Octavo Domingo después de Pentecostés

La perícopa de este domingo utiliza el tema de la tempestad y las aguas para ilustrar la condición del discípulo, dividido entre el terror, la duda y la incertidumbre por un lado, y la fe y la confianza por el otro.

August 7, 2011

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Comentario del San Mateo 14:22-33



La perícopa de este domingo utiliza el tema de la tempestad y las aguas para ilustrar la condición del discípulo, dividido entre el terror, la duda y la incertidumbre por un lado, y la fe y la confianza por el otro.

En efecto, la escena de Jesús y Pedro caminando por las aguas del lago Genezaret posee una continuidad con los temas precedentes en el evangelio de Mateo. Si en el relato de la acogida y alimentación de la muchedumbre los discípulos aparecen desvalidos ante la gente desamparada, ante la interpelación de la necesidad inmediata del gentío,  ahora lo mismo ocurre frente a la ventisca y las olas del mar, la fuerza de los ‘elementos’ de la naturaleza. En ambos casos es Jesús, con autoridad tanto sobre los elementos como los discípulos, quien arrima el consuelo y la confianza.

El relato se estructura en tres partes. La primera (vv.22-23) sitúa a los discípulos separados de la gente, obligados por Jesús a subir a una barca y a esperarlo en la otra orilla del lago. Esto prepara la secuencia de hechos que se avecinan, y ponen de relieve la diferencia existente entre Jesús y sus discípulos: es Jesús quien debe despedir a la gente, y es Jesús quien obliga a los discípulos a alejarse a fin de que él pueda retirarse al monte para orar.

La segunda parte (vv.24-27) constituye el cuerpo de la narración, adquiriendo visos de gran dramatismo. La barca estaba distante de tierra firme, de la seguridad que otorgaba la cercanía tanto de la orilla como de Jesús. Se encuentra ‘zarandeada’ por las olas, a merced de vientos ‘contrarios’. Aunque el pasaje se halla en continuidad con el relato en el capítulo 8 de Mateo sobre la tempestad calmada (vv.23-27), este no es simplemente un relato sobre un milagro sobre la naturaleza. No es la furia de la tempestad el tema central, sino la débil confianza de los discípulos y la voz apaciguadora de Jesús. Por supuesto los símbolos utilizados hacen una fuerte referencia a la naturaleza; el agua y sus olas remiten al caos y la inestabilidad, es tanto una superficie transitable como también impredecible. Cabe notar que las aguas son vívidos símbolos del inconsciente, el cual es tanto fuente de creatividad como también de amenaza y acecho. El viento, que en el Antiguo Testamento remite a la presencia o ‘paso’ de Dios, es un hálito de vida como también portadora potencial de la muerte. Y a estos símbolos se añade el de la barca, primitivo referente de la comunidad cristiana, la iglesia. En su conjunto constituyen el tapiz de la situación de la iglesia primitiva: la ‘lejanía’ de Jesús, seguidores inmersos en la duda, la confianza que parece resquebrajarse, el peligroso ‘zarandeo’ de los vientos de la historia. Esto representa también la situación que en toda época la comunidad enfrenta.

La tercera parte (vv. 28-33), una elaboración del evangelio de Mateo respecto a la versión presente en Marcos, ubica el diálogo entre Jesús y Pedro, y la ‘zozobra’ de su fe. De modo alguno es esto una referencia a la ‘primacía’ de Pedro; más bien, Pedro aparece como el carácter representativo de los discípulos quienes quieren creer, se animan a caminar dubitativamente, comienzan a zozobrar, mas es siempre la mano y la palabra de Jesús lo que salva la situación. Al momento en que Pedro — ¿después de un entusiasmo inicial? — comienza a hundirse por el miedo y grita “Sálvame Señor” (v. 30), ahí Jesús tiende su mano salvadora. La duda de Pedro es que prestó más atención al viento que arrecía a su entorno que a la voz de Jesús. Todo este evento culmina con la “proskynesis” de los discípulos en la barca, el reconocimiento y la confesión de que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios –no por su poder sobre la naturaleza, sino porque es quien ‘salva’.  

Sugerencias para la predicación
Entre los magos mediáticos no hay prueba mayor que caminar sobre las aguas. El otro día vi un programa de televisión donde explicaban los ‘trucos’ utilizados por los magos para tal proeza. Por supuesto, todos sabemos que los magos juegan con la ilusión óptica y la manera cómo funciona nuestro cerebro –cómo se procesa la información que nos llega. Nos sorprendemos cuando las leyes que gobiernan el mundo material parecen momentáneamente suspendidas. La magia es una manera de jugar con nuestra limitación e imaginación humana. Nada por aquí, nada por allá, ¡voilá! Quedamos maravillados y atónitos. Sabemos que es un truco, que de alguna manera estamos siendo engañados, pero ese momento de asombro, de lo ‘maravilloso’ nos atrae una y otra vez.

Muchos buscamos en los relatos bíblicos al Jesús ‘mago’, el que se parece a Uri Geller o David Copperfield. Nos encanta el espectáculo, los vientos y la tormenta con la barca zarandeada. Inclusive nos podríamos imaginar cómo quedaría en una superproducción de Hollywood. Ni que hablar de Jesús caminando por las aguas, algo realmente fantástico. Pero un Jesús ‘showman’ no es un Jesús que pueda salvar, sino sólo entretener. Y cuando nuestra mirada se centra en lo portentoso, el mensaje del evangelio se pierde, zozobrando al igual que Pedro en las aguas –no de la duda, sino de la banalidad.

Preguntémonos sinceramente, ¿qué diferencia hace que Jesús camine o no sobre las aguas? Depende. Si se lo toma literalmente, Jesús no sería muy diferente a muchos milagreros y personajes semejantes de su época. Es más, cabría la pregunta de si Jesús no conocía ya alguno de los trucos que vemos hoy por televisión. Nos entretienen, pero no nos salvan. Pero las aguas sobre las que ‘camina’ Jesús no son sólo las del mar de Galilea, sino las aguas de nuestras propias dudas que amenazan con engullirnos. Jesús nos salva no de las tormentas externas, sino del abismo que se abre dentro de nosotros.

Por ello Jesús reprende a Pedro no por su incapacidad para desafiar los elementos y la fuerza de gravedad, no porque no haya probado que puede ser un tan buen mago como él, sino por su falta de confianza, por su duda en la persona de Jesús. Si la confianza es lo que indica donde está puesto nuestro ‘corazón’, entonces el corazón de Pedro estaba en otro lado: más preocupado por el ‘show’ que acontecía a su alrededor (la violencia del viento), que en la promesa de las palabras de Jesús: “Animo, soy yo, no teman…”

La confianza y la fe hacen a Dios y al demonio. Mas en la mayoría de los casos el demonio no es más que la falsa confianza en las fuerzas que creemos poseer, mas en realidad nos poseen. La distancia entre nosotros y esas fuerzas se desvanecen, nos inflamos. Estamos a su merced. Pero la fe en Dios sólo surge en los intersticios de las tempestades de la vida, cuando en medio de la zozobra una palabra de vida se dirige a nosotros y una mano se tiende hacia las nuestras. En ese punto es cuando Dios se hace presente, deja de ser un espectro lejano en nuestras vidas para pasar a ser el Señor de nuestras tormentas. Ningún poder nos podrá atormentar, ningún traspié nos podrá ahogar.