Viernes Santo

El camino de la cruz

Stone cross with carved dove and floral decoration
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Comentario del San Juan 18:1—19:42



El teólogo alemán Martin Kähler definió a los evangelios de forma muy precisa cuando dijo: “Los evangelios son historias de la pasión con una extensa introducción.” En efecto, una mirada atenta a la organización de los relatos evangélicos nos revela cómo cada uno de ellos, y sin perjuicio de sus distintivos énfasis redaccionales, nos conduce lenta, pero seguramente, como en un in crescendo, a una sección, a un acontecimiento que resulta fundamental para cada uno de ellos, a saber, la historia de la pasión.

Es cierto que en el evangelio de Juan, y a diferencia de los sinópticos, Jesús ya ha tenido una experiencia jerosolimitana con anterioridad a su pasión, y con ocasión, específicamente, de la purificación del templo (2:13-22). No obstante, y a despecho de estas evidentes singularidades juaninas, explicables, en última instancia, sobre la base de sus particulares fuentes y su determinada organización, también para el cuarto evangelio el último arribo de Jesús a Jerusalén constituye el momento más álgido de toda la historia evangélica, pues allí se ha descorrer el velo de su dignidad toda y de su final misión. Allí, en Jerusalén, el camino de Jesús, que siempre ha sido camino de libre aceptación de la voluntad de su Padre y de darse generosamente por todas las personas, conducirá finalmente a la revelación definitiva del Hijo de Dios y a la gloriosa resurrección. Sin embargo, es un camino que debe transcurrir primero por el camino del sufrimiento, del rechazo, de la condena, del abandono, de la cruz. No puede existir para los evangelios una theologia gloriae si no ha existido previamente una theologia crucis.

Viernes Santo: Jesús ante los poderes de este mundo

Jesús ante el poder de la traición, la violencia secular y el intento de tomar la justicia por la propia mano (18:1-11)

La tradición cristiana ha comprendido al Viernes Santo como un día de profunda consternación y dolor, pues es el día en que han triunfado las tinieblas sobre la luz, la mentira sobre la verdad, la muerte sobre la vida. Expresado en lenguaje juanino, es el día en que ha hecho irrupción el “príncipe de este mundo” (14:30). Aquí, en Viernes Santo, no hay rosas, como en la ya consabida interpretación de Hegel, procurando ocultar la rudeza de la cruz, sino la descripción de una vida concreta, de carne y hueso, que experimentará la violencia enconada de los poderes de este mundo, por desafiar precisamente sus derroteros de muerte y autodivinización. Es por eso también que en las liturgias de muchas iglesias cristianas Viernes Santo es el único día del año eclesiástico en que los paramentos se visten de negro, la música no expresa festividad, sino introspección y meditación, y el silencio es, básicamente, la única expresión litúrgica.

Ante la traición del hombre

La tradición del cuarto evangelio no se extiende en los detalles de la traición de Judas. Simplemente se nos dice que Judas, el traidor, conoce muy bien el lugar de refugio de Jesús con sus discípulos, pues también él solía reunirse con Jesús allí (18:2). No se trata de la traición de un extraño, de alguien advenedizo al grupo más íntimo de Jesús, sino de uno de sus discípulos, lo cual torna el proceder de Judas en algo más indigno y doloroso a su vez.

Apresado por el poder secular

En el cuarto evangelio, tal como en los sinópticos, Judas se halla inserto en aquella inextricable dialéctica de ser en todo tiempo un sujeto moralmente libre, pero, al mismo tiempo, actuar en función de un plan superior, esto es: “para que la Escritura se cumpliera” (17:12). Lo mismo podría decirse de las autoridades políticas y religiosas. Su responsabilidad en el apresamiento de Jesús resulta en perspectiva meramente humana inexcusable, pero también allí se mueve el dedo misterioso de Dios, llevando a su consumación la historia de la salvación. Por lo mismo, en el evangelio de Juan Jesús sigue manteniendo su plena dignidad como hijo de Dios, incluso en este preciso momento en el que aparece totalmente desvalido. Así, el Jesús joánico puede responder a sus captores con aquel: “Yo soy” (18:6), fórmula primeramente utilizada por el mismísimo Dios (Ex 3:14), y frente a la cual los soldados sólo pueden retroceder.

