Duodécimo domingo después de Pentecostés

El poder de las palabras

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"via Unsplash," by Patrick McManaman; licensed under CC0.

August 20, 2023

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Comentario del San Mateo 15:21-28



El episodio del Evangelio según San Mateo que nos presenta el leccionario para este domingo se encuentra también en el Evangelio según San Marcos (Mc 7:24-30). De hecho, en la sección que hemos estado leyendo y meditando durante los dos últimos domingos, Mateo sigue bastante fielmente el orden de los eventos narrados por su predecesor. A partir del relato de la ejecución de Juan Bautista (Mt 14:3-12; Mc 6:17-29), ambos evangelistas presentan los siguientes episodios:

  • la multitud saciada en el desierto (Mt 14:13-21; Mc 6:30-44),
  • Jesús caminando sobre las aguas (Mt 14:22-33; Mc 6:45-52),
  • sanaciones en Genesaret (Mt 14:34-36; Mc 6:53-56) y
  • discusiones con los fariseos y escribas de Jerusalén (Mt 15:1-20; Mc 7:1-23)

Por una parte, la semejanza de estas dos intrigas (plots) permite percibir cómo las historias fluctúan del desierto en presencia de multitudes, a la soledad de la barca llena de discípulos, a discusiones legales con aquellos que cuestionan el comportamiento de Jesús. Por otra parte, el tratamiento específico de cada evangelista muestra los aspectos de la historia que cada uno desea subrayar. Por ejemplo, en el relato que nos ocupa hoy, Marcos ni siquiera menciona la presencia de los discípulos, lo cual es importante para Mateo en esta sección de su Evangelio que relata cómo Jesús prepara a sus seguidores para el ministerio.¹ Según Marcos, el encuentro de Jesús con la mujer ocurre en una casa en Tiro, en un momento en que él trataba de pasar de incógnito (Mc 7:24). La escena, que tiene un toque de intimidad, reproduce solamente el diálogo entre Jesús y la mujer (Mc 7:27-29), mientras que en el relato de Mateo la mujer grita a toda voz, claramente en presencia de los discípulos y probablemente, de otras personas: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio.” (v. 22).  

Jesús no le respondió palabra

Los títulos mesiánicos con que la mujer cananea se dirige a Jesús, “Señor” e “Hijo de David,” muestran que, para ella, Jesús no es simplemente un taumaturgo itinerante. En otras palabras, lo que la trae a él no es solamente la esperanza de un milagro, sino la fe en su persona. Cabe preguntarse cómo llegó ella, una mujer pagana, a conocer la identidad de Jesús y a creer en él.² El texto no lo dice, pero todo esto contrasta con el episodio precedente, que presenta la actitud contraria de los guías de Israel. 

A los fariseos y escribas de Jerusalén (Mt 15:1), más preocupados por proteger la pureza de sus tradiciones que por cumplir los mandamientos, les aplica Jesús las duras palabras del profeta Isaías: “Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí” (Is 29:13, LXX) y los califica de “ciegos guías de ciegos” (v. 14). Es interesante notar que dos hombres ciegos habían venido previamente a Jesús con una súplica similar a la de la mujer: “¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David!” (Mt 9:27). Aquellos que deberían ver no ven, pero aquellos que no ven imploran misericordia. En este caso, sin embargo, Jesús parece rechazar de plano la súplica de la mujer, pues a pesar de su clamor en público, él “no le respondió palabra” (v. 23).

¡Señor, socórreme!

Los discípulos tratan de inducir una respuesta de parte de Jesús de la misma manera que lo habían hecho en el episodio de la multitud saciada en el desierto (Mt 14:15),³ pues creían necesario despedir a la mujer que continuaba gritando su súplica a voces. Jesús interviene en lo que parece ser un rechazo tácito. De hecho, esta no es la primera vez que limita su misión y la de sus seguidores a las “ovejas perdidas de la casa de Israel” (v. 24; Mt 10:6). 

La escena trae a la memoria la sanación del siervo del centurión de Capernaúm (Mt 8:5-13), pues en aquella ocasión Jesús había escuchado la súplica proveniente de un hombre no judío sin oponer obstáculo alguno. Cabe preguntarse entonces por qué redobla aquí su rechazo cuando la mujer vuelve a suplicarle, esta vez postrada ante él: “¡Señor, socórreme!” (v. 25).

La parábola de los cachorros y de los niños, a pesar de contener diminutivos que suavizan de alguna manera un lenguaje de tono despectivo, no deja de subrayar el hecho de que esta mujer y su hija no tienen un lugar en la mesa. Contrariamente a los discípulos y a las multitudes, que no entienden o necesitan la explicación de las parábolas, la mujer comprende y responde a su vez en parábolas, encontrando así su lugar y el de su hija: “Sí, Señor; pero aun los perros [o mejor, los cachorros] comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.” (v. 27).4 Es la cuarta vez que la mujer menciona el sustantivo “Señor” (en este caso, señores o amos), lo cual no parece ser una coincidencia. La respuesta de Jesús no se hace esperar. Como en el caso del centurión de Capernaúm, la mujer pagana es alabada por su gran fe y el milagro se realiza al mismo tiempo.  

La mies es mucha (Mt 9:37)

Podríamos pensar en el impacto que una experiencia como esta tuvo en los discípulos. Muy probablemente no habrían podido imaginar el final de la historia cuando le pedían a Jesús que simplemente despidiera a la mujer. Pero, ¿habrán comprendido al menos el poder de las palabras, del diálogo, de la escucha atenta? ¿Habrán reconocido su propia necesidad de implorar misericordia, contrariamente a los guías ciegos venidos de Jerusalén? ¿Habrán entendido acaso el valor de la fe, el regalo que es poder “ver” la verdadera identidad de Jesús, Señor, Hijo de David, que es dado a veces a quienes menos se espera que lo reciban? 

Ciertamente este pasaje del Evangelio según San Mateo invita a desprogramarse y a abrir los ojos a lo que Dios está haciendo más allá de los límites que creemos establecidos, sin olvidar que el tiempo de Dios (kairos) difiere del nuestro. Quizás los discípulos lo comprendieron ese día, luego de ser testigos de la manera como la mujer cananea tuvo que invertirse a fondo en su encuentro con Jesús. Él tomó su tiempo, como lo hizo cuando vino a ellos caminando sobre las aguas en medio de la noche. Quizás también comenzaron a comprender lo que había dicho Jesús, que “la mies es mucha” (Mt 9:37) o como lo reporta San Juan después del encuentro con la mujer samaritana: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega.” (Jn 4:35) 


Notas:

  1. Véase la nota 1 del comentario del Domingo 13 de agosto de 2023.
  2. Nótese que, a diferencia de Marcos, Mateo subraya la identidad cananea de la mujer. Esta antigua apelación distinguía a los paganos de los hijos de Israel. Marcos usa un término más contemporáneo (sirofenicia, Mc 7:26), que no tiene la misma connotación histórica. 
  3. El verbo utilizado en los dos casos en el original griego y que la versión Reina Valera 1995 traduce como “despedir” es el mismo: apolyson.
  4. Véase en más detalle la explicación de la parábola de Mc 7:24-37 en mi comentario del Domingo 9 de septiembre de 2018.