Comentario del San Lucas 10:1-11, 16-20
En Lucas 10, Jesús envía a los discípulos en su segunda misión de predicar el evangelio. Esta vez no fueron doce sino entre setenta y setenta y dos de sus seguidores/as. Existe varias explicaciones de por qué Jesús envía a setenta [o setenta y dos], pero la más común es que esto representa el número de naciones en el mundo. Es cónsono con el mensaje de Jesús en otros evangelios tal como el de Marcos en donde Jesús envía los discípulos diciendo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). También encontramos un mensaje similar en el libro de los Hechos de los Apóstoles acerca de la de la misión universal de los seguidores de Jesús que lee: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Sin embargo, en Lucas 10 Jesús envía a sus seguidores con tres mandatos: vayan a predicar el evangelio; cuídense a ustedes mismos; y no se preocupen, pues si rechazan su mensaje es a mí quien rechazan.
Predicar el evangelio
Jesús envía a los discípulos a predicar el evangelio, las buenas nuevas de salvación. Declarar buenas noticias en tiempos buenos de la vida es fácil. Sin embargo, Jesús sabía que estaba enviando a este grupo a predicar un mensaje contra-religioso, contra-cultural y contra-normativo. Les tocaría anunciar que el evangelio era un mensaje de paz, de amor, de justicia y de liberación del mundo, y lo tendrían que hacer dentro un sistema religioso, una sociedad y un mundo plagados de conflictos y divisiones. Si somos honestos, parece que no ha cambiado mucho desde el primer siglo, y quizás hoy hasta sea peor. Por esto mismo vemos que Dios envía a su Espíritu Santo a los discípulos en Pentecostés. No era para que hablaran en lenguas “angelicales,” ni para que danzaran y profetizaran diciendo: “así dice el Señor.” No, el Espíritu fue dado porque Dios estaba muy consciente de que los discípulos, los integrantes del nuevo movimiento de Jesús, no iban a ser recibidos en todo lugar, y mucho menos su mensaje. Por lo tanto, iban a necesitar el poder que proviene de Dios para ayudarlos a mantenerse en el camino, particularmente cuando “las cosas se ponen color de hormiga brava,” como decimos acá en Puerto Rico. Jesús sabía la realidad que iban a enfrentar. Por eso fue claro cuando dijo: “Id; yo os envío como corderos en medio de lobos (v. 3). A pesar de que tendrían que enfrentar a los lobos en el camino, Jesús enfatiza la necesidad de mantener la paz. Y esa misma paz era la que los discípulos tenían que ofrecer a otros en su camino, no importa si fueran “ovejas” o “lobos” (v. 5).
Analizando los vv. 3-5 en conjunto, podemos deducir que Jesús estaba diciendo a sus discípulos que tenían que extender la paz no solo a quienes aceptaban el mensaje del evangelio sino también a los “lobos” que no lo recibían. Extender la paz a amigos y hasta conocidos, aquellos con quienes nos llevamos bien, aquellos con quienes estamos de acuerdo, es fácil. Pero, cuando se trata de nuestros enemigos, de aquellos que quieren ver nuestras cabezas donde están nuestros pies, cuando se trata de familiares y amigos con quienes no hemos hablado en años y ni recordamos por qué, no resulta tan fácil extender la paz. Para algunos puede parecer más un acto de penitencia y castigo que otra cosa. Sin embargo, Jesús manda a sus discípulos a extender la paz, no de lejos, como lo hacemos en la iglesia y porque el pastor nos mandó, sino a extender una paz genuina, “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7). Al final del día, esparcir el mensaje del evangelio y extender la paz a otras personas es la base de la misión que Jesús dejó a sus discípulos, y es la misma misión a la que Dios nos llama hoy como iglesia todos los días de nuestras vidas con nuestras palabras y nuestras acciones. Como dice la frase atribuida a San Francisco de Asís: “Prediquen el evangelio en todo tiempo y, de ser necesario, usen palabras.” Sin embargo, Jesús les dice a los discípulos que prediquen, pero…
Cuídense a ustedes mismos
Los vv. 8-12 son claves:
En cualquier ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan delante y sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: “Se ha acercado a vosotros el reino de Dios.” Pero en cualquier ciudad donde entréis y no os reciban, salid por sus calles y decid: “¡Aun el polvo de vuestra ciudad, que se ha pegado a nuestros pies, lo sacudimos contra vosotros! Pero sabed que el reino de Dios se ha acercado a vosotros.” Os digo que en aquel día será más tolerable el castigo para Sodoma que para aquella ciudad.
Aquí Jesús habló claro: donde te reciben entra, come, bebe, y gózate en el Señor, pero donde no, sacude el polvo de tus pies y sigue caminando. Recordemos que el pecado de Sodoma fue justamente la inhospitalidad crasa de sus residentes. Jesús quería que los discípulos se cuidaran a sí mismos: su salud física, emocional y espiritual. Permanecer en un lugar hostil donde uno no es bien recibido no ayuda en ninguna de estas tres áreas de la vida.
