimos el encargo de ejercer la mayordomía de esta “viña ampliada” del Señor, el Señor nunca ha renunciado a su legítimo dominio sobre la misma.


 Nota:

 1 Ulrich Luz, El Evangelio Según San Mateo. Mt 18-25, vol. III (Salamanca, España: Sígueme, 2003), 301.