Comentario del San Lucas 11:1-13
En el evangelio para este séptimo domingo después de Pentecostés Lucas persiste en el tema de la espiritualidad cristiana—en este pasaje, la oración—y la hospitalidad. Los textos de los domingos pasados plantean dilemas para las teologías de misión en la vida de la comunidad cristiana. Como indiqué en los comentarios anteriores, el capítulo 10 de Lucas marca una transición del ministerio de Jesús a temas misionales, particularmente clarificando la amplitud de la misión cristiana en la comunidad de fe. Los temas generales ilustran estrategias, aptitudes, perspectivas y lecciones, algunas profundamente sorpresivas, en la tarea de comunicar el evangelio del Reino de Dios.
A manera de resumen, en las perícopas discutidas hasta este séptimo domingo después de Pentecostés, el evangelista Lucas sugiere las siguientes lecciones misionales. Primero, el carácter de la misión cristiana es comunal. La misión cristiana está integrada a la vida de la comunidad de fe y a la vida de las comunidades en el contexto de la iglesia. En los pasajes y comentarios anteriores resulta evidente que el evangelista Lucas va narrando desafíos para comunicar el carácter de la misión y contestando preguntas de orden misional.
Segundo, el contexto en el que la comunidad de fe evangeliza y sirve es valioso para el trabajo misional. Lucas ilustra el principio del valor teológico del contexto misional o el valor teológico “del mundo” al identificar la hospitalidad como instrumento para la misión conjunta de Dios y la iglesia. Prácticas y patrones de vida en la comunidad fuera de la iglesia son dones de Dios y oportunidades para cultivar y enriquecer relaciones entre la iglesia y la comunidad. Aunque hay una diferencia entre la hospitalidad como práctica cultural y la hospitalidad como acción evangélica, la primera sigue siendo instrumento divino para la interacción humana. Dada que la misión cristiana está arraigada en la interacción humana y todo su medio ambiente, incluyendo la naturaleza, la iglesia no puede rechazar su contexto como espacio sagrado en el que Dios está actuando en gracia y misericordia.
Tercero, el evangelista advierte no confundir la milagrería, el poder y el “éxito misional” con lo fundamental: ser parte del Reino de Dios. La lección recalca no confundir la misión de Dios con una misión mal informada y distorsionada de la iglesia. La fanfarria y soberbia de líderes e iglesias al ver que “hasta los demonios se nos sujetan en tu nombre” (Lucas 10:17) no tiene lugar en el Reino de Dios. Lucas pone en las palabras de Jesús una teología de la humildad ya que, aun recibiendo poder del cielo, lo más importante es pertenecer al Reino de Dios.
Cuarto, el diálogo entre el maestro de la ley y Jesús ilustra la arrogancia e ignorancia de un líder espiritual. En un intento cínico de confrontar a Jesús con la pregunta sobre la eternidad, Jesús narra la parábola del buen samaritano que rompe esquemas teológicos y eclesiales institucionalizados. La lección del evangelista propone que el servicio y la hospitalidad son intrínsecamente evangélicos y que, por tanto, están integrados al anuncio de la vida abundante en Cristo (la vida eterna).
Al ilustrar el punto teológico, Lucas ofrece una quinta lección: la iglesia está sujeta a y desafiada por las sorpresas de la actividad de Dios. La iglesia debe ser profeta y renunciar a patrones teológicos y conducta arraigados en procesos de “institucionalidad” del evangelio que reducen e impiden la acción comunicativa del evangelio guiada por el amor, la misericordia y la solidaridad. Siendo Dios protagonista de la misión cristiana, la iglesia vive en la tensión entre ser “el maestro de la ley” (cínico y buscando su propia legitimidad vocacional) y el samaritano (excluido y considerado incapaz de ser inspirado por Dios) próximo y movido a misericordia en favor de la víctima.
La sexta lección demanda discernir nuestras motivaciones en el cultivo de nuestra espiritualidad cristiana. Toda actividad espiritual, sea esta oración, culto, devoción, hospitalidad o servicio, tiene que estar anclada en una vida que se desarrolla en y encarna la misericordia de Dios para toda la creación. Esta lección, extraída del encuentro entre Jesús, María y Marta, es un llamado a una seria introspección y autocrítica, a la luz del evangelio, en toda actividad misional de la iglesia.
Estas lecciones demandan honestidad comunal y apertura a la obra del Espíritu Santo. Por mucho tiempo, la eficiencia ha sido el criterio para evaluar la tarea misional de la iglesia. Números, estadísticas, actividades, agendas, calendarios y presupuestos—la institucionalización de la misión cristiana en la iglesia—reina, asigna y oculta la distorsión misional. La misericordia es calculada y exclusiva. ¿Qué debe hacer la iglesia para identificar y evadir esta tentación de enmascarar la misericordia con la institucionalización de la iglesia? Lucas nos sugiere la oración del “Padre Nuestro” como fuente espiritual para la búsqueda de la gracia de Dios.
Identifico tres elementos que pueden ayudar a la iglesia en la continua renovación de su vocación misional junto a Dios. Primero, “Venga tu Reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (v. 2b). Esta frase es de orden escatológico. La vida celestial bajo el orden del Padre es, en y por Cristo, en la tierra. Cielo y tierra son reflejos el uno de la otra. El Reino de Dios se extiende desde la esfera celestial a la esfera terrenal. Esta imagen une el final de la creación—la reconciliación de toda la creación con Dios—al continuo presente. ¡Es creer y vivir en los últimos tiempos ahora!
Tal expectativa es desafiante—imposible quizás. Es entonces cuando el evangelista Lucas incluye en la oración las siguientes frases: “Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal” (v. 4). Se impone, por la voluntad del Padre y el propósito del Reino, un nuevo orden cósmico—orden de justicia, sanidad, perdón, restauración y salvación. Pero en la temporalidad del cumplimiento—ese vivir entre la duración de sucesos (chronos) y el momento particular y único (kairos)—el Padre acompaña a la iglesia. La iglesia, en su tarea de ser fiel al evangelio del Reino, fracasa, pero no es destruida ni abandonada. El Padre perdona y la iglesia pide y encarna el perdón y, en el arrepentimiento, aprende, descubre y vuelve a intentar vivir “como en el cielo, así también en la tierra.” La iglesia, consciente de su tendencia al fracaso, siempre está tentada a vivir a medias el evangelio del Reino. De ahí la petición “no nos metas en tentación,” ya que en la gestión de vivir el evangelio también está la tentación de pensar y vivir como si la iglesia fuese el Reino.
Tal tarea es extraordinaria, descomunal. Por esa razón el evangelista cierra la lección con un ejemplo de hospitalidad extrema y divina—proveer a un amigo en necesidad en una hora inesperada. Lucas compara la proximidad y hospitalidad de un amigo con la naturaleza del Padre, del Dios Creador, al proveer el Espíritu Santo para la iglesia—quien obra dentro y fuera de la iglesia. “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (v. 13). Sin la continua obra del Espíritu de Cristo en la iglesia, nuestra actividad misional eclesial es aún más vulnerable al reemplazar la integridad del Reino de Dios con el confort eclesial. ¡Que el Espíritu de Cristo nos ayude a ser fíeles!
July 27, 2025