Décimo cuarto domingo después de Pentecostés

El gozo de Dios

 

sepia-ish toned photo of a shepherd with many sheep in a foggy landscape
Photo by Antonello Falcone on Unsplash; licensed under CC0.

September 14, 2025

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Comentario del San Lucas 15:1-10



Buscamos, buscamos y buscamos en todos los lugares posibles y la inquietud aumenta… Papeles, objetos, recuerdos de fechas importantes… todos hemos tenido la experiencia de perder algo que le da sentido a la vida diaria. Si es suficientemente importante, la pérdida hasta puede cambiar el curso de nuestras vidas. Perder algo introduce una inseguridad en nuestro mundo: ¿Qué haré? ¿Cómo recupero lo perdido? ¿Qué puedo sustituir por lo perdido? Pero ¿quién pierde algo en Lucas 15:1–10?

En el capítulo 15 de Lucas, Jesús camina hacia Jerusalén, hacia su pasión. Enseña y responde a las inquietudes de quienes lo acompañan: ¿Cuántos se salvarán? ¿Quién será aceptado en el reino de Dios? (Lucas 13:23–24). En la lectura de hoy, responde por medio de dos parábolas que representan la compasión de Dios hacia su pueblo. Ambas están arraigadas en la vida cotidiana de la gente común de su época: el mundo exterior del pastor y el mundo familiar de la mujer que limpia el interior de su casa.1 Jesús utiliza el sentido de perder algo valioso en estos ambientes de poca importancia social para responderle a la gente que lo seguía.

Las parábolas están dirigidas a “todos los publicanos y pecadores” que se acercaban a Jesús para oírlo y a los fariseos y escribas que murmuraban diciendo: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos” (vv. 1–2). En la primera, Jesús cuenta la historia del pastor que deja noventa y nueve ovejas para buscar a una que se le perdió. Deja a las noventa y nueve en un lugar desierto, sin población, solitario. En el original griego, la palabra que la versión Reina Valera traduce como “desierto” es erémos. El profeta Ezequiel pinta una imagen de un pastor que descuida a sus ovejas:

No fortalecisteis a las débiles ni curasteis a la enferma; no vendasteis la perniquebrada ni volvisteis al redil a la descarriada ni buscasteis a la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia. (Ez 34:4)

El pastor de la parábola hace lo contrario. Arriesga a la mayoría para buscar a una oveja extraviada, demostrando su inquietud y preocupación por cada miembro de su rebaño.

¿Y las noventa y nueve? La tradición bíblica nos dice que el desierto, erémos, es un lugar privilegiado para encontrar la presencia de Dios. Oseas 2:14, por ejemplo, nos dice que el pueblo de Dios será atraído a la soledad del desierto para encontrar una intimidad más profunda con su Señor: “Por eso voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón.” También en el evangelio de Lucas vemos que Juan el Bautista y Jesús buscan lugares solitarios para encontrar a Dios (3:2–3; 4:1; 4:42; 5:16). Ambos entienden que una acción de Dios puede surgir y venir de la experiencia humana del desierto. El rebaño de las noventa y nueve ovejas en el desierto no está abandonado. Aunque aparentemente vulnerable, tiene su propia oportunidad de conocer a Dios.2

Mientras tanto, el pastor busca y busca hasta encontrar a la oveja perdida. La emoción de encontrar a la oveja perdida comienza con que el pastor la levanta y la regresa al rebaño. Entonces invita a sus amigos y vecinos a una celebración que refleja también el gozo de quienes habitan el cielo: “así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (v. 7). En lugar de dirigir la atención hacia el pecado, la parábola pone el foco en el gozo de Dios y en el pastor que recibe a quien se había perdido.

El personaje principal de la segunda parábola es una mujer, una ama de casa. La mujer administra el tesoro de su casa, diez dracmas o monedas de plata. Una moneda o dracma equivalía más o menos a un día de trabajo para un obrero y de una moneda como esta podía depender la supervivencia de una familia en épocas de carencia. Aun así, la dracma, que equivalía a un jornal, no era una moneda de gran valor. “Ciertamente, el valor de diez dracmas—todo lo que los oyentes y los lectores perciben—no sería mucho; ella sería percibida como una persona algo pobre.”3 La mujer enciende una lámpara para iluminar la penumbra, barre toda la casa y hace todo esto “con diligencia” (v. 8) hasta encontrarla, con lo que indica la importancia que tenía la moneda para ella. En este caso, una mujer representa la actitud de Dios que se preocupa por reunir a todas las monedas que, aunque sean de poco valor, son preciosas a sus ojos.

La mujer, como el pastor, invita a sus amigas a celebrar el éxito de su búsqueda: “Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido” (v. 9). El gozo de la mujer y de sus amigas y vecinas corresponde al gozo de los ángeles. “Gozaos conmigo” es una expresión en el evangelio de Lucas que implica una gran celebración, un festín tanto en la tierra como en el cielo.4 La mujer y el pastor buscan, buscan y buscan, y al encontrar lo que habían perdido, su pérdida se convierte en gozo. El gozo en ambas parábolas se extiende de la tierra hasta el cielo, e incluye a los ángeles.

¿Quién será aceptado en el reino de Dios? En estas dos parábolas, no existe el juicio de los fariseos y los escribas. La atención y misericordia de Dios nos buscan y buscan sin cesar y Dios se regocija cuando nos dejamos encontrar. Frente a la misericordia inmensa y abrumadora de Dios, esta pregunta es necia.


Notas

  1. La combinación de hombre y mujer como personajes centrales del drama de dos parábolas consecutivas es una característica particular de Lucas, quien emplea la misma estrategia cuando ponen las parábolas del grano de mostaza y de la levadura una a continuación de la otra en 13:18–21. Véase Raymond Brown, An Introduction to the New Testament, The Anchor Bible Reference Library (New York: Doubleday, 1997), 249.
  2. En la versión de esta parábola en Mateo, el pastor deja a las noventa y nueve en un monte (Mt 18:10–14).
  3. Arland J. Hultgren, The Parables of Jesus: A Commentary (Grand Rapids: Eerdmans, 2000), 66. Traducción de Renata Furst.
  4. En la parábola del hijo pródigo (15:11–32) que sigue a estas dos que leímos hoy, el festín se convierte en una escena principal de la historia. Hultgren, The Parables of Jesus, 67.