Tercer Domingo de Pascua

Los Evangelios narran al menos siete apariciones de Jesús después de su resurrección.

Two Sons
"Two Sons," James Janknegt.  Used by permission from the artist. Image © by James Janknegt.  Artwork held in the Luther Seminary Fine Arts Collection, St. Paul, Minn.

April 14, 2013

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Comentario del San Juan 21:1-19



Los Evangelios narran al menos siete apariciones de Jesús después de su resurrección.

La que nos ocupa en este momento tiene lugar en el Mar de Tiberias, donde Jesús se aparece por tercera vez a sus discípulos (v.14), específicamente a siete de ellos que se encontraban pescando: Pedro, Tomás, Natanael, los hijos de Zebedeo (Jacobo y Juan) y dos discípulos más.

El Mar de Tiberias, llamado así en honor al emperador romano Tiberio, es conocido también como el Mar de Galilea o Lago de Genezareth. Este lugar es importante para el cristianismo porque Jesús caminó sobre sus aguas, allí se realizó la pesca milagrosa, y en sus alrededores predicó a multitudes y produjo el milagro de la multiplicación de los panes y los peces.

No sabemos cuánto tiempo ha pasado después de la primera aparición de Jesús, ni el tiempo en que los discípulos han permanecido en Galilea. Lo que sí sabemos es que estos pescadores, al estar frente al lago, reviven viejos recuerdos y deciden ir de pesca. Pedro toma la iniciativa y el resto lo acompaña. Las esperanzas de obtener una buena pesca se convierten en derrota cuando al amanecer aún no han obtenido nada. Mientras  ellos intentan pescar, Jesús llega a la orilla y los saluda. Ellos no lo reconocen, pero cuando él les indica el lugar exacto donde tirar la red, Juan reconoce al Maestro, pero es el impulsivo Pedro quien se lanza al mar para llegar antes que los demás a la playa. Jesús ha preparado el desayuno e invita a sus discípulos a comer. Ellos lo han reconocido pero no se atreven a preguntarle: “¿Tú, quién eres?”

Jesús comparte con ellos el pan y el pescado, y después de haber comido se dirige a Pedro para comisionarle la labor de pastorear y cuidar el rebaño del Señor. En una experiencia similar con el maestro, éste les había prometido a Pedro y a su hermano Andrés hacerlos pescadores de hombres (Mateo 4:19 y Marcos 1:17). Ahora se dirige exclusivamente a Pedro y lo comisiona para ser pastor de ovejas. La idea que el escritor del Evangelio mantiene sobre el tema del Buen Pastor se deja ver en este relato. Pedro debe convertirse en ese pastor idóneo, dispuesto a amar (ágape) de tal modo que éste dispuesto a ofrecer su propia vida a causa de sus ovejas.

Jesús inicia la conversación con una pregunta: “¿Me amas más que éstos?” A la memoria de Pedro llegan imágenes de unos días atrás, cuando él había proclamado su amor por Jesús, asegurando que estaría dispuesto a morir por su Señor, pero terminó negándolo tres veces. Sin embargo le contesta: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero, sin comparar su amor con el del resto de los discípulos. ¡Cuán diferente es ahora la actitud de Pedro en comparación con la manifestada en Lucas 22:33 y Mateo 26:33!

Cuando leemos este pasaje en castellano, no apreciamos la riqueza  del verbo amar, pero en el idioma griego es muy rico en significados. Los griegos utilizaban tres palabras para referirse al amor1: Ágape, Philio y Eros. Los dos primeros son mencionados en la Escritura. Eros se refiere al amor sensual. El amor Philio se da entre familiares y amigos, y denota un afecto entrañable. Phileo o Philio no se usa nunca en ninguno de los casos en la Biblia en que se nos manda que amemos a Dios. Ágape expresa el amor verdadero y divino. Aparece en Juan 17:26 como la actitud de Dios hacia su hijo y en Juan 3:16 como el amor de Dios hacia la raza humana. También se utiliza para mostrar la naturaleza esencial de Dios en 1 Juan 4:16. Tiene que ver  con el respeto, la estima y amor aun a quienes no nos aman. En el pasaje en estudio, el evangelista Juan lo utiliza en el presente indicativo: agapâs me (¿me amas?).

Aunque el Nuevo Testamento presenta a Pedro como un varón impetuoso, temperamental, valiente y autosuficiente, Jesús reconoce en él cualidades idóneas para ser el pastor ideal. Él será el encargado de apacentar sus corderos, es decir que los conducirá a terrenos con verdes pastos (Sal 23) y los cuidará mientras pacen. Este es el mismo Pedro, que tiempo atrás, creyéndose autosuficiente y capaz de soportar cualquier prueba por amor a Jesús, cae en desgracia y niega a su maestro. Ahora es confrontado nuevamente por el Señor, y no se le advierte que será zarandeado por Satanás (Lucas 22:31), sino que por el contrario se le asignan tareas como: cuidar, alimentar, proteger, sostener y guiar las ovejas que pertenecen a su maestro. En este nuevo trabajo debe primar la humildad porque el amor ágape exige que nos demos a los demás sin reserva y sin esperar nada a cambio.

Hoy el Señor se dirige a nosotros y a nosotras y nos repite la misma pregunta: “¿Me amas?” No basta con una respuesta positiva. Es necesaria una acción contundente que demuestre ese amor. Jesús se anticipa a cualquier reacción y nos pide: “apacienta mis corderos” (v. 15).

Un pastor debería apacentar las ovejas así:

  1. Estar pendiente de sus necesidades básicas: brindarles alimento, protección, techo y un sentido de seguridad.
  2. Criarlas con un propósito definido: obtener de ellas lana, leche, carne o utilizarlas para cruce.
  3. Estar pendiente de su salud (cuidarlas de los parásitos).
  4. Ser consciente de que, dependiendo de su edad, tienen diferentes necesidades.
  5. Obtener provecho de ellas.

De manera similar, también los nuevos creyentes deben recibir cuidados especiales. Así como las ovejas deben tomar el calostro de su madre para crecer sanos y evitar enfermedades, los nuevos creyentes deben recibir los primeros rudimentos de la fe que les ayuden en primer lugar a reconocer y confiar en su pastor. Pues él o ella será la persona que los o las guiará en el proceso de crecer en la fe. Este trabajo no debe verse exclusivamente desde el ámbito religioso (enseñar doctrina) sino que debe abarcar todas las necesidades de nuestro hermano o nuestra hermana en la fe (alimento, techo, trabajo, cuidado, autoestima, etc.).  Esta labor requiere que pongamos en práctica el amor ágape, ese amor desinteresado que busca el bien del otro y la otra. Por lo tanto, si amamos al Señor, cumplamos con el trabajo asignado de apacentar sus ovejas.



1http://diccionariodelabiblia.blogspot.com/2008/01/amar.html