Comentario del San Lucas 15:1-10
Para Comenzar a Pensar
El tema del presente pasaje es nuevamente Jesús y la gente que se le acerca –con quiénes se junta y, según le recriminan, con quiénes come. La fórmula de estos indeseables es: “publicanos y pecadores.” Nuevamente, en primer plano, aparecen los atentos espectadores críticos. La fórmula de esta policía religiosa es: “fariseos y escribas.” Como de costumbre, Jesús responde en parábolas. Las parábolas de Lucas 15 –la oveja perdida, la moneda perdida, y el hijo que retorna (esta última no incluida este domingo) – tienen temas recurrentes: pérdida, búsqueda y reencuentro, arrepentimiento.
Debemos recordar aquí que el Evangelio de Lucas presta especial atención a la relación entre escribas y fariseos, y Jesús. Notemos que este relato sobre Jesús y los publicanos y pecadores tiene un antecedente importante en este Evangelio: Jesús llama a Leví el publicano; éste lo sigue y, luego, le ofrece un banquete en su casa. Allí, Jesús come en compañía de otros publicanos –mientras tanto, escribas y fariseos observan y murmuran… (Lc 5:25-31). Lucas nos muestra también, en otro pasaje, a Jesús refiriéndose a esas mismas murmuraciones cuando dice: “Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: ‘Éste es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores’” (Lc 7:34). En el contexto inmediato del pasaje, también conviene reparar en que el cierre del capítulo previo coloca en boca de Jesús la advertencia: “Quien tenga oídos para oír, oiga” (Lc 14:35). Lo interesante es que tal cierre funciona a la vez como apertura. Se trata, en realidad, de un puente que interpela, de un lado, al auditorio de las parábolas previas (los convidados a las bodas, la gran cena, el costo del discipulado, la sal que pierde el sabor) y, del otro lado, a publicanos y pecadores que, precisamente, se acercan para oír a Jesús, y, especialmente, a “los de siempre”: escribas y fariseos que murmuran (Lc 15:1).
Recibir a los segregados en el contexto de la comensalidad, tiene una radical significancia en el contexto social, político y religioso de Jesús. Asociarse con personas socialmente despreciadas resulta revulsivo para los representantes del establishment religioso; en realidad, contraría las sabias advertencias de la tradición. La literatura sapiencial, p. ej., previene claramente sobre la asociación con quienes andan por sendas torcidas: los impíos, los malos (Pr 1:10-15; 2:12-15; 4:14-19). Aun así, Jesús parece desoír estos consejos.
Temas Eje para la Predicación
El Valor de lo Perdido
Estas parábolas nos brindan una idea acerca de cómo es Dios a través de las buenas noticias en Jesús: lo que se pierde, debe ser buscado, hallado, salvado y su encuentro celebrado. Porque lo que se pierde es precioso. Perder una oveja de cien, está por debajo de los cálculos de riesgo de cualquier negocio –especialmente, si para buscar a esa “una” debemos dejar por las suyas a las noventa y nueve que sí tenemos. Quizá tenga más sentido preocuparse por una dracma de diez, aunque, seguramente, merezca más un “ya va a aparecer en algún rincón, cuando no la busque…” Dar vuelta la casa y celebrar con amigas y vecinas, ya es un poco demasiado (una vez que encontramos la moneda, ¿la vamos a gastar en el festejo?). No obstante, las parábolas llevan bien el mensaje: las pérdidas que parecen no merecer una búsqueda tienen especial importancia.
El Gran Buscador
Ovejitas y monedas funcionan muy bien en la parábola para que nos quede claro que toda iniciativa es de quien busca. Es difícil imaginar ovejas y monedas arrepintiéndose de haberse perdido; por lo tanto parecen no funcionar simbólicamente en esa dirección. (La parábola siguiente, que no nos ocupa aquí, corrige esta “falta”: allí el hijo vuelve arrepentido). Esa restricción del texto que nos ocupa, nos lleva sin embargo a poner el énfasis en quien busca –que es también quien encuentra y quien promueve la celebración. Ahora bien, el tema del arrepentimiento es traído a colación por Jesús a la luz del relato de las dos parábolas. Así, el tema del arrepentimiento aparece en referencia a las dos “fórmulas” de Lucas: por un lado, a “fariseos y escribas” incapaces de comprender la dinámica de Dios que plantea Jesús; por el otro, a “pecadores y publicanos” que se acercan a Jesús para participar de tal dinámica (oírlo y comer con él, según vv. 1-2). Nuestra tendencia es siempre interpretar todo como si fuéramos los seres humanos el centro y motor de toda acción, pero el relato completo nos ayuda a considerar la “dinámica divina.” Dios –el gran buscador– tiene la iniciativa en este proceso de búsqueda, reencuentro, arrepentimiento y celebración; a nosotros/as nos queda reconocernos perdidos/as.
Algunas Ideas Finales
– Fariseos y escribas, publicanos y pecadores nos ayudan a pensar sobre nosotros/as mismos/as. En este relato, “fariseos y escribas” encarnan el abanico de nuestros males: la necesidad constante de trazar la línea que divide nosotros/as de ellos/as, de ser autosuficientes, de creernos del lado correcto, de querer administrar la vida de los/as otros/as. Por otra parte, “publicanos y pecadores” encarnan el germen de nuestras mejores chances: oír al que viene, recibir a quien nos busca, invitarlo a nuestra mesa, poder arrepentirnos.
– No son ellos; somos nosotros/as. El papel de los fariseos nos ilustra que quienes creen no haberse extraviado están perdidos. Es más –y creo que conocemos bien esta situación, quienes creen que no están perdidos, ¡generalmente aseguran que los perdidos son los otros! Sólo se da cuenta de que es buscado quien reconoce que está extraviado –y eso, se llama arrepentimiento.
– Ser encontrados/as no depende de nuestros esfuerzos personales. Más allá de nuestros bien o malintencionados esfuerzos, nuestro lado es siempre el de lo perdido, lo buscado y lo encontrado. La aceptación, el recibimiento y la celebración se nos otorgan siempre de antemano: lo que hagamos después, es sólo respuesta.
– Se nos busca desde siempre y por siempre. Además, no importa qué tan lejos una está cuando se da cuenta de que está perdida. Perderse no es una cuestión de distancia. Existen muchos casos de personas extraviadas en el bosque que han sido halladas muertas por exposición e inanición muy cerca del camino que dejaron. Pero hasta aquí llega la metáfora, porque quienes se pierden en el bosque dependen de los recursos humanos disponibles para ser encontrados. Ahora bien, quien extravía el sendero en la vida y se reconoce perdido, comprende el mensaje de Jesús: lo perdido, desde siempre ya está siendo buscado, está siendo aceptado, y su regreso es siempre causa de inmenso regocijo. Esta es la buena noticia que tenemos que poder recibir y desparramar. “Quien tenga oídos para oír, oiga.”
September 11, 2016