Tomando la justicia por sus propias manos

Pedro no acepta que el camino que conduce a la gloria deba pasar primero por el tormentoso camino de la cruz. No está dispuesto a renunciar tan pronto a sus sueños de reinar junto a un Mesías glorioso que, sin embargo, debe aceptar voluntariamente la cruz. Por ello, decide tomar la justicia, ¡su justicia!, por sus propias manos. No entiende que la copa amarga de la pasión se pasa únicamente bebiéndola, no rechazándola.

Jesús ante los poderes religiosos, la negación de Pedro y el comparecer ante Pilato (18:12-40; 19:16)

Comienza ahora el camino que conducirá a Jesús hacia la cruz, y aunque ese camino ha sido con antelación anunciado, sólo ahora comienza a ser encarnado, vivenciado. Las preguntas de las autoridades religiosas no encuentran más respuesta en Jesús que el remitirlos a la gente que siempre le ha escuchado y puede dar testimonio de él.

La negación de Pedro

La comparecencia de Jesús ante los poderes religiosos se interrumpe en esta sección por las negaciones de Pedro (18:15-18; 25-27). Jesús permanece ahora en completa soledad. Ni siquiera uno de sus propios discípulos puede prodigarle lealtad.

La comparecencia ante Pilato

Pilato, acaso uno de los más crueles de los procuradores romanos en la región, aparece aquí como un hombre pusilánime. Sabe lo que es correcto, pero su idea de lo correcto pasa exclusivamente por lo que resulta en su beneficio personal. Por eso entrega a Jesús en manos del pueblo para que éste sea crucificado.

Crucifixión y muerte de Jesús (19:17-42)

El hombre Jesús ha sido crucificado

El cuarto evangelio ha visto en la crucifixión y muerte de Jesús el cumplimiento perfecto de las Escrituras. De este modo, puede incluir en diversos pasajes de la historia de la pasión la fórmula: “Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura, que dice” (cf. 19:24). Sin embargo, se trata en todo momento de la muerte de un hombre real y concreto, de carne y hueso, y no solamente un símbolo para dar lugar al formulismo de “promesa y cumplimiento.”

Una muerte que no es mero símbolo de la redención y de la resurrección

En consecuencia, y aun cuando el evangelio de Juan siempre conserve aquellos elementos de la dignidad jesuánica tan propios de su fuente y redacción, la muerte de Jesús puede asumir también en sus relatos toda su crudeza y realismo. No hay lugar en el evangelio de Juan para aquella tentación tan propia del docetismo, tocante a entender la muerte de Jesús como mero símbolo de la doctrina de la redención y de la resurrección. No, a la gloriosa resurrección le ha antecedido, primeramente, la muerte concreta y real, de un hombre también concreto y real, Jesús.

Palabras finales

Finalmente, ¿qué podemos aprender nosotros/as, como seguidores de Jesucristo hoy, de esta sección del cuarto evangelio? Primeramente, que el llamado que Jesús nos hace a seguirle pasa ineludiblemente por tomar y cargar con nuestra propia cruz. ¡No como opción, sino como conditio sine qua non! En segundo lugar, que en nuestro propio camino de cruz, al igual que ya lo experimentara Jesús, también nos enfrentaremos con poderes hostiles: traiciones, presiones, sufrimientos, sin exclusión incluso del costo de nuestras propias vidas por causa de Cristo y su evangelio. Sin embargo, la buena nueva que nos comunica el evangelio es que nunca caminaremos en soledad. Estaremos siempre en la fiel compañía de aquel que, habiendo experimentado la muerte en toda su realidad, la pudo vencer por medio de su resurrección, y nos promete que ni el dolor, ni el abandono, ni la muerte, ni todos los poderes hostiles tendrán la palabra definitiva, sino la vida eterna, la nueva vida que, por medio de esa misma resurrección, ha comenzado ya a emerger.