Quinto domingo después de Epifanía

El confinamiento sana

Mediterranean dishes served on table
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February 7, 2021

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Comentario del San Marcos 1:29-39



Cuídate

En la canción “Primavera,” realizada por el programa infantil chileno “31 Minutos,” en co-creación con la UNESCO, para concientizar sobre la importancia del resguardo en casa durante esta pandemia, el personaje que la entona, La Corchetis, comienza diciendo: /No alcancé ni a salir/ Cuando me dijeron que tenía que entrar / De la calle olvidarme / Al colegio unirme por una pantalla / Y no me puedo concentrar / Con mi abuela conversar / Por teléfono hacerle “hola” desde lejos. Estas palabras describen muy bien nuestra situación actual.

Nos encontramos atravesando una situación crítica mientras confiamos en que pronto comenzaremos a ver el fin de esta pandemia. Hasta antes de COVID-19, solíamos pensar que cuidarnos a nosotros/as demasiado era un asunto de egoísmo. Gastar en un psicólogo, en vez de usar ese dinero para la casa, nos parecía un horror; preocuparme por mi propio bienestar era egoísmo. Pero esta nueva enfermedad, que consiste en que contagio a mis seres queridos si yo me enfermo, nos ha enseñado algo muy importante: cuidarme a mí es cuidar a los otros. Ahora entendemos que velar por nuestra salud no es egoísmo, sino amor hacia nuestros seres queridos. En palabras del filósofo Michel Foucault, la clave para salir de esta pandemia es entender un principio de la pastoral cristiana antigua: “el cuidado-de-sí, como cuidado del otro.”1

En segundo lugar, la mejor forma de mantenernos saludables en estos días es resguardarnos, como La Corchetis, en casa y cuidar, sobre todo, a los ancianos. En la sociedad la palabra “anciano” suele considerarse ofensiva; incluso se prefiere la expresión “adulto mayor.” Sin embargo, los/as cristianos/as, lectores/as de la Biblia, sabemos la dignidad y valor que tiene considerar a una persona como anciana. En el pasaje de esta semana, nos encontramos con una escena que involucra a una anciana enferma en su casa: la suegra de Pedro.

Sanando en casa

El texto nos dice que, tras la predicación en la sinagoga, Jesús fue a la casa de Andrés y Simón, es decir Pedro, como le llamaba Jesús. La suegra de Pedro se encontraba enferma en casa. El texto original griego nos informa su situación utilizando la expresión katekeito, que significa “yacer en cama” y proviene del verbo katakeimai, que significa “recostarse,” “reposar”. Según la historiadora Elizabeth P. Baughan, kateimai es un verbo relacionado con el griego kliné, cama, de donde proviene nuestra palabra “clínica.”2 Originalmente la idea de una clínica o sanatorio aludía, en primer lugar, al hogar.

Ahí es donde se encuentra esta anciana enferma, en su casa y en su cama. Y es ahí donde recibe la sanidad: “Entonces él se acercó, la tomó de la mano y la levantó; e inmediatamente se le pasó la fiebre y los servía” (v. 31). Independientemente de las intenciones del relato que trata de exhibir el restablecimiento completo operado en esta mujer, hoy no podemos ni debemos esperar que cuando una mujer enferma en nuestra casa sane, lo primero que haga sea servirnos y darnos de comer.

Más adelante, “luego que el sol se puso, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados. Toda la ciudad se agolpó a la puerta” (vv. 32-33). La casa de esta mujer, la suegra de Pedro, se convirtió en una clínica para la gente de Capernaúm, ciudad donde vivía. Jesús comenzó a sanar en la casa. De este modo, mediante la operación de sanidades domésticas, el Reino de Dios comenzó a extenderse.

Jesus debía continuar con su ministerio público, por lo que después tuvo que dirigirse hacia la zona de Galilea. Y sin embargo, lo primero que hizo fue aislarse, pues, nos dice el texto, que levantándose muy temprano aquel día, “salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (v. 35). El adjetivo del original griego para este lugar es erēmon, el cual no solo denota solitario, sino, de hecho, desolado. Se relaciona con la zona del desierto. Tras salir de casa, Jesús buscó el aislamiento más definitivo. Ahí fue donde lo encontraron sus discípulos, orando y, probablemente, esperando regresar a casa para desayunar. Pero Jesús les dijo que era momento de seguir adelante.

En casa y solitarios

Esta pandemia nos ha recluido en casa y hemos tenido, por amor, que aislarnos físicamente, ¡incluso dentro de nuestro mismo hogar! Esta situación es muy triste, y está provocándonos ansiedad y depresión. No es para menos. Estamos en una situación de encierro y solitud, dejando de ver y convivir con nuestro seres amados. Y a muchos hemos tenido que ver partir como consecuencia de este azote. ¡Pero tenemos que resistir! Soportar un poquito más, otro momento aún.

Pareciera que las palabras de Isaías 26:20 hubiesen sido escritas directamente para nosotros/as: “Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras de ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación.”

Escondidos, recluidos. Del francés, y directamente de los tiempos de la peste bubónica, nos ha llegado la palabra “calafatear” para indicar que estamos encerrados, como quien dice, “a piedra y lodo.”3 Encerrados, calafateados, así nos encontramos. Y no es fácil. Pero este pasaje del evangelio debe darnos esperanza, pues podemos estar seguros de que el mismo Jesús conoce perfectamente nuestra situación. Jesús también conoció el resguardo doméstico, el aislamiento y la soledad. Recordemos que pasó 40 días solitarios en el desierto después de su bautismo (Lucas 4:1-13).

Más aún, ¡podemos guardar esperanza! Jesús también sana en el hogar. Allí, en nuestra alcoba, en nuestra misma cama, ¡también podemos recibir la salud! En esta época, el hogar es la mejor clínica, tanto para prevenir como para cuidar. Sin duda hay casos que ameritan hospitalización y deben atenderse adecuadamente, pero la casa es donde nos encontramos la mayoría.

Nuevamente, no es una situación fácil estar en soledad y en encierro, ¡pero mantengámonos con fuerza!, ¡resistiendo! Sabiendo que Jesús mismo también pasó por algo así, que él también padeció lo que nosotros/as estamos pasando hoy. Sabiendo que en medio de esa desesperación y aislamiento, Jesús sanó y Jesús oraba, manteniendo el contacto con su Padre. En casa y solitarios, el día de hoy, Jesús también puede sanarnos, y nuestro Padre celestial puede hablarnos.


Notas

  1. Foucault, Michel, La hermenéutica del sujeto, Fondo de Cultura Económica, México, 2000.
  2. Baughan, Elizabeth, Couched in Death. Klinai and Identity in Anatolia and Beyond, The University of Wisconsin Press, Wisconsin, 2013, 216.
  3. Dibie, Pascal, Etnología de la alcoba: el dormitorio y la gran aventura del reposo de los hombres, Gedisa, Barcelona, 1987.