Comentario del San Lucas 2:1-14, (15-20)
Los evangelios de Lucas y Mateo son los únicos que nos presentan relatos sobre el nacimiento de Jesús.
Si bien ambos relatos presentan muchos paralelos, los materiales empleados por los evangelistas son diferentes, en pos de una estructuración narrativa que enfatiza desde el comienzo aspectos teológicos particulares que caracterizan a estos evangelios. Por ejemplo, Lucas será más explicito respecto al lugar social del nacimiento de Jesús, dando detalles que no aparecen en Mateo –el testimonio de trabajadores rurales (pastores), pesebre, etc. Mateo, por su parte, resaltará la conmoción política del nacimiento de un nuevo Mesías, quien es visitado por tres misteriosos magos de oriente que a su vez desatará las suspicacias, celos, furia y persecución de Herodes. En ambos casos, los evangelistas sitúan al nacimiento de Jesús como cumplimiento de las promesas de Dios a Israel (cfr. la profecía de Miqueas en 5:1 que emplaza a Belén como lugar de nacimiento del Mesías). Y lo relatan en forma análoga a las leyendas sobre nacimientos de héroes en la antigüedad: portentos astrales, teofanías, testigos/transeúntes, dan testimonio del carácter milagroso del nacimiento (en Mateo será la estrella y los magos, en Lucas será el ángel del Señor/luz y los pastores).
La narrativa lucana cuenta de tres partes bien definidas. En la primera (vv. 1-7), se sitúa el nacimiento de Jesús en un contexto histórico, político y geográfico. Estas tres dimensiones tendrán peso no solo en la presente perícopa, sino a lo largo de todo el evangelio de Lucas. La segunda parte, núcleo del relato, presenta una hierofanía con la aparición del Ángel del Señor que incorpora a dos grupos de testigos del nacimiento de Jesús: testigos humanos, los pastores, y testigos divinos, la multitud del ejército celestial. Es interesante observar que los primeros se comunicaran con contrapartes humanos (María y José… ¿también con el niño en el pesebre?) a fin de narrarles la pronunciación angélica sobre el nacimiento de Jesús como la llegada del salvador, el Mesías que es el Señor (cfr. v.11). El segundo grupo se comunica con el mismo Dios, alabándolo: el nacimiento del Mesías es tanto una manifestación de la gloria de Dios como la inauguración de la verdadera paz en la tierra (v. 14). Por último, la tercera parte (vv. 15-20) relata el testimonio de los trabajadores rurales y las distintas respuestas a lo que el Ángel les había comunicado: algunos se asombraban, otros alababan y glorificaban a Dios, y María, en cambio, “guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (v. 19). Distintos respuestas ante un hecho que todavía debe ser discernido en cuanto a sus alcances e implicancias.
En general cabe destacarse algunos detalles. Al comenzar la historia con la mención de César Augusto, la intención de Lucas es contraponer esta figura a la del verdadero Mesías y Salvador, nacido en la periferia, en las márgenes del mundo. Durante el primer siglo de la era cristiana existía un culto al Emperador que lo ensalzaba como salvador y promotor de la paz (imperial). Pero esta paz no es la paz que viene de Dios, ni este “salvador” es el ungido de Dios. Un segundo detalle es la figura del pesebre –un comedero para animales– que apunta no solamente a un dato económico-social, sino religioso: el niño Jesús yace en el pesebre como alimento y sustento del mundo. Finalmente, el relato sobre el nacimiento de Jesús pierde su contundencia si no es relacionado con el nacimiento arquetípico de lo divino en lo humano. Es el anticipo de la manifestación de lo sagrado en medio de nuestra frágil humanidad, que desenlaza un cambio en la personalidad de aquellos que ven en esta figura su verdadero “salvador.”
Sugerencias para la predicación
Durante esta época del año es común que nuestros niños y jóvenes presenten una obrita navideña que recrea el drama y el mensaje del nacimiento de Jesús. El nerviosismo y la excitación de los niños y jóvenes es contagiosa: ¿Qué personaje me tocó actuar? ¿Puedo ser uno de los pastores? ¿Quién hace de María? Y en el caso de Jesús… ¿pedimos prestado un bebé real o usamos un muñeco? Aunque no podamos expresar todo claramente con palabras, sabemos que estamos participando de una historia sin igual. Con la obrita no solamente comunicamos un mensaje, sino que aprendemos a través de la imitación, de la encarnación y del revestimiento de nuestras personas a través de un rol. Revestimos el misterio de Dios hecho hombre con personajes familiares, accesibles: los pastores, los reyes magos, María y José, el niño Jesús. Esta no es una obrita más, sino la celebración de un misterio que transforma nuestras vidas.
Al revestirnos y participar con estos personajes de un drama, también hacemos presente entre nosotros el “revestimiento” de Dios como ser humano. Es Dios mismo quien se reviste con un cuerpo real, vulnerable, que debe pasar por los mismos estadios de la vida como cualquier mortal. Más aún, un Dios que viene a nosotros no desde el centro del poder –sea este económico, político o religioso– sino desde la periferia, lo marginal, lo totalmente mundano.
¿Y por qué hace esto Dios? ¿Por qué entrar y revestirse de lo humano? ¿Cuál es el propósito de manifestarse entre nosotros en forma tan vulnerable como un bebé? Quizás aquí nos topamos con el misterio más sublime de Dios y de la existencia humana. Dios se reviste de lo mortal en un niño, una promesa de plenitud para nuestro mundo. A su vez, en este niño el mundo es revestido de Dios sin dejar de ser mundo. En este intercambio, sin embrago, perdura un sesgo de fragilidad: la vulnerabilidad propia de un bebé que hay que cuidar y dejar crecer…entre y en nosotros. Este es un Dios que se ha arriesgado a no ser Dios sin nosotros.
Un Dios que se acerca a nosotros. Un Dios que se hace uno de nosotros. Pero finalmente, un Dios que busca nacer en nosotros, revestirse con nosotros, hoy, ahora.
December 24, 2010