Comentario del San Lucas 19:28-40
El texto que tenemos delante es el que narra el acontecimiento que tradicionalmente llamamos “domingo de ramos,” ¡excepto que en esta versión no hay ramos!
[¿Buscas un comentario sobre San Lucas 22:14—23:56? Fíjate en este 2019 comentario para el Domingo de la Pasión de Hanzel José Zúñiga Valerio.]
En vez de ramos, la gente1 usa su propia ropa y mantos para formar una “alfombra roja” para Jesús. Están entusiasmados porque ven en Jesús al Mesías anunciado por los profetas, y su ascensión a la ciudad santa como el comienzo del reinado de Dios a través de él, su ungido (véase Lucas 19:112). Por lo tanto, este no sólo es un evento espiritual, sino también un evento político. Así lo entienden los líderes fariseos que acompañan a Jesús. Cuando escuchan el clamor del pueblo: “¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor!” (v. 38) parecen asustarse (así pasó también con los saduceos y los sumos sacerdotes; ¡los poderosos tiemblan cuando el pueblo se despierta! – véase Lucas 22:2), y por eso le piden a Jesús que les mande a callar (v. 39), quizás sabiendo que al ocupante del trono en aquel momento no le agradaría mucho escuchar al pueblo proclamando a otro como su rey legitimo. La respuesta podía ser contundente y aterradoramente violenta, como eventualmente ocurrió. Pero Jesús se niega a callarlos; más bien afirma: “Les digo que si estos se callan, las piedras gritarán” (v. 40).
De manera que este texto tiene algo para enseñarnos sobre la dimensión política de la fe. Si bien es cierto que Jesús en otra ocasión afirma que su reino no es de este mundo (Juan 18:36), dicho reino tiene implicaciones para todos los reinos (órdenes políticos y económicos) “de este mundo.” Como dijo el anciano Simeón cuando presentaron al niño Jesús en el templo: “este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan o se levanten. Él será una señal que muchos rechazarán, a fin de que las intenciones de muchos corazones queden al descubierto” (Lucas 2:34-35). Cuando contrastamos las acciones de Jesús con las acciones de muchos de los líderes y gobernantes de su época, “las intenciones de muchos corazones quedan al descubierto.”
¿Por qué el pueblo está tan feliz de que Jesús, precisamente Jesús, entre a Jerusalén como el Mesías prometido? El entusiasmo del pueblo por Jesús corresponde al amor que Jesús les ha mostrado a través de los años. Vale aclarar que esta multitud que proclama rey a Jesús está compuesta mayoritariamente por personas que habitaban los márgenes de su sociedad, no el centro. Son los que el mundo llama pobres, miserables, desposeídos, pero que Jesús llama bienaventurados (Lucas 6:19-26) y herederos del reino (Lucas 6:20). Jesús ha vivido su vida adulta en solidaridad con ellos (por ejemplo, en Mateo 8:20 Jesús les dice a dos griegos que lo querían seguir: “Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza”). Jesús ha dedicado su ministerio a curar a los enfermos, a alimentar a los hambrientos, a liberar a quienes estaban atados por poderes demoníacos, a levantar a los caídos, a dar vista a los ciegos, a restaurar la dignidad de los marginados, a perdonar a quienes vivían arrastrando culpas insoportables, y enseñándole a ellos, no a los sabios y entendidos, la poderosa palabra del evangelio (Lucas 10:21 dice: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido”). Jesús, siendo el Mesías, el Hijo de Dios, “Señor de Señores,” usa su poder para servir al pueblo mientras que los mandatarios de “este mundo” (como Herodes, Pilatos y el César) usan su poder para servirse del pueblo. Unos someten al pueblo a la obediencia a filo de espada trepados en sementales intimidantes, haciéndoles súbditos miserables; Jesús les llama bienaventurados y echa su suerte junto con la de ellos, caminando entre ellos en un simple pollino (no montado a un caballo que era símbolo de guerra y poder a filo de espada). Por eso el pueblo lo reconoce como su rey, tenga o no títulos oficiales. Y usan su propia ropa para proporcionarle alfombra roja para su entrada triunfal.
