Cuarto Domingo después de Pentecostés

Esta perícopa sigue el enfoque particular de Lucas sobre el rol de mujeres en la vida de Cristo.

Jesus absolves the penitent sinner
JESUS MAFA. Jesus absolves the pentitent sinner, from Art in the Christian Tradition, a project of the Vanderbilt Divinity Library, Nashville, Tenn.

June 16, 2013

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Comentario del San Lucas 7:36—8:3



Esta perícopa sigue el enfoque particular de Lucas sobre el rol de mujeres en la vida de Cristo.

La mujer en Palestina estaba en una situación de inferioridad. De muchas maneras las mujeres eran ciudadanas de segunda clase; seguramente constituían una de las clases marginalizadas hacia las que Jesús se sentía atraído.

Aunque eran mayormente ignoradas en la sociedad, Lucas enfatiza el rol de las mujeres piadosas, empezando con Elisabet, María y Ana en las narrativas del nacimiento de Jesús. Jesús sana la suegra de Pedro (4:38-39), resucita a la hija única de Jairo y cura a la mujer que había padecido de flujo de sangre por doce años (8:41-56). Las mujeres figuran en sus parábolas como buen ejemplos (15:8-10, 18:1-5) y son prominentes durante la crucifixión y la resurrección (23-24). Aquí en la perícopa que ahora nos ocupa tenemos unas mujeres como ejemplos de amor y discipulado.

Comentario

v. 36: Hay que despejar unos mitos acerca de los fariseos. Desde el siglo 16 los cristianos, particularmente los que tenemos raíces en la Reforma Protestante y los avivamientos evangélicos, hemos leído los conflictos entre Jesús y los fariseos como la batalla entre la “gracia” y las “obras.” Pero esto es trasponer las disputas del siglo 16 entre protestantes y católicos al primer siglo. El movimiento fariseo no era uno de legalismo contra la gracia.

Los fariseos surgieron, posiblemente en el segundo siglo antes de Cristo, como una reacción contra la adopción de costumbres griegas por parte de los judíos y en particular por parte del sacerdocio. La meta del movimiento de los fariseos era la santificación del pueblo a través del conocimiento y la observancia de la Ley. En otras palabras, creían que la santidad no era solamente la provincia de los sacerdotes sino que le pertenecía a todo judío (Ex 19:6). Este movimiento reformista buscaba interpretar las demandas rituales de la Ley de una manera tal que pudieran practicarse en la vida diaria. Así pues, se enfocaban en las prácticas de pureza. No se trataba de un sistema legalista según el cual la relación con Dios se establecía a través del cumplimiento de estas costumbres. Al revés, ellos ya reconocían que todos los judíos constituían el pueblo escogido de Dios y recipiente de la Ley, es decir que ya tenían una relación con Dios. Lo que los diferenciaba de Jesús no era la idea de salvación por obras contra la gracia, sino la pregunta acerca de la manera como el pueblo debía manifestar su relación con Dios, Para los fariseos era la observancia de la pureza de mesa, el sábado, el templo, la identidad de un pueblo aparte, etc. Para Jesús, vivir este mismo llamado se manifestaba de otras maneras: la fraternidad con todos y todas, especialmente los marginalizados (mostrada por ejemplo a través del compañerismo abierto en la mesa), la santidad vivida a través de obras de caridad, y una nueva identidad más inclusiva que la judía —una identidad que se abriría también a los gentiles y que tendría como su centro el Reino de Dios manifestado en el mismo Jesús.1

Así pues, las diferencias entre los fariseos y Jesús no eran tanto sobre el qué sino el cómo. Y aunque hubo veces en que las relaciones entre Jesús y los fariseos fueron de mucha hostilidad, este encuentro parece más cordial. Quizás Simón, habiendo oído acerca de un profeta que sanaba los enfermos y predicaba el Reino de Dios, tenía curiosidad por saber más de la agenda de Jesús.

vv. 37-38: Los cuatro evangelios relatan el ungimiento de Jesús por una mujer anónima. Sin embargo, los otros tres evangelios sitúan la historia inmediatamente antes de la Pasión y mencionan la queja acerca del gasto de dinero. Mientras Mateo y Marcos relatan el ungimiento de la cabeza de Jesús, Juan y Lucas hablan de sus pies (los cuales eran accesibles dado que Jesús seguramente ha estado reclinado a la mesa como era la costumbre). Solamente Lucas dice que era una “pecadora.”

