La víspera de Navidad: Natividad de Nuestro Señor

Las oposiciones de la Navidad

christmas candles with greens
Photo by Laura Nyhuis on Unsplash; licensed under CC0.

December 24, 2022

View Bible Text

Comentario del San Lucas 2:1-14, (15-20)



Lucas 2:1‑20

Lc 2:1-20 forma una unidad y corresponde a la unidad de la anunciación de Lc 1:26-38, según el modelo preferido por Lucas de promesa – cumplimiento. A la vez, guarda cierta independencia que se manifiesta en el hecho de que no hay referencias a la anunciación.

Internamente, se subdivide en una ubicación cronológica y situacional con los datos sobre el censo, vv. 1-5; el nacimiento de Jesús, vv. 6-7; el anuncio a los pastores de Belén con el canto de los ángeles, vv. 8-14; y la visita de los pastores a la familia, vv. 15-20.

Un breve repaso exegético

El señor de Roma

Vv. 1-3: Lucas sitúa el evento del nacimiento de Jesús en un momento preciso de la historia imperial: el empadronamiento ordenado por el emperador Augusto (en el mando desde el año 30 a. C. hasta el 14 d. C.). Enlaza así la historia de la salvación con la historia humana.

El emperador de nombre Octaviano había recibido el título de Augusto en el año 27 a. C. del Senado romano. Esta designación provenía del lenguaje cultual y denotaba una elevación sagrada. En griego se decía sebastós. En Roma aún no se trataba de una divinización propiamente dicha, pero el proceso tendía a ello, sobre todo en la parte oriental del imperio. Como hijo adoptivo de Julio César, otro emperador romano, que luego de su asesinato había obtenido el título Divino Julio, Octaviano-Augusto empleó también el título de Hijo del Divino. Además, se autodesignó Príncipe y Primer ciudadano; era Pontífice Máximo (es decir, supremo sacerdote); y en el año 2 d. C. recibió otro título más: Padre de la patria. Muchos contemporáneos veían en Augusto al gran líder de la paz, ya que había logrado un tiempo de tranquilidad luego de varios años de guerras intestinas. El cumpleaños de Octaviano recibió un halo religioso, y las ciudades griegas de la Provincia de Asia lo celebraban como el comienzo de una nueva era.

Después del año 27 se generalizaron los templos dedicados a la diosa Roma y a Augusto en todo el Oriente, penetrando la ideología del culto al emperador paulatinamente también en el Occidente, convirtiéndose en un decidido vínculo de la unidad del imperio romano y de pertenencia o lealtad incluso fervorosa.

El censo era un registro de toda la población y servía para la recaudación de impuestos.

V. 4: El traslado de Nazaret (Galilea) a Belén de Judea (unos 150 km, aproximadamente cinco días de viaje a pie por zona desértica) permite vincular mejor a Jesús con su ascendencia davídica, dado que David provenía del mismo pueblo.

Un Señor diferente

De manera casi imperceptible, el texto pasa del contexto geopolítico imperial al contexto familiar más íntimo de José y su esposa embarazada.

En el v. 7 se halla el cuadro central de lo que posteriormente llegó a adquirir tanta fama: el niño colocado en un pesebre, su madre al lado de él (y eventualmente un José al otro lado). La expresión hijo primogénito, además designar al primer hijo o hijo mayor de la familia, también conllevará un significado teológico: Jesucristo es el Hijo preexistente y único del Padre celestial (Heb 1:6); el único que existía antes que toda la creación (Col 1:15); el primero que resucitó de entre los muertos (Col 1:18; Ap 1:5); la cabeza de una familia espiritual compuesta por muchos hermanos (Rom 8:29).

El pesebre era un comedero dentro de un establo para los animales, en forma de batea hecha de arcilla o directamente de piedra.

La falta de lugar en el mesón (un hospedaje más que humilde) se debió sin duda a la afluencia de gente por el censo.

V. 8: También la historia de los pastores está construida sobre fuertes contrastes. El desprecio de los pastores era muy común en aquel entorno. Se los relacionaba con engaño, descuido y robo de los animales ajenos; no podían ser jueces ni testigos. La figura del buen pastor constituye una imagen aislada. Y precisamente estas personas despreciadas son las primeras a quienes Dios mismo anuncia el nacimiento del Mesías.

