Segundo Domingo de Navidad

Tres rutas igualmente importantes y complementarias

Bang
"Bang," Richard R. Caemmerer.  Used by permission from the artist. Image © by Richard R. Caemmerer.  Artwork held in the Luther Seminary Fine Arts Collection, St. Paul, Minn.

January 3, 2021

View Bible Text

Comentario del San Juan 1:(1-9), 10-18



Juan 1:10-18 constituye la segunda parte del prólogo del evangelio de Juan, que no es como los otros tres. Juan presenta una alta cristología, es decir, una idea de la naturaleza de Jesucristo que presta más atención a su divinidad que a su humanidad. Muchos eruditos en interpretación bíblica coinciden en que el prólogo de Juan (1:1-18) trata sobre la encarnación. Mientras que los primeros nueve versículos establecen la preexistencia del logos divino, usualmente traducido como el “Verbo,” los versículos que el leccionario común revisado ha escogido para este segundo domingo de navidad tratan acerca de la existencia de ese logos divino en el cuerpo carnal de Jesucristo. La encarnación, siendo una de las declaraciones teológicas más distintivas del cristianismo, puede interpretarse de varias maneras y con implicaciones diferentes cuando examinamos detenidamente este pasaje. Tenemos la oportunidad de exhortar a: (1) detenernos a contemplar y creer por fe la paradoja de la coexistencia de la naturaleza divina y la carne humana, (2) ir hacia abajo o (3) hacia arriba en la escalera social.

Es frecuente interpretar este pasaje como el misterio de la encarnación que hay que creer por fe. Según el análisis de David Rensberger, la afirmación de que Jesucristo no solamente es maestro y redentor sino también la Sabiduría Divina que estaba en el principio de la creación y por quien todas las cosas fueron hechas, es una afirmación cósmica. Es una declaración de la naturaleza divina de Jesús, un misterio que solamente se puede explicar mediante símbolos y metáforas. En lugar de reconciliar aseveraciones opuestas de coexistencia divina-humana y de la identidad de Jesús como el Cristo y como Dios, el prólogo de Juan parece invitar a vivir en la paradoja, a permanecer en el misterio.1

Esta fe en la paradoja que no necesariamente busca entender puede también tener implicaciones para la transformación social. Luego de tantos siglos de primacía del cristianismo en los Estados Unidos de América, puede que se nos escape la radicalidad de la encarnación. Rensberger trae este dato a nuestra atención cuando resalta que en el dualismo que presupone Juan 1 es revolucionario decir que el Verbo se hizo carne. Rensberger explica que, en la antigüedad, el espíritu y el intelecto se asociaban con hombres libres de la clase gobernante, mientras que la materia y la carne se asociaban con las clases bajas, las personas esclavizadas y las mujeres. Por lo tanto, concluye Rensberger, afirmar la existencia de la gloria del logos eterno en la carne de Jesucristo era rechazar la jerarquía existente.2 Todavía hoy día, el cristianismo occidental mayormente enseña que es deseable la vida espiritual y alerta contra los peligros de la carne, olvidando que dicha dualidad debió abolirse en la encarnación según la presenta Juan 1.

Las implicaciones de la encarnación como fundamento teológico para hacer un argumento en favor de la transformación social pueden ir en dos direcciones. Por un lado, dependiendo de nuestra localización social e ideológica, podríamos ir hacia abajo e identificarnos con el Dios que al encarnarse desciende de su trono de gloria para tomar forma de hombre y, en su imitación, como personas cristianas, allegarnos a quienes consideremos nuestros/as hermanos/as más pequeños/as (Mateo 25). Por el otro lado, también podríamos aferrarnos a la alta cristología juanina, que adjudica divinidad a Jesús, para hacer una exhortación a subir peldaños de la escalera social. Según el evangelio de Juan, Jesús no era simplemente un paisano pobre de Galilea, sino un maestro, más aún, el Mesías, más aún, Dios, quien existía antes de la creación y quien creó todo lo que existe.

La interpretación según la cual podríamos ir hacia arriba en la escalera social tiene mucho sentido cuando consideramos que la comunidad juanina era una comunidad cristiana de raíces judías que se sentía excluida, al menos de la sinagoga, por sus creencias sobre Jesús (Juan 9:22; 12:42; 16:2). Si la comunidad juanina se sentía rechazada y despreciada por sus creencias, es razonable que su teología, según se expresa en este capítulo 1 de Juan, les subiera la moral, el valor y dignidad como creyentes en Jesús como el Cristo, y que apelaran al poder superior, al Consolador, como la presencia de Jesucristo en medio de su comunidad. A través de la historia, muchas comunidades marginalizadas han apelado al poder del Espíritu Santo para aseverar su valor y su llamamiento. Un ejemplo concreto son las mujeres negras de los Estados Unidos de América reclamando su derecho a predicar.3 Hoy día, podemos ver un fenómeno similar en muchas congregaciones latinoamericanas, entre otras, donde se enfatiza que somos príncipes y princesas porque somos hijos/as del Rey del Universo. Cuando la jerarquía existente nos mantiene abajo, es poderoso y sanador saber que la doble naturaleza de Jesucristo nos sube en la jerarquía y nos da poder para ser hechos hijos/as de Dios (Juan 1:12).

La ruta que sigamos deberá depender de la audiencia que escuchará el sermón. Sin embargo, no hay necesariamente que escoger una ruta u otra. Las tres rutas son ciertas. Justamente porque el Verbo se hizo carne, las personas cristianas somos invitadas a ver nuestro valor intrínseco, a bajar algunos pedestales para vivir una teología encarnada, y a transformar las jerarquías sociales existentes al explorar y reflexionar sobre el misterio de la encarnación.


Notas:

  1. David Rensberger, “John” en Theological Bible Commentary, edited by Gail R. O’Day and David L. Petersen (Louisville, KY: Westminster John Knox Press, 2009), 339-340.
  2. Rensberger, “John,” 340.
  3. Véase por ejemplo Anna Carter Florence, Preaching as Testimony (Louisville, KY: Westminster John Knox Press, 2007), y William L. Andrews, et al., Sisters of the Spirit: Three Black Women’s Autobiographies of the Nineteenth Century (Bloomington: Indiana University Press, 1986).