Second Sunday after Epiphany (Year C)

En el Comienzo hubo Fiesta

The Miracle at Cana
The Miracle at Cana, image by Fr. Lawrence Lew, O.P., via Flickr; licensed under CC BY-NC-ND 2.0.

January 17, 2016

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Comentario del San Juan 2:1-11



En el Comienzo hubo Fiesta

El Evangelio de Juan comienza con el prólogo sobre la Palabra hecha carne.  Sigue con el encuentro con Juan el Bautista, “la voz de uno que clama en el desierto” (1:23). Describe el descenso del Espíritu “como paloma” (1:32) en el bautismo de Jesús, el “Cordero de Dios” (1:29 y 36). Se nos anuncia que el Espíritu morará y permanecerá en él (1:33) y hará posible todo lo demás. De inmediato, Jesús llama a sus primeros discípulos. Por lo tanto, cuando llegamos a nuestro texto, todo parece listo para que comience de lleno el ministerio de Jesús. Si bien ya ha sembrado algunas pistas, el evangelista Juan todavía no nos ha dejado saber de qué manera Jesús va a mostrarles las “cosas mayores” y el “cielo abierto” (1:50-51) a sus discípulos y discípulas, y por ende a nosotros y nosotras. Lo hará llevándonos por un camino que al principio pareciera un desvío: la celebración de unas bodas en Caná, a las que asiste Jesús junto a su madre y un grupito de seguidores y seguidoras. Este relato acerca de un acto alegre y festivo donde Jesús termina siendo quien provee milagrosamente el vino—y no cualquier vino, sino un vino excelente—es la bisagra que nos conecta con todo el resto de su ministerio. Como subraya el evangelista Juan, es un “principio de señales” por el cual “manifestó su gloria,” provocando la fe de sus discípulos (v. 11).  

La escena de las bodas de Caná evoca imágenes bíblicas tales como el banquete escatológico, el vino nuevo en odres nuevos, la última cena o la vid y los pámpanos.  El problema que surge en la fiesta, tal como lo presenta de manera sucinta la madre de Jesús, es que se han quedado sin vino (v. 3). La respuesta de Jesús a María nos descoloca: “¿Qué tiene que ver esto con nosotros, mujer? Aún no ha llegado mi hora” (v. 4). Decirle “mujer” a su madre, si bien no es una falta de respeto, marca una cierta distancia: lo que vaya a hacer Jesús de aquí en más, cuando “llegue su hora” de actuar en el mundo en respuesta a su llamado, no será fácil para María ni para el resto de su familia (mencionados en el v. 12). La dinámica familiar está por cambiar. Las señales y acciones mesiánicas de Jesús, si bien desbordan de vida abundante, paradójicamente lo terminarán llevando a la muerte en la cruz. Aunque la muerte no tenga la última palabra y desde el principio Juan nos dé a entender que Jesús es la resurrección y la vida (11:25), no será fácil para su madre sobrellevar el destino de su hijo. Por ahora, María responde serenamente. Simplemente les indica a quienes sirven en la fiesta que sigan las instrucciones de Jesús, y así lo hacen. Jesús les pide que llenen unas tinajas con agua, y cuando sacan un poco y se lo hacen probar al encargado del banquete, resulta que es vino, y del bueno.

La idea de que el agua puede ser reemplazada por vino no es inusitada en el contexto cultural de Jesús. Por ejemplo, Filón de Alejandría, filósofo y contemporáneo judío de Jesús, interpreta de modo sugestivo el texto de Gn 14:18, donde Melquisedec saca pan y vino, los bendice y se los ofrece a Abram. Para Filón, ese vino que Melquisedec ofrece “en lugar del agua” representa una “bebida pura” para nuestras almas, que les permite una “divina intoxicación que es más sobria que la sobriedad misma.”[1] A diferencia de lo que ofrece Melquisedec, sin embargo, aquí la cantidad de vino es enorme. En cada una de las seis grandes vasijas de piedra que se usaban para los ritos de purificación habrían cabido unos 80 litros de líquido. Quiere decir que en términos actuales se trataría del equivalente a cientos de botellas—prácticamente una bodega entera. No hace falta espiritualizar el vino: es simplemente vino para disfrutar en la fiesta. A su vez, tiene un valor simbólico, pues el gesto de Jesús alude a la abundancia y la plenitud de la economía divina, a la forma de ser y de actuar de Dios en el mundo.

La abundancia sorprendente aparece a lo largo de todo el evangelio de Juan, tanto antes como después de la muerte de Jesús. Su discípula María de Betania le unge los pies en un gesto extravagante, utilizando “una libra de perfume de nardo puro”: la casa entera se llena del aroma (12:3). Nicodemo provee “como cien libras” de un compuesto de mirra y de áloes para embalsamar el cuerpo del Crucificado (19:39). El Resucitado les indica a los discípulos que han salido a pescar dónde echar la red, y Pedro saca la red “llena de grandes peces, ciento cincuenta y tres” (21:6-11). El ejemplo tal vez más conocido de la abundancia vinculada al accionar de Jesús es la alimentación de las miles de personas que Juan describe en el capítulo 6. Jesús multiplica los cinco panes de cebada y los dos pescados aportados por un muchacho, de tal modo que todas las personas presentes se sacian y aun así sobran doce cestas de pan.

Jesús, el “agua viva” (4:10), el “pan de vida” (6:48) y la “vid verdadera” (15:1), sacia de manera profunda el hambre y la sed de los seres humanos. De modo anticipado, quienes participan de su fiesta, experimentan algo de la promesa escatológica de Dios: “aquel día” en el cual “cada uno de vosotros convidará a su compañero, debajo de su vid y debajo de su higuera” (Zac 3:10). En las bodas de Caná nos encontramos con un Jesús que comienza su ministerio en una fiesta. Lo que podía parecer un desvío al comienzo de su ministerio resulta ser una clave para entender el carácter festivo y abundante de la buena noticia. Jesús ha venido a traernos una vida que inunda todos los sentidos y que responde a nuestras necesidades tanto físicas como espirituales (Jn 10:10).

[1] Filón de Alejandría, Legum Allegoriae III, citado en C. H. Dodd, Interpretación del Cuarto Evangelio, (Madrid: Cristiandad, 1978), 300.