V. 9: El gran temor es clásico en las teofanías.

Vv. 10-12: El anuncio es un compacto cristológico insuperable. El gran gozo anunciado por el ángel se opone literalmente al gran temor del v. 9.
El anuncio no es abstracto, generalizado, un “poster.” Es personalizado para ustedes: os doy nuevas y os ha nacido. Tiene destinatarios concretos. El público lector puede sentirse incluido en la frase os doy nuevas.
Los sublimes títulos cristológicos sirven para caracterizar a un nene recién nacido: Salvador, Cristo y Señor. Son una síntesis de la persona y la obra de Jesús.

Los pañales y el pesebre son pilares contra toda ilusión, fantasía, visión, alucinación. También van contra lo que más tarde se llamaría “docetismo,” la idea griega y gnóstica que Dios no se encarnó de verdad, sino solo en apariencia (dokeo significa parecer en griego). Un dios griego alejado de todo no necesita pañales. El Dios del pueblo del pacto, el Verbo hecho carne (Jn 1:14), sí los necesita.

Un bebé nace en un lugar para animales y en total indigencia, cuyo símbolo de necesidad y miseria es un pesebre. Esta criatura es anunciada con las palabras más excelsas como el sujeto más importante del mundo. El texto crea un contraste llamativo entre la pobreza del nacimiento y sus resonancias trascendentales (ángeles –se sobreentiende enviados por Dios–, títulos mesiánicos) y cósmicas (irrupción del mundo celestial, resplandor, presencia del ejército celestial, doxología). En el otro extremo de la vida de Jesús, en su muerte, el público lector del evangelio de Lucas se encontrará con otro símbolo de miseria: la cruz, que acto seguido será sobrepasada por la gloriosa resurrección del crucificado. En Lc 24:52, el autor vuelve a mencionar el gran gozo cuando los discípulos vuelven a Jerusalén luego de la ascensión del Resucitado, formando así una inclusión con Lc 2:10. La inclusión era un procedimiento literario que consistía en repetir al final de un texto algún término, frase o idea del principio, dando a entender el autor de esta manera que había completado su proyecto literario. La reiteración del elemento inicial marcaba así el fin del texto. Un ejemplo brillante es el último versículo del Evangelio según Mateo, donde el Resucitado asevera su presencia que fuera anunciada ya en Mt 1:23 con el nombre de Emanuel y su traducción como Dios con nosotros.

Vv. 13-14: La gloria es atribuida a Dios; la paz es para la tierra y la gente. La formulación litúrgica antigua en la tierra paz para los hombres de buena voluntad proviene de la Vulgata, la traducción latina oficial de la Iglesia Católica. La Reina Valera 60 y la 95 dicen en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres. Estas formulaciones se deben a variantes en el texto griego. El texto griego más antiguo dice paz para los hombres que gozan de su favor (es decir, el de Dios) o en quienes él se complace.

La alabanza y la indicación de gloria y paz contienen más de lo que se nota a primera vista. Se trata por supuesto de una doxología, un hecho litúrgico profundamente enraizado en la tradición. El texto relaciona así al Cristo con la paz mesiánica, el Shalom. Pero el término paz también tenía una enorme carga política. La Pax romana era un concepto fuertemente instalado en todo el imperio. Se mantenía a fuerza de espada “gracias” a las legiones del ejército imperial que vigilaban todo el vasto imperio. La Pax romana o Pax augusta (o Augusti, de Augusto) era la paz que imponían los emperadores; una paz cuyas condiciones eran la victoria sobre los enemigos y la total sumisión de todos.

Se deduce que la paz realizada por Dios a través del Salvador es respuesta soberana y libre a situaciones de necesidad de todas las personas con carencias relacionales, espirituales, afectivas, socioeconómicas y otras.

