Comentario del San Juan 1:29-42
El Evangelio de Juan es una narración dramática y apasionante.
Juan 1:29-42 se divide en dos partes principales: versículos 29-34 y versículos 35-42.
Acto I: Antecedentes
El drama ya ha comenzado con Juan 1:1, por supuesto, con el gran Prólogo (1:1-18) en el que Juan el Bautista aparece por primera vez (1:6-8; 15). Juan el Bautista cobra mucha importancia en 1:19-28. Los líderes de Jerusalén interrogan a Juan, preguntándole por su identidad. Juan pisa el camino de la vía negativa, que es lo que el Prólogo nos ha enseñado que esperemos de él. El Prólogo dice que Juan no era la luz, sino que fue un testigo de la luz (la palabra del original griego para “testigo” es martyr, de la que se deriva la palabra “mártir”). Asimismo, Juan confiesa que no es el Mesías (el Cristo) (v. 20), que no es Elías (v. 21), y que no es “el Profeta” (probablemente una referencia a la declaración de Moisés en Deuteronomio 18:15) (v. 21).
Sin embargo, los líderes insisten, con una actitud antagonista, en exigir una declaración de parte de Juan. Entonces Juan recurre a las Escrituras y pone su ministerio en el contexto de las palabras del profeta Isaías. Le preguntan por el significado del bautismo que él practica y Juan inmediatamente hace lo que mejor le sale en el Cuarto Evangelio: da testimonio de Jesús y de su preeminencia, en el espíritu de las palabras ya mencionadas en el Prólogo en el v. 15. También hace una observación fundamental sobre sus inquisidores: no conocen a Jesús. Les dice: “en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis” (v. 26). Aquí debemos oír música dramática o un gong o algo de este estilo, porque es el momento en que debemos recordar 1:11: “A lo suyo vino, pero los suyos no lo recibieron”. Juan el Bautista y Jesús no han interactuado todavía en la narración, pero ahora estamos preparados para ese momento elocuente e inminente.
Acto II: Jesús y Juan el Bautista Interactúan (vv. 29-34)
El día después de su confrontación con las autoridades, Juan el Bautista ve a Jesús y testifica sobre su identidad: “¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (v. 29). Debe tenerse en cuenta lo siguiente:
1. Jesús quita el pecado del cosmos (griego: kosmos, que la versión Reina Valera traduce como “mundo”), o sea que no se habla de la iglesia, tal como sucede también en 3:16 donde oímos que Dios amó al cosmos y en 4:42 donde los samaritanos reconocen a Jesús como el salvador del cosmos. Jesús declara en 12:32: “Y yo, cuando sea levantado de la tierra, [refiriéndose a su crucifixión] a todos atraeré a mí mismo.”
2. No hay que confundir la teología de expiación de la epístola a los Hebreos, ni la de Pablo y ni siquiera la de las Epístolas de Juan, con la teología del Evangelio de Juan. En el Evangelio de Juan, Jesús es el Cordero Pascual en el sentido de que cada metáfora sagrada, tradición y espacio querido en el judaísmo (y en el samaritanismo, también) encuentra su cumplimiento en Jesús, incluso el Templo (capítulos 2 y 4), Moisés, las escrituras (capítulo 5:39ff), el maná en el desierto (capítulo 6), las varias “fiestas de la gente de Judea,” Abraham (capítulo 8, especialmente los versículos 53-59), y muchos otros.
No debe sorprender, pues, que para Juan hasta el significado de la Pascua se cumple de alguna manera en Jesús. Por ello es que en Juan Jesús muere un día más temprano que en los Evangelios Sinópticos. Es decir, a la hora que Jesús está disfrutando de la Última Cena en Mateo, Marcos y Lucas, ya está muerto en Juan. En Juan, Jesús muere el día en que el Cordero Pascual es sacrificado.
En Juan, la muerte de Jesús no es considerada un rescate, ni Jesús es una “oveja [que] a la muerte fue llevado,” y cuya muerte fue una “humillación” (como en Hechos 8:31-32). De hecho, en Juan, Jesús clara y repetidamente dice que él da su vida por su propia voluntad. Él tiene “poder para ponerla” y para “volverla a tomar” (10:17-18). Juan simplemente “apila” las metáforas sobre Jesús para recalcar el significado, la identidad y la ultimidad de Jesús. Jesús es en Juan a la vez el Cordero de Dios y el Buen Pastor (capítulo 10) que conoce a sus ovejas y que pide a Pedro que alimente, pastoree y apaciente a sus corderos (capítulo 21).
En el resto de este Acto II, encontramos de nuevo Juan el Bautista testificando a Jesús, promoviendo a Jesús y degradándose a sí mismo (cf. 3:30). Hay que notar el lenguaje enfático y repetitivo. Él ve (v. 32), él oye (v. 33), él pasa de la ignorancia al conocimiento (vv. 32-33) gracias a una revelación, y entonces él testifica: “Y yo lo he visto y testifico que este es el Hijo de Dios” (v. 34). Todo el Evangelio de Juan fue escrito solamente para revelarnos a Jesús, para proveernos un espacio para encontrarlo en su identidad más plena. El autor dice claramente en 20:31 (probablemente el fin original del Evangelio): “Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.”
Acto III: Ven y Ve (vv. 35-42)
El Acto Final de la proclamación inaugural de Juan es análogo al del día anterior. Otra vez Juan mira a Jesús y testifica: “¡Este es el Cordero de Dios!” (v. 36), Partiendo de la base de oír el testimonio de otra persona, los discípulos de Juan siguen Jesús. Todo comienza cuando Jesús les pregunta directamente: “¿Qué buscáis?” (Jesús siempre hace preguntas directas en Juan). Y luego los invita diciendo: “Venid y ved.” Ellos pasan tiempo con Jesús (en el original griego se usa el verbo meno, que la versión Reina Valera traduce como “quedarse,” y que también significa “permanecer, ” o “morar”), y tienen con él un encuentro profundo e íntimo. De esta manera tienen su propia experiencia con Jesús — rica y llena de vida eterna — con lo que su fe ya no es un derivado de la fe de otra persona, sino que se basa en su propia relación intima con Jesús.
Este mismo patrón se repite en todo Juan, como ya puede verse en el v. 41. Andrés ha sido encontrado por la Vida Eterna ¿y qué hace? Inmediatamente testifica que Jesús es el Mesías (¿recuerdas 20:31?) e invita a su hermano Simón a venir y ver/encontrar a Jesús por sí mismo. Un encuentro íntimo se produce y Simón decide seguir a Jesús. En el pasaje del evangelio de Juan que sigue al que nos ocupa ahora, Felipe se convierte en discípulo e inmediatamente testifica a Natanael, usando las palabras de Jesús: “ven y ve” (1:46).
La mujer samaritana hace lo mismo en el capítulo 4. Ella pasa un tiempo con Jesús y se relaciona profundamente con él, se le revela la identidad de Jesús, y entonces, llena de Vida Eterna, sale para testificar y decir al resto de los samaritanos: “venid y ved.” Ellos vienen y pasan tiempo con Jesús (4:40) y experimentan su propia revelación que les lleva a testificar: “Ya no creemos solamente por lo que has dicho [se están dirigiendo a la mujer samaritana], pues nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo.”
¿Qué estamos esperando? ¡Vamos a testificar por la Vida Abundante y Eterna!
January 16, 2011