Undécimo domingo después de Pentecostés

Para este domingo, los vv. 10-20 son opcionales.

The Canaanite Woman asks for healing for her daughter
Bazzi Rahib, Ilyas Basim Khuri. The Canaanite Woman asks for healing for her daughter, from Art in the Christian Tradition, a project of the Vanderbilt Divinity Library, Nashville, Tenn. Original source: Wikimedia.

August 16, 2020

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Comentario del San Mateo 15:21-28



Para este domingo, los vv. 10-20 son opcionales.

En ellos Jesús se ve acusado por romper algunas tradiciones concernientes a los rituales de pureza. Él alega que lo importante es la actitud que sale del corazón (y boca) del ser humano. Pero tras este altercado, se marcha con sus discípulos a Tiro y Sidón. Se trata de una región ajena al territorio judío, donde la sociedad respondía a un marco religioso distinto.

Ocasionalmente Jesús tiene periodos de aislamiento en los que busca un lugar desierto para estar a solas en oración. Esta vez también se retira de la sociedad judía, pero acompañado de los discípulos. No sabemos si lo hace para descansar de su ministerio (por el altercado anterior) o para ejercerlo en un contexto pagano tras los rechazos que tiene en su tierra (esto último más bien surge de manera casual).

Si se trata de un retiro para descansar de las controversias con sus oponentes o para hacerlo de su popularidad (que en Mt 4:23-25 ya se había extendido en Galilea, Siria, Decápolis, Judea y del otro lado del Jordán), este descanso se ve alterado por una mujer cananea (no perteneciente al “pueblo escogido”) que insiste en que le brinde ayuda a su hija endemoniada. Vamos a centrarnos en los aspectos más jugosos para nuestro quehacer homilético.

Es interesante encontrar a Jesús fuera de las fronteras de su nación, pues su ministerio se dirigía a “las ovejas perdidas de la casa de Israel” (v. 24). Un enfoque del texto afrontaría el desafío de una iglesia que sale fuera de su marco habitual de actuación, entendiendo que el mundo entero es terreno de misión (cf. Is 49:6.8 y las expectativas anunciadas en Gn 12:3 o 22:18).

No es fortuito que esta perícopa (que ya aparece en Marcos) fuese del interés de la comunidad mateana que confecciona este evangelio, porque la cuestión de la inclusión de los gentiles era una preocupación latente. Aquí vemos a Jesús dialogando con la cananea desde una –aparentemente– fría y brusca posición nacionalista (cf. vv. 24.26), aunque aparece sorprendido y receptivo a su fe (v. 28).

Así como la comunidad mateana quiso dar respuesta a la inclusión de los gentiles, seguramente con dificultad y oposición en sus propias filas, la Iglesia de hoy debe seguir articulando la receptividad de todo ser humano, en base a que Dios no hace acepción de personas (Hch 10:34) y a que en Cristo todos/as somos iguales (Gál 3:28). Este puede ser el marco principal para la predicación del texto.

La mujer cananea acude a Jesús reconociendo su mesiazgo (le llama “Hijo de David” y “Señor” en el v. 22). Mientras que los judíos no siempre son receptivos a Jesús e incluso ciertos grupos le rechazan con contundencia, una persona extranjera ¡y además mujer!1 le reconoce como tal en público (esto contrasta con los vv. 1-9, donde unos escribas y fariseos, ¡autoridades religiosas de su propia tierra!, han mostrado una actitud hostil contra él y sus discípulos). ¡Cómo nos cuesta comprender que también hay mucho pueblo de Dios (y personas receptivas a Jesús) fuera de los límites y fronteras de nuestras iglesias! ¿Qué hacemos nosotros/as con estas personas? ¿Somos facilitadores/as y receptivos/as, o en nombre de la religión marcamos distancia y rechazo?

Podemos poner excusas como: “esta mujer solo se acerca a Jesús por el interés, porque le conviene para la sanación de su hija”. Es cierto que muchos contemplan meramente un fin utilitarista de la fe en su beneficio propio y en el de su familia, pero no nos toca a los/as creyentes evaluar las razones o necesidades que empujan a otros a encontrarse con Jesús.  

En su desesperación, esta madre acude a Jesús reconociendo que en él su hija puede encontrar restauración del mal que la atormenta. Esto en sí mismo es toda una confesión de fe. No solo reconoce a Jesús con el título mesiánico de “hijo de David”, sino que además declara que tiene capacidad para salvar a su hija.

En principio, Jesús no atiende la petición de la mujer, pero tampoco hace caso directamente a los discípulos, quienes le ruegan que la despache pronto para que dejase de molestarles (v. 23). Inevitablemente la iglesia puede reflejarse en ellos. Somos muy dados a rechazar a las personas que nos resultan incómodas o molestas. Podemos ser un estorbo para que otros se acerquen a Jesús y podemos caer en formas funcionales de religiosidad: atender impersonalmente a otros sin intimar con ellos, sin ser para ellos sus prójimos. Incluso hay formas muy frías de hacer obra social.

En cuanto a la actitud de Jesús hacia ella, se han presentado muchas conjeturas al respecto que excusan su manifiesta brusquedad. Personalmente me inclino a pensar que Jesús escenifica las actitudes que se vivían en el Sitz im Leben de la comunidad mateana (más desarrollado aquí que en Marcos), y deja aflorar la fe y la perseverancia de la cananea, haciéndola contrastar con la incredulidad de los judíos (incluso con la fe de Pedro que en 14:30 es insuficiente).

Desde la narrativa, Jesús mismo es sorprendido y convencido del valor de la fe de la extranjera y restaura a su hija. Es como si el convencimiento de Jesús sirviese aquí de antecedente para que los judeocristianos más testarudos abandonasen sus excusas y se abriesen a la aceptación de los gentiles.

Orientaciones

Toca estar abiertos/as a encontrar fuera de nuestras comunidades (e incluso en personas que forman parte de contextos étnicos, religiosos o sociales distintos) una fe incluso más grande que la nuestra.

No podemos acotar nuestra compasión solo a los límites de nuestras iglesias y sociedad. Ni marcar distancia con quienes solicitan ayuda.

Jesús salió fuera de su nación. Salgamos fuera de nuestras áreas de confort para expandir su reino.

Aun cuando, por algún motivo, nos reconozcamos fuera de su pueblo (no pertenezcamos a ninguna comunidad cristiana, pensemos que tenemos algunas ideas heréticas, no frecuentemos mucho la iglesia o  nos sintamos indignos pecadores), Dios no hace oídos sordos ante nuestra necesidad. Las paredes de una iglesia no determinan al pueblo de Dios.


Nota:

1. Detalle interesante para el contexto de la época, especialmente si tenemos en cuenta que el talmud de Babilonia (aunque más tardío) expresa que es vergonzoso que un rabí hable en público con mujeres.