Vv. 15-20: Los evangelizados deciden verificar por cuenta propia la verdad de lo anunciado. Se ponen en movimiento y constatan que el anuncio es correcto. Habiendo pasado por esta experiencia, se transforman en evangelizadores. El relato navideño recogió ese testimonio de los pastores, gente “no confiable” socialmente, como veraz. Fueron los primeros mensajeros del niño Salvador, Señor y Cristo. Lo mismo sucederá en la Pascua: las primeras personas que reciben y transmiten el mensaje de la resurrección fueron mujeres, imposibilitadas como testigos en los tribunales.

María, por su parte, guardando el mensaje y meditándolo, se convierte en creyente y en modelo de la comunidad que va creciendo en firmeza y en número. Con ello, Lucas coloca también las experiencias de la joven iglesia en las personas vinculadas a aquella Navidad.

Breve reflexión

La sumatoria de todos los elementos del texto invierte realmente al imperio. En Navidad, nace un Señor totalmente opuesto al señor de Roma. Su primera comunidad la componen una mujer ama de casa, un carpintero y un puñado de pastores de ovejas. Se reúnen a medianoche en un lugar ridículo. El texto navideño comienza hablando de un edicto promulgado por la autoridad descollante del gigantesco imperio y concluye con un humilde niño depositado en un establo para animales. Es casi imposible imaginarse un contraste mayor: la cabeza del mayor universo conocido en aquel entonces y un bebé en un lugar inmundo. Palacios, castillos, legiones, desfiles, abundancia, lujo y derroche por un lado; y ni siquiera una cama en una humilde choza, sino un establo o una cueva para animales por el otro.

Creer que esa criatura tiene algo de especial ya es un acto heroico de fe; y más aún lo es creer que es el enviado de Dios, el Mesías o Cristo, el Señor y Salvador. La oposición entre lo visible, evidente y palpable por un lado y la profundidad insondable y misteriosa de la fe da forma sustancial al relato de la escena angelical, pues la alegría en el cielo y su efecto sobre un par de personas trabajadoras se basan en el anuncio de Dios y no en lo que está a la vista.

Ubicar la llegada de la salvación en un establo en Belén, de por sí un rincón insignificante, significa polemizar frontalmente con las pretensiones divinas del emperador de Roma con un nombre programático: Augusto, el Divino. Es polemizar con una política estatal que se encamina hacia la veneración religiosa de su cabeza. Es afirmar una opción contracultural de Dios e invitar a la fe en ese Dios que llega a esta humanidad en el niño Jesús, el Salvador que no aparenta serlo, el Mesías sin brillos ni resplandores. El Señor que morirá por la humanidad en la cruz y que resucitará en gloria y para salvación de quienes creen.

Rumbo a la predicación

La predicación puede partir de la tajante oposición entre el enorme imperio romano y el paupérrimo pesebre, entre la autoridad terrenal suprema de aquel entonces y un recién nacido en una cueva postergada en algún lugar del Oriente, para plantear entonces el “salto” de la fe: creer en Jesucristo, en el Dios hecho ser humano, implica creer contra toda apariencia; significa arriesgarse y colocar la confianza en alguien que para los criterios comunes es insignificante y demasiado humilde. De allí la predicación puede pasar a la oposición flagrante entre el imperio comercial y social de los desbordantes festejos de la Navidad en nuestra sociedad actual y la escandalosa falta de lugar para el Salvador. Por lo visto, dos mil Navidades no lograron convencer a la humanidad de que Dios no se muestra en lo ostentoso y ruidoso, sino en lo humilde, la cruz, el dolor, el perdón, la paz del Cristo de Belén, el misterio de la resurrección.

La predicación puede invitar a celebrar a Cristo y su obra en los siguientes términos:

  • Creemos en Jesucristo, un Señor y Salvador totalmente opuesto en todo sentido a los parámetros de la sociedad regida por poder, gloria, importancia, riqueza, prestigio, estatus. Navidad es una preciosa ocasión para renovar (o iniciar) la fe en este Señor.
  • Tenemos el privilegio de ser una comunidad alternativa, en la que ha de haber amplio espacio para personas con temores, marginadas, pobres, no queridas, desconsoladas, etc.
  • Cada persona evangelizada es una persona evangelizadora. ¿Lo asumimos? ¿Cómo lo hacemos?