Décimo domingo después de Pentecostés

Los misterios del reino de los cielos

Detail from Jesus Feeding the 5000 from the Hagia Sophia.
"Jesus Feeding the 5000," from the Hagia Sophia.

August 6, 2023

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Comentario del San Mateo 14:13-21



El texto evangélico de este domingo, comúnmente conocido como “la multiplicación de los panes y los peces,” es precedido en el Evangelio según San Mateo por una sección de enseñanza en parábolas (Mt 13:1-52) sobre la que hemos estado reflexionando durante las tres últimas semanas, seguida por los episodios de la visita de Jesús a Nazareth (Mt 13:53-58) y la ejecución de Juan Bautista (Mt 14:1-12). 

Cuando los discípulos le preguntaron a Jesús por qué enseñaba en parábolas, su respuesta fue extensa y en apariencia enigmática: 

Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos, pero a ellos no les es dado, pues a cualquiera que tiene, se le dará y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. (Mt 13:11-13)

El pasaje del profeta Isaías citado a continuación por Jesús dejaba en claro que en la comprensión de los “misterios del reino de los cielos” no hay favoritismo: solo aquellos/as cuyos corazones se han entorpecido y cuyos ojos y oídos están cerrados no pueden entender ni convertirse ni encontrar sanación (Mt 13:14-15; cf. Is 6:9-10). Por eso declaraba Jesús, dirigiéndose a sus discípulos: “Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. De cierto os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.” (Mt 13:16-17)

Esta declaración es importante para percibir la continuidad entre el lenguaje parabólico del capítulo 13 y los eventos de los capítulos siguientes (Mt 14-17), en que, sobre todo a partir de experiencias, los discípulos van a recibir la enseñanza de Jesús en preparación para su propio ministerio.¹

Retiro en el desierto luego del rechazo de los nazarenos y de la ejecución de Juan

En el Evangelio según San Mateo, el relato de la multitud saciada en el desierto (Mt 14:13-21) es introducido por sendos episodios de oposición y de violencia: el primero, contra Jesús por parte de los nazarenos, y el segundo, por Herodes Antipas, que ordena decapitar a Juan. Las palabras de Jesús se verifican en los dos casos: solo en su propia tierra y entre los suyos son rechazados los profetas (Mt 13:57). Luego de esto y sin dudas con un corazón apesadumbrado, se retira Jesús en una barca a un lugar desierto.² El lector o la lectora no perderá de vista que, en este momento del Evangelio, los discípulos se encuentran entre la ejecución de Juan y la de Jesús, que será anunciada en Mt 17:22-23.³ 

Lo que hubiera podido ser un tiempo de soledad y de reflexión para el Maestro y los discípulos en un lugar apartado se convierte rápidamente en una ocasión de servicio e implícitamente, en un tiempo de aprendizaje del ministerio pastoral, no en la teoría, sino en la práctica. Al desembarcar, Jesús descubre que una imponente multitud de más de cinco mil personas (v. 21) lo ha seguido a pie trayendo consigo a familiares y a parientes enfermos, probablemente a cuestas o en algún tipo de soporte improvisado (vv. 13-14). Como lo había hecho antes, muestra de nuevo compasión por las multitudes (v. 14; cf. Mt 9:36) que vagan “como ovejas sin pastor” (Mt 9:36). Se trata de una compasión honda, como lo indica el verbo empleado aquí.4 Una traducción más literal diría que, al ver la multitud, Jesús fue movido de compasión hasta las entrañas y sanó a sus enfermos. 

Lejos de una mirada más o menos insensible de la miseria humana, esta compasión que brota de lo profundo del ser, es lo primero que deberán aprender sus seguidores, si han de servir a la manera de Jesús. Para él, el tiempo no parece contar, como lo demuestra el hecho de que son los discípulos los que han de alertarlo de la hora avanzada, de lo inhóspito del lugar y consecuentemente, de la necesidad de despedir a la multitud para que se procuraran alimento. En principio, la petición parece razonable.

Dadles vosotros de comer

Es importante notar que los discípulos no han sido mencionados explícitamente hasta este momento del relato. Podría inferirse que han sido espectadores, no colaboradores activos, de la intensa actividad sanadora de Jesús. Eso cambia dramáticamente cuando el Maestro rechaza la idea de despedir a la multitud: “No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer” (v. 16).   Pero ¿cómo alimentar a más de cinco mil personas con cinco panes y dos pescados, que era todo lo que llevaban consigo? 

A pesar de contar con recursos extremadamente insuficientes para la ocasión, los discípulos pusieron todo lo que poseían a disposición del Maestro. Él, levantando los ojos al cielo, bendijo los panes, los partió, se los dio, y ellos los distribuyeron a la muchedumbre. Las doce cestas de restos que se recogieron luego de que la multitud fuera saciada les recordaron sin dudas que todo empezó con la pequeñísima ofrenda que habían puesto en las manos de Jesús. 

