Comentario del San Marcos 1:21-28
Luego de haber sido bautizado, tentado y comenzar a formar su grupo de seguidores, Jesús entra en Capernaúm un sábado a aprender e intercambiar conceptos teológicos con el resto de la congregación.
A simple vista la escena que nos presenta Marcos parece sencilla y hasta nos da la impresión de que un evento como este podría ser muy común un sábado en la sinagoga. Una lectura más profunda nos hace formular ciertas preguntas: ¿Cómo una persona poseída, catalogada como impura, había entrado en la sinagoga? ¿Qué tiempo lleva esta persona endemoniada? Si era parte de la comunidad, ¿cómo es que los líderes de la sinagoga no habían hecho nada para liberar a aquel hombre de su opresión? ¿Cómo es posible que Jesús le fuese permitido hacer un acto de exorcismo en pleno servicio? ¿Por qué la gente se admiraba de lo acontecido? ¿Quién era Jesús?
Uno de los aspectos a resaltar del pasaje es la presencia de un hombre impuro en la sinagoga. No sabemos por cuánto tiempo estuvo este hombre con un espíritu impuro. El concepto de pureza era uno de mucha importancia. Cuán puro o impuro se era determinaba el acceso político-social y religioso de la época en que Marcos escribía1. Los líderes religiosos, impulsados por agendas políticas y sociales, implementaron un sin número de reglas de pureza para distinguir quién era quién en la comunidad.
El hombre aquí descrito evidentemente es impuro; está endemoniado. Nótese que el que hace la salvedad de la identidad de Jesús es el propio demonio, quien proclama y denuncia el plan restaurador y transformador de Jesús. Recordemos que Jesús está en la sinagoga, lugar donde se reúne el pueblo a adorar a Yavé mediante la recordación de sus acciones asombrosas. Al mismo tiempo se leían porciones proféticas anunciando la venida de un Mesías. La promesa cumplida y encarnada se encuentra frente de cada uno de ellos pero la congregación no puede hacer una distinción clara. La gente se encuentra de espectadores frente a un espectáculo de último momento. La gente se asombra de cómo Jesús sacaba demonios con autoridad. ¿Cómo es posible que este hombre haya pasado desapercibido? Más aún, ¿cómo es que Jesús pasó desapercibido y que el espíritu inmundo haya sido el único que testificara y confesara públicamente la obra redentora y sanadora de Jesús? ¿Qué es lo que Marcos quería enfatizar al narrar esta historia? ¿Cuál era el mensaje, la enseñanza, que Marcos quería que sus lectores aprendieran?
El Cristo que presenta Marcos es uno que ama incondicionalmente, dándose a todos y todas. Jesús es uno que inquieta lo impuro, lo inmundo del status quo, de la religiosidad sin sentido, de la tradición acomodaticia, a sus líderes y personas con capacidad de poder adquisitivo.
El Jesús que proclama y describe Marcos es uno que se solidariza con los olvidados por la sociedad, los desapercibidos, y los invisibles ante los poderosos. Marcos presenta un cuadro de Jesús que vino a despertar la esperanza olvidada del pueblo escogido por Dios. El reino de Dios se había acercado y había trastornado la religiosidad de la práctica para dar paso a una relación iniciada por Dios con su creación, no al revés.
La gente estaba asombrada con la manera en que Jesús sacó al demonio de aquél hombre. En efecto, un evento así llama al asombro. La gente se asombró con la autoridad con qué Jesús le habló al demonio, y como el mismo obedeció. ¿De qué autoridad hablaba Marcos? Si recordamos, Jesús no tenía “autoridad” para enseñar y muchísimo menos para sacar demonios. Jesús era un carpintero quien apenas comenzaba a juntar sus seguidores. Frente al pueblo y ciertamente ante los líderes de la sinagoga Jesús no tenía autoridad conferida alguna. Por ende el pueblo se asombraba con la “autoridad” con la que hablaba.
Interesantemente, la gente no se asombró de la curación, de la liberación de aquel hombre. La narración no nos dice nada acerca del asombro, ni tan siquiera la alegría de que un hijo de Israel había sido liberado, pudiendo regresar a ser miembro en gracia con su comunidad. La narración no enfatiza la comprensión, de parte de los espectadores, del cambio transformador en la vida de aquél hombre y por consiguiente en la vida de la comunidad. Marcos, de manera sucinta, le deja saber a sus lectores y comunidad que el reino de Dios realmente se había acercado. El reino que Jesús vino a hacer presente no era uno de religiosidad automatizadora o de esperanza desalentadora. No. El reino que vino a establecer Jesús era uno de cambio transformador; de atención al necesitado, de bienvenida a todos.
Marcos, al igual que la iglesia en el siglo 21, escribe, predica y proclama a un Jesús que vino, vivió con nosotros, murió, resucitó y ascendió al cielo para redención y salvación de todo su pueblo. A través de los siglos hemos ideado ciertas tradiciones y maneras de hacer a Jesús más accesible y comprensible al pueblo de Dios, en la misma forma que los líderes religiosos de la época en que escribía Marcos lo hacían.
Tristemente, la iglesia ha caído en la tentación de encajonar a Jesús de tal manera que ya no nos asombran la forma radical en la que Jesús continúa actuando. No nos asombra con la autoridad en que continúa hablando y sacando los demonios de la ignorancia, la falta de amor, la intolerancia, la falta de compasión, perdón, bienvenida e inclusividad. Lamentablemente, muchas veces nos comportamos como meros espectadores, sirviéndonos de la práctica religiosa normativa y automátizante, en vez de convertirnos en agentes activos del reino transformador y redentor del Cristo que nos salvó en la cruz y en su resurrección.
En esta época, luego de la epifanía, dejemos que la manifestación de Dios hecha carne nos asombre de tal manera que nos animemos a hablar con autoridad, no para encarcelar, controlar y preservar, sino que lo hagamos para construir, liberar, incluir y demostrar al mundo el reino maravilloso que Jesús realmente vino a establecer.
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1 Brian K. Blount, Go Preach!: Mark’s Kingdom Message and the Black Church Today (Maryknoll, NY: Orbis, 1998), 55-64
January 29, 2012