Segundo Domingo después de Epifanía

La gloria del Hijo

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Image: Juan de Flandes, Detail from "The Wedding Feast at Cana," 1500; licensed under CC0.

January 19, 2025

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Comentario del San Juan 2:1-11



El Evangelio de Juan comienza con la narración de una serie de episodios que introducen el ministerio público de Jesús. En las primeras escenas aparece en primer plano el testimonio del Bautista (1:19–34), y en las siguientes Jesús comienza a actuar invitando a los discípulos a acompañarle o conversando con ellos (1:35–51). Nuestro relato es el primer signo que hace Jesús en presencia de sus discípulos y en el que manifiesta su gloria. Esta revelación de Jesús dará lugar a un progresivo descubrimiento de su identidad por parte de los discípulos, que culmina en una declaración explícita de su fe en él como el Mesías, Hijo de Dios, en 20:30–31.

El marco temporal del evangelio puede servir de clave para la comprensión de la misión de Jesús y la ubicación de nuestro relato en el conjunto del evangelio. En este relato se hace alusión explícita a “la hora” como el momento de la manifestación de la gloria del Hijo. En el versículo 4 Jesús dice: “Todavía no ha llegado mi hora,”[1] indicando que estamos en los comienzos del evangelio, pero luego en 13:1 encontramos que “Jesús sabía que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre,” esto referido a su pasión. Es decir, Jesús manifiesta su gloria con su muerte, porque es el momento en que el Padre muestra su poder sobre el mal y la muerte al resucitar a su Hijo. Pero en el contexto del primer signo que nos ocupa en esta ocasión, al convertir el agua en vino, Jesús igualmente manifiesta su gloria al mostrar su poder, un poder que le viene del Padre, y así va anunciando a los discípulos y a los/as creyentes en general que este poder se manifestará de modo definitivo al final, al triunfar sobre la muerte.

Esta escena, además, está vinculada con las escenas anteriores del evangelio a través de otro marco temporal que comprende siete días. Así, en 1:19–29 transcurre el primer día. En 1:29, 35, 43 encontramos tres veces la expresión “al día siguiente,” es decir que transcurren cuatro días. En el versículo 1 de nuestro texto se indica que estamos “al tercer día,” con lo cual este primer signo se ubica en el “tercer día” después de los cuatro ya transcurridos, o sea, en el “día séptimo” con todo lo que esto implica en la simbología y teología bíblica. “Al tercer día,” o “al cabo de tres días” evocaba el momento de la intervención de Dios en la tradición judía (Ex 19:1, 11, 16; Os 6:2; y ya en el Nuevo Testamento, 1 Co 15:3–5) y el día séptimo nos remite a Gén 2:2 cuyo equivalente es “el primer día de la semana” (Jn 20:1), también referido a la acción salvífica de Dios. Todo esto indica que con el episodio de la boda de Caná entramos en una nueva etapa de la manifestación de la salvación ofrecida por Dios en Jesús.

El relato consiste en la transformación del agua en vino en el contexto de una boda. Los símbolos que aparecen son muy evocadores, como el hecho de que las tinajas de piedra eran seis y contenían el agua que utilizaban los judíos para las purificaciones rituales, lo cual indica la transición del mundo judío al mundo cristiano. También se produce la intervención de un mayordomo, de unos sirvientes y del novio, cada uno con una función muy específica. Los “sirvientes” o “criados” tienen la función de “llenar” las tinajas de agua “hasta el borde” y “llevarlas” al mayordomo. El mayordomo es quien prueba el agua convertida en vino y habla directamente con el novio, confirmando la calidad superior del vino. No se habla de la novia, pero en cambio aparece con un cierto protagonismo “la madre de Jesús.” Ella tiene la función de percibir la carencia del vino y dar las indicaciones a los sirvientes, remitiéndolos a hacer la voluntad de Jesús. “Sus discípulos” son el sujeto del último verbo del relato: “creyeron en él” (v. 11). Jesús, por su parte, es el sujeto de dos verbos importantes: “hizo” (referido al signo o milagro) y “manifestó” (referido a su gloria).

El narrador desvela al lector que en este signo se manifestó la gloria de Jesús y nos invita de esta forma a buscar el sentido cristológico del mismo. Según las tradiciones proféticas, este signo contiene claras referencias a la expectativa mesiánica presente en el judaísmo del tiempo de Jesús. En Amós 9:13–14 aparecen los dos elementos claves del agua y vino como el momento en el que se dará la restauración de Israel por parte del Mesías. En Isaías 25:6–10 se habla del vino bueno y de calidad como símbolo del tiempo mesiánico. Por consiguiente, al transformar el agua de las purificaciones en un vino excelente Jesús se revela como el que ha venido a inaugurar los tiempos mesiánicos, según el tiempo o “la hora” indicada (Jn 2:4; 7:30; 8:20; 12:23, 27; 13:1; 17:1). Se trata de la hora definitiva de Jesús, la de su glorificación en la que pasará de este mundo al Padre. Adicional a esto, la figura del “banquete” también aparece en la tradición profética referida a la acción salvífico-escatológica de Dios: Os 2; Is 1:21–26; 5:1–7; 49:54; 62; Ez 16; Bar 4–5.

Como resultado de esta manifestación de su “gloria,” sus discípulos creyeron en él, concluyendo así un itinerario de fe que comenzó con el testimonio de Juan. Se trata de un itinerario que evoca el proceso seguido por el primer núcleo de la comunidad joánica, algunos de cuyos miembros habían sido antes discípulos del Bautista.

Los/as creyentes, al presenciar este primer signo, comprendemos que el poder de Dios se ha manifestado en Jesús a lo largo de toda su vida y ministerio. Como iglesia, al igual que su madre, tenemos la función de indicarle las carencias y necesidades de la comunidad, aquellas sombras que deben ser iluminadas por la luz de su gloria. Además, como creyentes estamos invitados/as a contemplar su gloria desde el momento mismo de su encarnación, cuando “el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, lleno de amor y verdad. Y hemos contemplado su gloria, gloria que como Hijo Único recibe del Padre” (Jn 1:14), a lo largo de su ministerio en cada uno de sus signos, y al final en la cruz, al morir y ser resucitado por Dios Padre.


Notas

  1. Mis citas son de la Biblia de Jerusalén.

Referencias

Guijarro Oporto, Santiago. Los Cuatro Evangelios, Salamanca: Sígueme, 2010.

Moloney, Francis. El Evangelio de Juan, Estella: Verbo Divino, 2005.