Sexto Domingo de Pascua

Una sanación de orden moral

Colorful Hope sign in garden
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May 22, 2022

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Comentario del San Juan 5:1-9



El leccionario común prevé la lectura de la curación del paralítico de Betesda en Juan 5:1-9 como alternativa para este sexto domingo de Pascua. Podría parecer sorprendente o curioso predicar sobre una sanación ocurrida durante el ministerio de Jesús en vez de centrar la reflexión en el adiós de Jesús a sus discípulos, que es la otra lectura del evangelio propuesta por el leccionario para este domingo (Juan 14:23-29). En realidad, no hay que extrañarse, pues todo el evangelio de Juan está tornado hacia el misterio pascual de la muerte y la resurrección de Cristo, o como San Juan lo pone: la “hora” de pasar de este mundo al Padre (Juan 13:1), o la “hora” para que el Hijo del Hombre sea glorificado (Juan 12:23). Ya desde el primer signo de Caná el ministerio está tornado hacia su “hora” (Juan 2:4). Todo el evangelio se presta pues a meditar el misterio de nuestra salvación que la Pascua de Resurrección celebra. Pascua es también levantarse, caminar y emprender una nueva vida.

Jesús sana a un hombre incapacitado para caminar por treinta y ocho años. El hombre espera sanar, pero nunca llega a tiempo al agua del estanque, pues su enfermedad le impide competir en velocidad con los otros enfermos. Los vv. 3b-4 explican que se creía que un ángel de Dios bajaba al estanque de vez en cuando y agitaba el agua, pero sólo sanaba el primero que llegaba al agua en aquel dichoso momento. Los manuscritos más antiguos no tienen dicha explicación, pues les falta ese versículo y medio. Sea como fuere, el paralítico de Betesda parece haberse resignado a su fatal destino de tener que vivir con su incapacidad. Jesús lo saca de su torpor preguntándole si de veras quiere sanar. Queda claro que el objetivo principal de la sanación es de orden moral, pues Jesús no se dirige a ninguno de los otros enfermos. Sólo la actitud derrotista y desmoralizada del paralítico a quien le habla le ocupa. La manera en que Jesús lo sana es de mucha importancia también: no entra en juego para nada el agua del estanque, sino que le llama a levantarse, tomar su camilla en mano y andar. Contrasta con la curación del ciego de nacimiento un poco más tarde, en la que Jesús ordena al ciego que vaya a lavarse al estanque de Siloé (Juan 9:7). Cada detalle cuenta en los relatos de San Juan, pues su objetivo es hacernos ver mejor, más allá de lo evidente a primera vista (Juan 1:49-51).

Dado el simbolismo de la escena, el personaje del paralítico sirve de interpelación moral para toda persona que lee el evangelio. No se trata de un relato que ilustre simplemente el poder curativo de Jesús sobre nuestras enfermedades y dolencias físicas. En cierto modo, todos/as padecemos de una cierta parálisis, cuando no vemos cómo podrían ir mejor las cosas para nosotros/as. A veces los accidentes y las enfermedades nos derrumban, nos desmoralizan al punto que ya no nos levantamos de nuevo. No es cuestión de minimizar el dolor o el sufrimiento físico de tantas personas enfermas – como las que yacían al borde del estanque de Betesda. Claro está que el Dios de Jesús tiene compasión por toda persona enferma que sufre en su cuerpo. Ello es parte de la condición humana, biológicamente frágil, y expuesta al dolor en carne y hueso. Sin embargo, el evangelio dirige nuestra atención en este episodio hacia lo que sí podemos hacer dentro de nuestra condición. En el caso del paralítico, él puede escuchar la voz de Jesús y el llamado a salir de su letargo. La primera vez que Jesús le habla, el paralítico no llega a escuchar en su foro interior. Responde con una explicación que lo exonera de todo esfuerzo. Ya van casi cuarenta años en que se mantiene en la misma posición y se repite a sí mismo que nada puede hacer. La verdadera sanación tiene lugar cuando el paralítico oye la voz de Jesús decirle “Levántate, toma tu camilla y anda” (v. 8). El hombre deja la voz de Jesús entrar y resonar y abrir posibilidades que él ya no veía. De cierta manera, Jesús lo sana también de su sordera y de su ceguera. Ya no espera la agitación del agua del estanque. Ya no mira con envidia a los otros enfermos que pueden bajar rápido cuando esto sucede. Ya no hace reproches a los demás por no ayudarle. En un instante, su vida bloqueada ha sido liberada del peso con que él mismo se había hundido en la conmiseración y el rencor. Un paso a la vez, no sólo camina, sino que también lleva su camilla por donde va. Empieza una nueva vida al oír a Jesús y responder a su llamado.

Vale la pena compartir una pequeña anécdota aquí. A finales de setiembre del año pasado me rodé las escaleras y me rompí el hueso calcáneo del talón derecho. Fue muy doloroso físicamente. Tuve cirugía, permanecí enyesado tres meses, echado con el pie estirado arriba para bajar la hinchazón y favorecer la sanación. Me tomó tres meses más volver aprender a caminar, paso a paso, con mucho esfuerzo, ejercicios y fisioterapia. Bendigo pues al cirujano, a la fisioterapeuta y a todas las personas que me ayudaron. Este accidente me permitió imaginar mejor en mi propia carne – aunque sea modesta y temporalmente – lo que sufren tantas personas incapacitadas físicamente. Pero debo confesar que la lucha principal que tuve que librar fue en mi alma. Yacía yo al pie de la escalera con dolor agudo cuando acababa de suceder el accidente y me llené de cólera contra mí mismo por no haber prendido la luz. Un simple gesto prudente hubiera podido evitar tanta complicación. Fue una de las primeras cosas que le dije a mi esposa cuando acudió a socorrerme. Ella trató de consolarme y apaciguarme, pero me era muy difícil oír esas palabras. Yo estaba ensordecido y enceguecido por mi obsesión de controlar mi vida y maximizar el tiempo evitando accidentes. Me tomó un mes y medio por lo menos desaferrarme de esa cólera, abriendo paso a la sanación interior. El amor y la paciencia de mis seres queridos vencieron mi resistencia y terminé escuchando lo que tenía que oír. Fue más fácil dejar las muletas de lado que la cólera y el afán de control sobre mi vida a los que me aferraba.

El evangelio dice la verdad: para levantarse, caminar y vivir primero hay que escuchar: “Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán” (Juan 5:25).