Décimo cuarto domingo después de Pentecostés

Cruz y resurrección

September 3, 2023

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Comentario del San Mateo 16:21-28



La lógica del más fuerte, del “sálvese quien pueda,” predomina en nuestras sociedades, así como predominaba en la de Jesús. Las palabras de Jesús en Mateo 16:21-28 generan mucha extrañeza porque presentan una lógica opuesta: salvar la vida es perderla; ganar el mundo es perder la vida. 

Mateo 16 se encuentra dentro de una sección narrativa del Evangelio que se enfoca en el establecimiento de la comunidad, su naturaleza y misión (cap. 14-18). Resaltan en el centro de esta sección tres diálogos entre Pedro y Jesús sobre quién es Jesús y qué significa seguirle: la confesión de Pedro en 16:13-20, el primer anuncio de la pasión y la reacción de Pedro en 16:21-28 y la transfiguración en el monte en 17:1-13. Mateo 16:21-28 abre con el primer anuncio de la pasión. Jesús comparte con sus discípulos que debe ir a Jerusalén, donde sufrirá y morirá en manos de los líderes religiosos (v. 21). No por casualidad, el evangelista lo coloca inmediatamente después de la confesión de Pedro: “Eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (16:16), ya que esta identidad está intrínsicamente vinculada al camino que emprende hacia Jerusalén y a la confrontación con poderes religiosos y políticos que ha denunciado con sus acciones y palabras. 

En este texto, como en muchas otras ocasiones en los evangelios, resaltará la incomprensión de los discípulos respecto de la naturaleza de la misión de Jesús. Han acompañado a Jesús, han sido testigos y partícipes de su ministerio de sanación, liberación y acogida de las personas marginadas y explotadas. Han escuchado sus palabras, sus enseñanzas y sus debates con los maestros y escribas. Pese a ello, no han logrado comprender aún que el movimiento de Jesús se mueve por una lógica contraria a la de su contexto. Ellos esperan un mesías liberador político, que actúe desde el poder. La lógica del reino de los cielos trasciende los poderes del momento y se basa en el servicio y la entrega por los y las demás, no en el privilegio y el poder sobre los y las demás (cf. Mt 20:20-27). 

Pedro rechaza el destino que Jesús anuncia, apelando a su interés propio: “Señor, ten compasión de ti mismo. ¡En ninguna manera esto te acontezca!” (v. 22). No acepta que ser “el Cristo, el Hijo del Dios viviente” pueda conllevar sufrimiento y muerte. La expectativa de Pedro estaba más cercana a la del Jesús resplandeciente en el monte de la transfiguración (17:1-4) que a la del Jesús que entraría a Jerusalén montado sobre un asno (21:1-11). Pero, efectivamente, el seguimiento de Jesús no se da en el resplandor del monte, sino en el polvo del camino; no se hace desde los lugares de poder, sino en confrontación con los poderes que mantienen cautivo al pueblo. Por eso Jesús rechaza las palabras de Pedro y lo acusa de ser una piedra de tropiezo. Lo aleja con las mismas palabras que usó para rechazar las tentaciones de Satanás en el desierto: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!” (v. 22; cf. Mt 4:10). Pedro está pensando en las cosas humanas y no en las de Dios. Esto último no hace referencia, sin embargo, que a las cosas celestiales se opongan a las vivencias terrenales. Jesús mismo es testimonio de lo que son las “cosas de Dios” (Mt 20:24-27; 25:31-40): alimentar a los hambrientos, sanar a las personas enfermas, liberar a las personas oprimidas, acoger a quienes han sido excluidos por el sistema político y religioso de su tiempo, anunciar el reino de Dios. Pensar en las cosas de Dios es pensar y actuar en favor de la vida y el bienestar de aquellos y aquellas a quienes Dios ama. 

Jesús no elige caminar a Jerusalén con el fin de ser entregado por su Padre. Camina a Jerusalén porque ahí la vida entrará tendrá su máxima confrontación con los poderes de la muerte. La enseñanza de Jesús en los versículos que siguen (vv. 23ss.) tiene que ver, por ende, no con la muerte, sino con la vida: qué significa vivir en el seguimiento del maestro. El texto juega con las palabras “vida,” “salvar,” “ganar” y “perder” para subrayar la naturaleza de la comunidad que sigue a Jesús. Es una comunidad que rechaza aquello que la sociedad actual identifica como “vida” (seguridad, dinero, bienes, prestigio, riqueza, popularidad, privilegios) a favor de la vida entregada al servicio de los y las demás, a la lucha profética en busca de la justicia y el bienestar común. La palabra “vida” en los vv. 24-26 debe interpretarse según estas dos lógicas: la vida vivida para beneficio propio o la vida en seguimiento de Jesús, en favor de los y las demás.  

Es poco atractiva la invitación que hace Jesús, ya que implica cargar la cruz, símbolo humillante del castigo de los más despreciados e innobles. Cargar la cruz es caminar a la par de quienes son doblegados y doblegadas por una sociedad y un sistema que les oprime; cargar la cruz es seguir en los pasos de Jesús y el anuncio del reino de los cielos con acciones y palabras. Rechazar la cruz, como sugiere Pedro, es rechazar también la resurrección. Jesús camina hacia la resurrección, hacia el triunfo de la vida sobre la muerte. No es posible rechazar uno sin rechazar el otro, experimentar uno sin haber experimentado el otro. Así lo resume Monseñor Romero, Obispo de San Salvador y mártir por la causa del Evangelio y por la defensa de la vida del pueblo salvadoreño: “Por eso, hermanos, no nos debe extrañar que una Iglesia tenga mucho de Cruz, porque si no, no tendrá mucho de resurrección. Una Iglesia acomodaticia, que busca prestigio sin el dolor de la Cruz, no es la Iglesia auténtica de Jesucristo.”¹ La iglesia que carga la cruz es una comunidad de hermanos y hermanas que actúa en el Espíritu de Dios para el reino, a la manera de Jesús.

 


Notas:

  1. Monseñor Romero, “La Iglesia, Israel espiritual,” 2º Domingo de Cuaresma, 19 de febrero, 1978. Véase Homilías de Monseñor Oscar A. Romero, Tomo III – Ciclo A, UCA Editores, San Salvador, primera edición 2005, 284.