Second Sunday in Lent (Year A)

Dos Realidades Contrapuestas

Nicodemus and Jesus on a Rooftop
Tanner, Henry Ossawa. Nicodemus and Jesus on a Rooftop, from Art in the Christian Tradition, a project of the Vanderbilt Divinity Library, Nashville, Tenn. Original source.

March 16, 2014

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Comentario del San Juan 3:1-17



Dos Realidades Contrapuestas

El Evangelio de Juan está lleno de imágenes que describen dos realidades opuestas. Juan usa estas imágenes y esta terminología para mostrar la diferencia entre el mensaje evangélico y el mundo en el que viven su comunidad y él.

En el texto de este domingo encontramos estas dos realidades opuestas en imágenes como noche/día (v. 2), carne/espíritu (vv. 4-6), subir/descender (v. 13), nacimiento físico/nacimiento espiritual (v. 6), doctrina terrenal/doctrina celestial (v. 12). En el diálogo entre Jesús y Nicodemo, estas dos realidades quedan personificadas en la vieja manera de entender a Dios y la salvación (Nicodemo) y la nueva realidad revelada en el ministerio del Hijo de Dios (Jesús).

La doctrina de Nicodemo es la doctrina basada en la interpretación de las cosas desde el punto de vista de un maestro de la ley de Israel (vv. 10-11), de un fariseo que quiere creer y seguir a Jesús, pero que a la vez aún sigue preso de sus propias interpretaciones y tradiciones. De hecho, en el evangelio, Nicodemo aparecerá en otras dos ocasiones: una vez tratando de defender la causa de Jesús frente al consejo de ancianos (7:50-51) y otra vez en la sepultura de Jesús, llegando con un compuesto de mirra y áloes y ayudando a envolver el cuerpo de Jesús en lienzos humedecidos con dichas especies aromáticas (19:39-40).

La clave para entender el diálogo de Jesús con Nicodemo, como todos los demás del evangelio de Juan, está en el prólogo del evangelio, donde claramente se señala que hay dos tipos de personas: unas que sólo tienen un nacimiento físico, “de sangre,” y otras que además han experimentado un nacimiento espiritual, “de Dios” (1:12-13); y que hay asimismo dos clases de conocimiento de Dios: uno que es el que los seres humanos expresan, y otro que es el que Dios mismo auto-revela por medio de la explicación que de sí mismo hace en la persona y ministerio de Jesús, la Palabra encarnada que interpreta y da a conocer al Padre (1:18).1

La Experiencia

Jesús es descripto como un maestro que hace señales y que por lo tanto viene de Dios (v. 2). Nicodemo es descrito como un “maestro de Israel” (v. 10) y “dignatario de los judíos” (v. 1). Nicodemo reconoce en Jesús a un enviado de Dios. Su experiencia con Jesús es la de alguien que ha escuchado el mensaje y ha visto las señales y ha llegado a la conclusión de que Jesús ha venido de Dios y que Dios está con Jesús.

Sobre esa base, Jesús quiere llevar a Nicodemo un paso más allá de esta simple conclusión racional y teológica. No es que simplemente Dios haya enviado a Jesús, sino que Dios en Jesús está mandando algo más que un mensaje y un mensajero. Dios está revelando en Jesús un nuevo tiempo que se materializará en una nueva forma de humanidad, una humanidad nacida de lo alto, del Espíritu, una nueva humanidad: “De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios” (v. 3). Después de la confesión de fe de Nicodemo, Jesús, el enviado de Dios, le explica la naturaleza del mensaje y la razón de su presencia. Esta presencia no se limita a hacer señales, sino que es una presencia re-creadora: “No te maravilles de que te dije: ‘Os es necesario nacer de nuevo’” (v. 7). Lo mismo ya había sido expresado en el prólogo del evangelio:“A todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino de Dios” (1:12-13).

Jesús ha venido con la misión de proclamar la creación de una nueva humanidad y esta nueva humanidad nacerá por la acción del Espíritu. Este nacimiento, dice Jesús, es algo que no puede medirse, controlarse o conocerse del todo porque es como el viento “que sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que nace del Espíritu”. (v. 8).

Esta es la enseñanza que Nicodemo debe aprender y de la que deberá hablar como resultado de su encuentro con Jesús (v. 11). Es una revelación que trasciende al conocimiento terrenal porque es parte de la realidad celestial de donde provienen el mensajero y el mensaje de Dios (v. 12).

Así como en el principio de los tiempos “la Palabra” y “el Espíritu” estaban presentes en la creación del universo y la humanidad (Gn 1), en este tiempo Jesús (la Palabra encarnada o el Verbo hecho carne de Juan 1:14) y el Espíritu (v. 6) están presentes en la creación de la nueva humanidad.

Con esta explicación, ahora Jesús está listo para mostrar el porqué de las cosas que ha dicho. Para ello lleva a Nicodemo a la narración histórica del Éxodo y a la plaga de serpientes que estaba eliminando al pueblo (Nm 21:6-9). El relato de Números dice que la causa de la plaga fue el descontento del pueblo por no tener el pan ni el agua que deseaban, sino sólo el maná que Dios les daba durante su viaje por el desierto. Su enojo los llevó a hablar mal contra Dios y contra Moisés (Nm 21:5). El castigo por esa murmuración o rebelión contra el plan y la voluntad divina sería morir mordidos por serpientes. Pero Dios mostró su gracia cuando les permitió salvarse si, en un acto de fe, miraban a la serpiente de bronce que le mandó hacer a Moisés y que Moisés puso sobre una asta. Esta mirada de fe los salvó de la muerte: “Cualquiera que sea mordido y la mire, vivirá” (Nm 21:8b).

De igual manera, los seres humanos, que experimentamos el envenenamiento espiritual del pecado que es la alienación de nuestra existencia, debemos mirar con fe a Jesús levantado como la serpiente de bronce construida por Moisés en el desierto (vv. 14-15) y seremos así liberados de nuestra alienación espiritual. En este acto de liberación del pecado se manifiesta de manera plena el amor de Dios (v. 16).

La Visión

Para poder entender esto, Nicodemo es llamado a ver las cosas con los ojos de Dios y no con sus ojos humanos (v. 11). No es la primera vez que Dios debe abrir los ojos de la gente para que vean la realidad de su presencia (véase 2 R 6:17), y esta será la tarea de todos los predicadores y de todas las predicadoras del evangelio en el futuro, y la tarea también de cada creyente: la de mirar a Dios con los ojos de Dios (2 Co 4:18). Una visión que debe estar centrada en la cruz y en el crucificado levantado para liberarnos de nuestra alienación espiritual. La nueva humanidad se crea así por la proclamación de la Palabra y la acción del Espíritu que nos muestran que el amor de Dios se revela en la cruz y que es hacia la cruz donde debemos mirar con fe cada día.

 


 

1 El original griego para “Palabra” es logos y la versión Reina Valera 1995 lo traduce como “Verbo.”