Decimosexto domingo después de Pentecostés

Cuando Jesús deslegitima el orden moral de nuestras sociedades

Moses Striking the Rock
He, Qi. Moses Striking the Rock, from Art in the Christian Tradition, a project of the Vanderbilt Divinity Library, Nashville, Tenn. Original source: heqigallery.com.

September 28, 2014

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Comentario del San Mateo 21:23-32



Cuando Jesús deslegitima el orden moral de nuestras sociedades

Jesús ha llegado a Jerusalén y es recibido con vítores (Mt 21:1ss). Pero al entrar al templo (21:12) se encontró con una escena que provoca toda su indignación, situación que desembocó en la expulsión de los comerciantes que ejercían su oficio en las dependencias del mismo. Allí también tuvo un encuentro con los maestros de la ley, los cuales cuestionaron el hecho de que Jesús se haya dejado vitorear por los niños que, habiendo visto sus maravillosas obras, gritaban a voz en cuello “¡Hosanna al Hijo de David!” (21:15). Finalizando ese día, salió de la ciudad para pasar la noche en Betania (21:17).

El nuevo día fue escenario tempranero de un acto maravilloso del Señor. De camino a Jerusalén, Jesús maldijo una higuera que no tenía fruto. Sus discípulos, al ver que ésta se secaba ante la maldición de Jesús, se asombraron y preguntaron cómo había sucedido semejante cosa. Jesús, por su parte, atribuyó todo a la fe, y señaló que también ellos recibirían todo en oración si, sencillamente, lo pidiesen (21:18-22)

Finalmente Jesús llega al templo y comienza a enseñar. Este acto de Jesús levanta la reacción de los líderes del pueblo. Esta vez son “los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo” (21:23) quienes sienten que Jesús invade su territorio, y se acercan a preguntar por la autoridad con la que Jesús actuaba. “¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te dio esta autoridad?” (21:23). Estas son las preguntas que desencadenan la respuesta de Jesús. Con esto ya estamos en la escena que hoy concita nuestro interés.

Decíamos que los interlocutores de Jesús son, esta vez, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo. Los principales sacerdotes son representantes de las familias sacerdotales, y los ancianos representan a la aristocracia de Jerusalén.1 De alguna forma, la descripción de los interlocutores ilustra la combinación de adversarios que tiene Jesús. Representan el poder político y religioso de Jerusalén y, por ende, ellos sí tienen la autoridad sobre el templo, espacio del que Jesús se había apoderado, y la autoridad para enseñar, oficio que Jesús estaba monopolizando. No obstante, el hecho de que Jesús respondiera a su pregunta con otra pregunta (v. 25) parece mostrar que no les reconoce la autoridad que ellos reclaman para sí.

Los interlocutores se sienten atrapados por la pregunta de Jesús. Si responden una cosa harán mal y si responden otra harán peor. Jesús los desencaja; no pueden responder sin desenmascararse. Diríamos, en un lenguaje un poco “derrideano,”2 que el discurso de los interlocutores de Jesús llevaba el germen de su propia deconstrucción, y Jesús supo encontrarlo. La respuesta de ellos es calculada, no para expresar la verdad, sino para sacar el mejor rédito posible. Después de todo, es mejor aparecer como ignorante que como desobediente a Dios (vv. 25-26). Jesús también rehúsa responder directamente a su pregunta (v. 27), pero se empeña en mostrar el error que ellos han cometido al rechazar la autoridad de Juan el Bautista (vv. 28-32).

Será nuevamente una parábola lo que le servirá a Jesús para mostrar el error de estos líderes político-religiosos. Para Jesús la persona que hace lo correcto no es la que dice lo correcto, sino la que termina por obedecer al enviado de Dios. La primacía del hacer por sobre el decir es un principio importante en el mundo rabínico.3 Jesús señalará que esto no se cumple en el caso de los principales sacerdotes ni en el de los ancianos del pueblo, porque ellos no le creyeron a Juan el Bautista, el enviado de Dios (v. 32). Muy por el contrario, Jesús sanciona como hacedores del bien a recaudadores de impuestos y prostitutas, porque ellos sí aceptaron a Juan como enviado de Dios (v. 32).

Con esto, Jesús hace explotar la escala valórica aceptada en la época. Los recaudadores de impuestos y las prostitutas eran grupos de “ínfima categoría en el sistema de valores religiosos y éticos,”4 por lo cual no deja de ser rupturista en grado sumo una declaración como la de Jesús, según la cual “los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios” (v. 31).

La parábola finaliza con una última recriminación de Jesús. El pecado de los líderes políticos y religiosos del pueblo es aún mayor, porque habiendo visto la actitud de los recaudadores de impuestos y de las prostitutas respecto de Juan el Bautista, no se arrepintieron para aceptar la autoridad del Bautista. Con esto, la inversión es total, porque recaudadores de impuestos y prostitutas terminan siendo presentados como modelo a los líderes religiosos y políticos del pueblo.

Consideraciones homiléticas

Quisiéramos proponer como posibilidad para la predicación lo problemático que resulta establecer que la moralidad de la época sea el referente para determinar quién permanece o no en la voluntad de Dios. Nuestras sociedades han construido edificios de moralidad que han establecido lo bueno y lo malo tanto en los ámbitos religiosos como políticos. Lo que este texto nos propone es que tales construcciones morales son perjudiciales cuando impiden que se reconozca a quién Dios envía. En tal caso, pudiera ser que la voluntad de Dios esté siendo hecha (no solo dicha) por quienes se han quedado fuera, hace mucho tiempo, de tales construcciones morales.


Notas:

1 Ulrich Luz, El Evangelio Según San Mateo. Mt 18-25, vol. III (Salamanca, España: Sígueme, 2003), 278.

2 Jacques Derrida (1930-2004), filósofo francés nacido en Argelia que desarrolló un pensamiento que vino a ser ampliamente conocido como “pensamiento deconstructivo.” Es virtualmente imposible de resumir, pero podría sintetizarse señalando que una de sus más fuertes consignas es que ningún discurso filosófico tiene la solidez que pretende tener.

3 Ulrich Luz, Op. Cit., 277.

4 Ibid., 281.