Hoy debemos prestar atención a este consejo. Sea por razones de raza, género, sexualidad u otros marcadores sociales, hay espacios y “mesas” en que simplemente no debemos obligarnos a estar. Desafortunadamente, muchos de nosotros/as tenemos “amigos,” familiares y hasta iglesias a quienes hemos tratado por demasiado tiempo de permanecer ligados/as, a pesar de la poca aceptación, la tolerancia forzada, el rechazo, la discriminación y el racismo que experimentamos. Escucho la voz de Jesús que me dice: “Basta ya; es hora de que te sacudas el polvo de tus pies y busques otros amigos, otras familias, otras iglesias que te van a recibir tal como tú eres.” No puedo perder la oportunidad de recordar las acciones de una congregación en California, la que hoy se llama Iglesia Luterana Santa María Peregrina, en una misa en honor a la Virgen de Guadalupe. En la misa fueron atacados por las acciones racistas del obispo de su sínodo. En vez de aguantar los abusos, se levantaron, sacudieron el polvo de sus pies, pusieron la Virgen de Guadalupe sobre sus hombros, y todos/as se marcharon fuera de la iglesia. Como congregación, tuvieron el valor de no permanecer en un lugar donde no eran bien recibidos/as. Pero Dios nunca deja a sus hijos/as en vergüenza. Hoy por hoy, aunque ya no son parte de la Iglesia Luterana en América (ELCA), son una congregación luterana independiente que, junto a su pastor el Padre Nelson Rabell, continúan predicando y dando testimonio del evangelio de amor, poder y justicia. Escucharon el consejo de Jesús y ojalá que todos/as podemos hacer lo mismo. Nuestro trabajo es predicar y vivir el evangelio. Como dijo Jesús: “El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha” (v. 16)
Pobre de quien no te escuche y te rechace
Aunque esta advertencia es el jamón del sándwich de esta perícopa, es importante el mensaje de Jesús a sus discípulos: quien no te escuche, realmente es a mí a quien no escucha, y quien te rechace, en realidad me rechaza a mí. Por más que Jesús no quería que los discípulos se preocuparan por quiénes iban o no a escuchar y a recibir el mensaje del evangelio, él quería que se sintieran apoderados para la jornada. Y según el texto, así fue. Los vv. 17-20 relatan el regreso de los setenta [o setenta y dos] de su misión. Ellos regresaron diciendo: “¡Señor, hasta los demonios se nos sujetan en tu nombre!” Y Jesús les contestó: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Os doy potestad de pisotear serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.”
Los discípulos predicaron el evangelio, tanto en palabra como en obra. Y parte de esto incluyó la lucha contra la maldad. Hoy hay muchas iglesias que se preocupan por cómo la gente viste, con quién se acuesta, qué beben o dejan de beber. Se preocupan por si la gente fuma o deja de fumar, se preocupan por lo que una mujer decide hacer con su propio cuerpo y, hasta peor, muchas iglesias presionan para que se legisle en contra del derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. A veces la maldad se manifiesta en el incumplimiento de normas impuestas por seres humanos, pero en realidad la maldad es mucho más complicada que eso. La maldad es estructural, la maldad oprime y marginaliza, la maldad son las “fobias” y los “ismos,” la maldad es la obsesión con lo que debe ser “normativo” en vez de dejar que la gente viva sus vidas.
El evangelio de hoy nos llama a luchar en contra de la maldad: sea la maldad que sale de la Fortaleza en Puerto Rico, la maldad que emana de la Casa Blanca en los Estados Unidos, o la maldad que sale de la oficina de un/a obispo/a u otro líder denominacional. Recordemos el poder que tenemos de vencer el mal en el nombre de aquel que murió asesinado en una cruz en manos del imperio. Sea el imperio político o el imperio religioso, sea que la maldad toque mi vida o no, sea que calentemos un espacio en la banca de la iglesia todos los domingos o prefiramos ir de “brunch” con los amigos y tomar la comunión usando mimosa, si decimos ser seguidores/as de Cristo tenemos que predicar el evangelio, tenemos que anunciar las buenas nuevas, tenemos que compartir que servimos a un Dios cuyo amor y gracia son más que suficientes, y que, siguiendo el ejemplo de Jesús, podemos continuar construyendo el reino de Dios aquí y ahora, la comunidad amada. Que continuemos anunciando el amor, la paz y la justicia de Dios hasta el día de nuestra salvación, el día en que ya no habrá maldad, el día en que de una vez y por fin todos/as seremos uno para la honra y gloria de Dios. ¡Vayamos este domingo y todos los días de nuestras vidas a predicar el evangelio de Cristo con amor, paz y poder!
July 3, 2022