Lejos de un sentido de suficiencia, la donación de todo lo que se es y se tiene, por poco e inadecuado que parezca, constituye el segundo aprendizaje de los futuros ministros de Jesús en este episodio. De hecho, en la historia de la interpretación de Mt 14:13-21, varios exégetas han atribuido la saciedad de la multitud al milagro del compartir tanto o más que al milagro de la multiplicación. En un mundo en que tantos hermanos y hermanas sufren de hambre, cabe preguntarnos hasta qué punto creemos en el poder del compartir y lo tomamos en serio. Sabemos que el problema no está en la carencia de recursos del planeta, sino en la manera como estos recursos se acumulan en algunas manos. Como lo decía Gandhi: “Hay suficiente para nuestras necesidades, pero no para nuestra codicia.”5

¿Milagro o signo?

El relato que nos ocupa es considerado como uno de los milagros más impactantes realizados por Jesús y, de hecho, es el único que narran los cuatro evangelistas.6 Es claro que este evento dejó una marca indeleble en la iglesia primitiva. Sin embargo, conviene preguntarse si se trata en realidad de un milagro o más bien de un signo. Por regla general, la realización de un milagro culmina en una reacción tangible por parte de los beneficiarios, que falta aquí.7 Además, esta comida va manifiestamente más allá de una experiencia puntual. No solamente resuenan retrospectivamente en ella los ecos de la experiencia de Moisés, que alimentó al pueblo en el desierto (Ex 16) y de Eliseo, que multiplicó el pan (2 R 4:42-44), sino que también, de manera prospectiva, se escuchan aquí las mismas palabras que pronunciará Jesús durante la última cena (Mt 26:26; cf. Mc 14:22; Lc 22:19; 1 Co 11:23-24). Esta comida en el desierto prefigura la Eucaristía.

En conclusión

Al inicio de esta reflexión tratamos de subrayar la conexión entre el discurso en parábolas de Mt 13 y la preparación de los discípulos para el ministerio en los capítulos 14-17. Dirigiéndose a sus seguidores al final del discurso, Jesús declaraba: “a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos” (Mt 13:11). El episodio de la multitud saciada en el desierto muestra que estos misterios a los que deben abrirse y conformarse los/as discípulos/as, tanto de ayer como de hoy, tienen que ver con unas entrañas movidas de compasión, con la generosidad en la manera como se emplea el tiempo, con el valor del compartir los recursos propios – aunque parezcan extremadamente insuficientes – y con la colaboración activa con la persona de Jesús, que envía a sus seguidores a servir a la multitud. Para los/as discípulos/as de hoy como para los/as de ayer, los misterios del reino de los cielos incluyen la Eucaristía, alimento escatológico para el camino rumbo a la verdadera tierra prometida, “los cielos nuevos y la tierra nueva donde mora la justicia” (2 P 3:13; cf. Ap 21:4; Is 65:17). En la medida en que creamos y vivamos estas cosas, se podría aplicar también a nosotros/as la bienaventuranza de Jesús al final de su discurso en parábolas: “Bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. De cierto os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.” (Mt 13:16-17) Mantengamos entonces nuestros ojos abiertos y nuestros oídos alertas.


Notas:

  1. Véase Anna Case-Winters, Matthew: A Theological Commentary on the Bible, (Westminster John Knox Press: Louisville – Kentucky, 2015), 188.
  2. Aunque San Mateo parece seguir el orden de San Marcos, que hace preceder el episodio de la multiplicación de los panes (Mc 6:30-44) por los relatos de la visita a Nazareth (Mc 6:1-6a) y de la muerte de Juan Bautista (Mc 6:17-29), para el segundo evangelista, la razón por la cual Jesús se retira con sus discípulos a un lugar apartado está relacionada más bien con una ocasión gozosa: el regreso de misión de los Doce (Mc 6:6b-13).
  3. Véase Anna Case-Winters, Ibid., 188.
  4. El verbo splanchnizomai es derivado del sustantivo splanchnon, las entrañas.
  5. Charles A. Summers, “Matthew 14:13-21,” Interpretation 59, no. 3 (2005), 298+. Gale Academic OneFile (accessed July 24, 2023). https://linkgalecom.ezproxy.niagara.edu/apps/doc/A134388784/AONE?u=nysl_we_niagarau&sid=bookmark-AONE&xid=fe2e85af.
  6. A excepción del “milagro” de la resurrección, que habría que situar en una categoría aparte.
  7. Véase Paul-Émile Langevin y Paul-André Giguère, Les évangiles. Traduction et commentaire des quatre évangiles, (Éditions Bellarmin: Montreal, 1983), 260. Aplicamos al Evangelio de San Mateo el comentario que Langevin y Giguère hacen con respecto al Evangelio de San Marcos.