Primer Domingo de Adviento

El comienzo del tiempo

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Astronomical Clock. Image by Michael Curi via Flickr; licensed under CC BY 2.0.

December 1, 2013

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Comentario del San Mateo 24:36-44



El comienzo del tiempo

Este domingo comienza un nuevo año litúrgico y lo hace con un llamado a estar vigilantes porque el Señor está cerca. Es el tiempo del Adviento, tiempo en el cual evocamos la época anterior a la llegada del Señor, a la Navidad. Por cuatro domingos vamos a meditar sobre el sentido de que Dios haya decidido hacerse persona para estar con nosotros y nosotras.

Debemos tener en cuenta que hay una cierta artificialidad en describir la historia de la salvación en un año. Hacemos como que no sabemos qué es lo que va a ocurrir, pero en realidad conocemos el final de la historia, no solo del Adviento, sino del evangelio en su totalidad. Pero a los efectos de la proclamación asumimos que estamos “antes” de la llegada de Jesús al mundo. Estos cuatro domingos representan el tiempo del Antiguo Testamento y por eso recurriremos a la figura de Juan el Bautista.

Debemos evitar en estas predicaciones vincular el Adviento con la segunda venida de Cristo; al menos no debemos hacer de ese tema el centro de nuestra predicación. Los textos a veces nos llevan en esa dirección, pero en estos días no hablamos del “final de los tiempos” sino en verdad del “comienzo del tiempo,” en la medida en que con la Navidad se abrió una nueva etapa en la revelación del plan de Dios para su creación y para los seres humanos. En estos domingos vamos a anunciar que está cerca su primera llegada a nosotros y a nosotras y su revelación en el niño de Belén.

Son varios los elementos que nos quiere transmitir este texto y que debemos tener en cuenta en la predicación. El primero es la sorpresa general ante la llegada del Mesías. Todo cálculo sobre su tiempo es vano y sería más una proyección de nuestros deseos que un dato concreto sobre la voluntad de Dios. De hecho hay quienes en tiempos bíblicos creían ver en ciertos hechos signos “del fin” pero la advertencia del texto es que solo Dios sabe cuándo irrumpirá en la historia. También hoy hay quienes creen conocer los designios de Dios… ¿Habrán leído bien este texto? Lo curioso es que la llegada del Mesías contradijo todas esas predicciones: no hubo fuego, ni destrucción de la naturaleza, ni caída de los astros. Por el contrario, el niño nace para bendecirnos e invitarnos a una vida nueva. Es “otra vida” porque desafía nuestras mezquindades y debilidades, pero es “esta misma vida” la que será transformada por su presencia.

El segundo elemento es la soberanía divina sobre ese tiempo. Él sabe quién será tomado y quién será dejado, pero incluso nosotros y nosotras tampoco sabemos con precisión qué significa esa expresión en el evangelio. Hay un riesgo en dividir a las personas en “salvas” y “no salvas” (o, mejor, “por salvar”). El riesgo consiste en que quien así piensa se siente tranquilo porque cree estar del lado ventajoso, pero ¿quién puede estar seguro de ello? En Mateo 25:31-46 resulta que los que se creían salvados no lo estaban y quienes pensaban que nunca habían ayudado al Señor se enteran de que sí lo habían hecho. En este punto es bueno recordar que la llegada del Mesías será un tiempo de sorpresas para todos y todas. Y serán sorpresas gratas, de salvación, de invitación a una vida mejor; pero todo eso será definido por Dios, no por nosotros y nosotras. Cuando pretendemos colocarnos en el lugar de Dios y asumimos el lugar que sólo le corresponde a Dios, representamos el peor de nuestros papeles. Jugamos a ser Dios y olvidamos nuestra condición de personas pequeñas.

El tiempo que el Adviento anuncia fue uno en el cual todas las expectativas se frustraron. Porque unos esperaban a un guerrero y otros a un ser celestial e inhumano. Pero vino un niño, y cuando el niño creció, dedicó sus días a conversar con las personas, a atender sus dolores, a curar sus heridas, a elevar su oración por los incrédulos y a bendecir a los pobres y débiles. Para desazón de algunos, juzgó poco y amó mucho. Para confusión de otros, no forzó a nadie a seguirlo, pero invitó a todos y a todas.

En este contexto de esperanza y de ansiedad por su llegada, ¿qué significa estar preparado para la venida del Señor? Si lo pensamos en el sentido de la “segunda venida,” sin duda no significa esas absurdas conductas de quienes preparan un refugio con alimentos, armas y oxígeno para sobrevivir al día del juicio. Quien toma el evangelio en serio no puede pensar que un pozo subterráneo librará a alguien de la mirada de Dios. Pero también es una distorsión del evangelio pensar su llegada como un día de luto y terror. Por el contrario, la llegada de Dios a la tierra debe ser celebrada porque en aquel día habrá buenas noticias para todos y para todas. A los pobres y marginados se les anunciará que ha llegado el tiempo en que les será restituida su dignidad conculcada, y a quienes padecen soledad que el momento del encuentro ha llegado. A los ricos y poderosos se les anunciará que sus riquezas no salvan y que deben construir sus vidas sobre la roca sólida de la fe y la justicia. Pero aun así, la Navidad que hoy anunciamos es otra cosa. Aquellos fueron los primeros días, no los últimos, y en ellos comenzó a develarse el misterio del Dios que se comprometió con los seres humanos hasta el punto de asumir un cuerpo y sentimientos como los de todo mortal.

Imaginemos que estamos esperando por mucho tiempo la visita de un ser querido y que este no llega. No sabemos porqué, pero no se presenta ante nosotros y nosotras. Y de repente, cuando no lo esperábamos y ya habíamos perdido la esperanza, tocan el timbre y allí está aquella persona que tanto amamos y que estaba lejos. Sin dudar, haremos una fiesta, nos gozaremos juntos y hasta podemos llorar de alegría. Y luego le diremos que nos cuente qué tiene que decirnos…

El Adviento es prepararnos para oír lo que el Señor tiene para decirnos. Celebramos su inminente llegada, nos preparamos para recibirlo y para la fiesta, nos vestimos con nuestras mejores ropas, pero luego hemos de estar dispuestos a sentarnos a escuchar su palabra. Tendremos que estar preparados para oír lo que queremos oír y también lo que no deseamos que se nos diga. Lo que celebramos y lo que con humildad debemos aceptar como desafío para mejorar nuestra vida y la de quienes nos rodean. Porque sabemos que el niño llegará pronto, pero ese niño se hará grande y nos transmitirá su mensaje. Ese mensaje del Dios hecho persona es el que celebramos y compartimos para bien de todos y todas.