No debemos dar por hecho que, como se ha hecho por siglos, era una prostituta. El texto no describe sus pecados. La continua identificación del pecado anónimo con la prostitución dice más acerca de nuestros prejuicios hacia la mujer y su sexualidad que de esta mujer. Además hace de la propia sexualidad femenina un asunto sospechoso. Hay suficientes maneras por las cuales tanto hombres como mujeres pueden pecar sin que tengan que ser sexuales—incluyendo el acto del voyeurismo de parte de los que tratan de imaginarse las hazañas transgresoras de la mujer. No, es mejor simplemente recordar que era pecadora —sin nombre y sin iniquidades específicas, para que podamos identificarnos mejor con ella y, esperemos, con su acto de devoción.

vv. 39-43: Como fariseo, Simón se preocupa por la pureza ritual en la comida y siente que un profeta verdadero no aceptaría tal demostración de afecto de parte de una pecadora. El hecho de que Jesús sabe lo que Simón y los otros pensaban (v. 49) indica que efectivamente era un profeta.

vv. 44-46: Jesús marca el contraste entre las acciones de la mujer y la falta de etiqueta social de parte de Simón. Aunque no lavarle los pies a un invitado cae extraño, el beso y el ungimiento no eran normativos. Jesús los menciona para subrayar la extravagancia de la mujer.

vv. 47-50: Los comentaristas debaten el significado de estos versículos. ¿Qué vino primero, el amor o el perdón? El texto no menciona ni presume un acto de arrepentimiento. El texto sólo indica que por el amor demostrado hacia Jesús, ella es perdonada. Posiblemente ella había oído del profeta que predicaba la redención de Dios; uno que era amigo de colectores de impuestos y pecadores. Responde a esta falta de condena con una demostración de amor que Jesús acepta con una declaración de perdón. Ella ama porque en Jesús encontró alguien que la acepta. Y a cambio, su amor recibe el perdón que Jesús ofrece. Probablemente Simón se cree que no necesita la aceptación y el perdón que ofrece Jesús. Y así, en su miopía, se pierde el mensaje de Jesús —el cual la mujer ahora disfruta.

8:1-3: Era común que las mujeres mantuvieran y ayudaran a predicadores itinerantes, pero que dejaran sus casas para acompañarlos era considerado un escándalo en esa cultura. No obstante, es lo que habrían hecho estas mujeres que Lucas aquí conecta con los doce discípulos.

La tradición según la cual la mujer de 7:37-50 era María Magdalena y que era una prostituta surgió por el año 600 en un sermón del Papa Gregorio I.2 En los evangelios María Magdalena es descrita como una discípula fiel y la primera de proclamar la Resurrección— “Apóstol a los Apóstoles.” Y sin conexión alguna con marido, hijo, o padre, es una mujer independiente y capaz —tal hecho quizás sea una razón por la que la tradición occidental la ha pintado como prostituta.

Síntesis

¿Y por qué se arriesgaron estas mujeres al oprobio para seguir a Jesús? En las palabras de la escritora Dorothy Sayers: “Ellas nunca habían conocido un hombre como este Hombre—y nunca ha existido otro como él. Un profeta y maestro que nunca las fastidió, nunca las aduló, embaucó ni trató con condescendencia;… uno que tomó en serio sus preguntas y argumentos, quien nunca trató de delimitar el ámbito de actuación para ellas, nunca las urgió ser femeninas ni se burló de ellas por su condición de mujeres; alguien que no tenía ningún interés egoísta ni una precaria dignidad varonil para defender; uno que las aceptó tal como eran y que siempre actuó de manera natural, sin fingimiento ni jactancia.”3



1The Eerdmans Dictionary of Early Judaism, editado por John J. Collins y Daniel C. Harlow (Grand Rapids: Eerdmans Publishing Company, 2010), s.v. “Pharisees” y Herzog, William R., Prophet and Teacher: An Introduction to the Historical Jesus (Louisville: Westminster/John Knox Press. 2005), 74-79, 131ff.

2 Haskins, Susan. Mary Magdalen: Myth and Metaphor (New York: Riverhead Books, 1993), 93-94.

3 Sayers, Dorothy, Are Women Human? (Downers Grove: InterVarsity Press, 1971), 47.