Cuarto Domingo de Cuaresma

“Ver” a Dios en la cruz de Jesús

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"[P]eople loved darkness rather than light" (John 3:19). Photo by Benjamin Balázs on Unsplash; licensed under CC0.

March 14, 2021

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Comentario del San Juan 3:14-21



Entre el texto del domingo pasado (2:13-22) y el de este domingo (3:14-21) hay unos versículos de transición (2:23-25) donde se recoge lo tratado previamente acerca del “ver” los signos, y se plantea lo que va a ser tratado a continuación: la respuesta que debe darse a Jesús. Se insiste en que el ver signos no implica necesariamente una respuesta de fe auténtica, porque ese “ver” no implica desentrañar su significado último ni la respuesta de fe que requiere. Más allá de las apariencias, está la realidad (v. 25). Probablemente Juan aluda aquí a algunos de su propia comunidad o de quienes estaban en su entorno: no llegaban a la fe y confesión profunda sobre la identidad de Jesús. El texto de este domingo nos presenta un ejemplo de estos y lo personifica en Nicodemo.

Nicodemo es presentado de forma muy significativa: a) va “de noche” a Jesús, lo que indica que, o no quiere que le vean, o, si se interpreta simbólicamente, aún no ha llegado a la verdad; b) se dice de él que era un “hombre [anthropos en el original griego] de los fariseos,” una forma extraña de mencionarle que parece relacionarle con 2:25, donde se decía que Jesús no se fiaba de las apariencias porque “él sabía lo que hay en el hombre” (también anthropos en el original griego); c) además se dice que es un “dignatario de los judíos,” un hombre importante, un magistrado judío, es decir, una persona de la élite jerosolimitana que, en el evangelio de Juan, aparecen  repetidamente queriendo eliminar a Jesús. Todos estos rasgos tienen que ver con la evolución que irá sufriendo este personaje y el camino que hace a lo largo del relato evangélico (7:50-52; 12:42-43; 19:39). Ese camino le llevará a la fe auténtica y al discipulado. Su ejemplo sirve para mostrar que, incluso los hombres poderosos pueden aprender a “ver” en profundidad, aunque para llegar al auténtico discipulado deban hacer un largo proceso.

El punto de partida de Nicodemo es que cree saber y entender el significado de los signos que ve, y por eso confiesa a Jesús como maestro; pero esta confesión se descubre insuficiente. Jesús le contesta que para “ver” el reino de Dios se requiere una mentalidad nueva, un mirar la realidad de otra forma, se requiere “nacer de nuevo” (3:3). Jesús utiliza aquí un verbo diferente al que ha sido utilizado hasta ahora para “ver” (theoreô en el original griego); para referirse a “ver el reino de Dios” utiliza un verbo que indica otro tipo de visión (oraô en el original griego) que implica un ver en profundidad, un saber desentrañar el signo. Es el verbo que, por ejemplo, utilizará María Magdalena cuando anuncia: “¡He visto [eôraka] al Señor!” (Jn 20:18 en la Nueva Versión Internacional).

Literariamente, la perícopa es un diálogo entre Jesús y Nicodemo que tiene una finalidad catequética. Por eso, para poder profundizar en lo que acaba de decir sobre la necesidad de nacer de nuevo como condición para aprender a mirar y a “ver” de forma correcta, el evangelista utiliza un recurso literario que aparece abundantemente en este evangelio: el malentendido. Las preguntas de Nicodemo, que toma de forma literal lo que Jesús dice, permiten al evangelista aclarar y profundizar la idea que quiere trasmitir. Con la imagen, quien escucha comprende más profundamente lo que se está diciendo. Quien nace debe ser educado, debe adquirir la forma de mirar y comprender la realidad, los esquemas mentales que le permiten comprender y dar sentido a la realidad. Actualmente hablaríamos de nueva socialización o de una resocialización. Pues bien, la que Jesús propone se produce mediante el agua y el Espíritu (3:4-6).

Se ha discutido el significado del agua y del Espíritu como engendradores de esa nueva mentalidad, de esos nuevos “ojos” que transforman el corazón, la sede del conocimiento según los antiguos (para la antropología bíblica, ambas zonas estaban muy relacionadas: la visión y la comprensión experiencial que transforma).  Algunos opinan que el agua se refiere al bautismo, pero el agua y el Espíritu parecen más bien referirse al agua que sale del costado de Jesús crucificado (19:34), el nuevo templo; el agua de vida que, según Ez 47, en el Día del Señor saldría del altar del templo, produciendo vida por todos los lugares de muerte que pasara (Ez 47; Zac 14:8); y el Espíritu que entrega Jesús al morir (19:30). Agua y Espíritu aludirían más bien al efecto de la exaltación de Jesús en la cruz de la que se habla inmediatamente (3:14-15).

En esta lógica del ver y del quedar transformados (nacer de arriba, nacer de nuevo, nacer del agua y del Espíritu…), deben interpretarse los vv.3:12 ss. Allí se habla de saberes celestes, de subir al cielo y bajar del cielo, del hijo del Hombre y de Moisés, de vosotros y nosotros, de dos tipos de conocimiento y sabiduría. Actualmente hay un número creciente de exégetas que opina que hay aquí una controversia, o, al menos, una alusión reprobatoria sobre ciertos grupos que practicaban técnicas de meditación para hacer lo que llamaban “viajes celestes,” en los que supuestamente ascendían a los cielos y podían contemplar las cosas celestes y a Dios, quedando así transformados por él y en él. El relato bíblico de la ascensión de Moisés al Sinaí había sido interpretado en esta clave, quedando como la figura de referencia de esta práctica. Incluso había rabinos que practicaban estas técnicas. Aquí Juan parece polemizar con estos grupos. No hace falta hacer esos “viajes” y ejercitarse en esas técnicas elitistas.  El conocimiento de Dios queda “democratizado” en el sentido de que se ofrece en Jesús a quien sabe “ver” y cree en él.

Lo que acabamos de decir está en el trasfondo de la afirmación: “Nadie subió al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo” (3:13). Jesús es el único que trae el conocimiento de Dios. En él “vemos” a Dios y, en él y por él, nacemos de nuevo y quedamos trasformados. Juan, a continuación, pone, como símbolo de esa “subida,” la exaltación de Jesús en la cruz que es también el momento de su glorificación. Mirar a Jesús en la cruz será “ver” a Dios y obtener la salvación y la transformación (v. 14). Esa es la nueva sabiduría que ofrecen los/as seguidores/as de Jesús y que los maestros de la Ley no entienden porque para entrar en esa lógica hay que nacer de nuevo, hay que dejarse transformar por el crucificado-exaltado.

Esta polémica sobre las formas de acceder a Dios, la unión mística y la trasformación personal, vuelve a estar hoy de actualidad con la proliferación de las diferentes “espiritualidades” y el resurgimiento de las formas neo-gnósticas de acceso a Dios.