A la hora de predicar, este texto nos da la oportunidad de alumbrar con la luz del evangelio la labor que están realizando nuestros propios líderes políticos, sociales y eclesiales. ¿Cómo se mueven nuestros líderes entre el pueblo que lideran, a caballo o en pollino? ¿Mandan con el poder de la intimidación o de la inspiración? Como preguntarían en Chiapas: ¿mandan mandando o mandan obedeciendo?3 ¿Cómo se sienten las personas y grupos más vulnerables de la comunidad bajo su liderazgo, bienaventurados o miserables? Hay que recordar que quienes mandan están mandando pueblo ajeno y en nombre de otro porque, ¿acaso no dijo el salmista que “del Señor es el mundo entero, con todo lo que en él hay, con todo lo que en él vive” (Salmo 24:1)? Entonces quienes gobiernan, a pueblo de otro gobiernan, y a su creador tendrán que rendir cuentas por cómo usan su poder. Cada lágrima que sequen y cada gota de sangre que derramen queda inscrita en el libro al otro lado de la eternidad, y por todo ello tendrán que dar cuentas. Es responsabilidad de la iglesia recordarles a los líderes políticos, sociales y eclesiales que el poder que tienen lo tienen para la bienaventuranza del pueblo y especialmente de los más vulnerables; no para su propio beneficio o la inflación de sus egos o de sus cuentas de banco. También tenemos que aplicar esto al liderazgo de nuestras propias iglesias. ¿Pastoreamos a caballo o en pollino? ¿Y qué tal los demás lideres de nuestras iglesias, desde los consejos, concilios y comités hasta los voluntarios? ¿Cómo llevan a cabo sus responsabilidades y cómo tratan a los demás, a caballo o en pollino? Como dice 1 Juan 2:6: “El que dice que está unido a Dios, debe vivir como vivió Jesucristo.” Ciertamente nadie puede igualarse a Jesús, pero la pregunta es si nos motivan la fe y el amor como a Jesús o si nuestras motivaciones son otras. La vida y palabras de Jesús hacen “que las intenciones de muchos corazones queden al descubierto” (Lucas 2:35).
Por último, este texto nos invita también a examinar qué imagen tenemos de Dios. ¿Imaginamos a Dios a caballo o en pollino? Es interesante que en la historia del pensamiento cristiano la imagen de Dios se fue aproximando cada vez más a la imagen del César, sentado en su trono (celestial) triunfante, y se olvidaron del pollino. Si Jesús, el Cristo, es “la imagen visible de Dios, que es invisible” (Colosenses 1:15), entonces nuestra imagen mental de Dios debe ser modelada a base de Jesús, ¡no del Cesar! ¿Cómo imaginamos que Dios usa su poder? ¿Como el César desde su caballo o como Jesús desde la cruz? Como escribió el apóstol Pablo, reflexionando acerca del poder de Dios: “para los que Dios ha llamado, sean judíos o griegos, este Mesías [crucificado] es el poder y la sabiduría de Dios. Pues lo que en Dios puede parecer una tontería, es mucho más sabio que toda sabiduría humana; y lo que en Dios puede parecer debilidad, es más fuerte que toda fuerza humana” (1 Corintios 1:24-25).
La entrada triunfal de Jesús en la ciudad santa anticipa su regreso triunfal para por fin inaugurar el reino de Dios. Pero ese reino, ¿vendrá a caballo o en pollino? ¿Lo sabremos reconocer?
Notas
- Donde fue posible intentamos usar palabras de lenguaje inclusivo. En algunas ocasiones, aunque se usa el masculino gramatical según la convención de la Real Academia de la Lengua Española, la intención es usarlo de la forma más inclusiva posible.
- Todas las citas de la Biblia usadas aquí son tomadas de la versión Dios Habla Hoy, Texto © Sociedades Bíblicas Unidas 1994.
- Véase Enrique Dussel, Ética de la liberación.
April 10, 2022