Comentario del San Juan 13:31-35
Es interesante que el evangelio asignado para el Quinto Domingo de Pascua nos traslade a la noche del arresto y traición de Jesús. Aunque la temporada de Pascua celebra la resurrección, esta vuelta a la noche anterior a la crucifixión de Jesús nos permite entender de manera más profunda el amor de Dios mostrado en la cruz del Verbo de Dios (Juan 1:1). En estos escasos versos del capítulo 13 de Juan se nos narra que, después de la cena y de haberles lavado los pies a sus discípulos, una vez que Judas ha salido de la habitación para traicionarle, Jesús les ordena a sus seguidores a que permitan que el amor defina su identidad como comunidad de fe (vv. 34–35).
En el momento en que Jesús sabe que ha llegado su hora, cuando Judas iba de camino a traicionarle y el diablo mismo ha entrado en escena (Juan 13:2), el amor divino se proclama con toda su intensidad. En vez de perder la esperanza y buscar respuestas en el odio, la violencia y la venganza, Jesús invita a sus discípulos de manera ejemplar a seguir el camino de la gloria, o sea, el camino de la cruz (Juan 16:4). El camino de la cruz no es otra cosa que el camino del amor incondicional que Dios en Cristo muestra en la cruz del Calvario. En la cruz, según la narrativa de Juan, Jesús nunca piensa en sí mismo, sino en el bienestar de otros. Por ejemplo, desde la cruz, procura que el discípulo amado le dé albergue a su madre (Juan 19:26–27). Nuevamente, Juan de forma muy concreta describe para su audiencia el significado del amor de Dios en las palabras y acciones de Jesús.
Debemos tener presente que, para Juan, el amor entre los miembros de la comunidad que sigue a Jesús es una característica que define de manera primordial a los creyentes en su carácter individual y comunal. Aún en otras obras literarias pertenecientes a la comunidad juanina, como las tres cartas de Juan en el Nuevo Testamento, podemos apreciar su entendimiento teológico sobre el amor de Dios y el amor entre los miembros de la comunidad de fe. Dicho de otra manera, para la comunidad juanina el amor es Dios y Dios es el amor (1 Juan 4:7–9). Esta comunidad de creyentes, asociada a Juan, nos ha dejado una interpretación sobre Cristo según la cual sus palabras y acciones son la encarnación del amor de Dios en el mundo. En los versos que nos competen, el Jesús de Juan deja claramente establecido que la comunidad de fe que le confiesa vive en comunión consigo misma y con Dios cuando se cumple el mandamiento de amarse los unos a las otras.
Es importante destacar que el amor en el Evangelio de Juan es definido por Jesús mismo, ya que amar, en la narrativa del evangelista, es ofrecer la vida para el beneficio de otras personas (Juan 15:13–17). A pesar de que Juan nos advierte en su Evangelio que hay fuerzas que se oponen al amor divino (Juan 16:33), estas no lograrán contener a Jesús ni a la comunidad que se congrega en su nombre, ya que el amor basado en Jesús no mide consecuencias, sino que ama hasta el final (Juan 13:1).
En otras palabras, según el Jesús del Evangelio de Juan el amor no es un mero sentimiento sino una acción concreta que nutre la vida de los receptores de ese amor. Por ejemplo, en el famoso verso de Juan 3:16, el amor divino es definido como el acto de entrega de parte de Dios al darnos a su Hijo. Según el evangelista Juan, en ese compartir de Dios al darnos a Jesús como regalo de vida al mundo, se define el amor como una entrega de todo nuestro ser sin esperar nada a cambio. Ya que para Juan Jesús es el Logos de Dios, la mismísima presencia de la divinidad y por lo tanto parte de Dios mismo, debemos considerar que Juan entiende el amor en su Evangelio como una dádiva y compartir de la vida transcendental de Dios con la humanidad y el universo entero. El universo entero es receptor del amor de Dios, porque tanto en Juan 3:16 como en la oración sacerdotal de Jesús en el capítulo 17 de Juan, la palabra griega usada para describir al mundo es cosmos.
La dimensión cósmica del amor de Dios podría perderse de vista si consideramos que los versos del Evangelio de Juan asignados para el Quinto Domingo de Pascua limitan el amor a los miembros de la comunidad, sin ningún tipo de responsabilidad con el resto del cosmos. Sin embargo, en el mandamiento mismo hay una expectativa de que el mundo podrá reconocer el amor de Dios en el amor que la comunidad expresa de manera interna a través de la solidaridad y el cuidado de sus miembros. Los frutos de los que habla Jesús cuando se describe como la vid verdadera en el capítulo 15 del Evangelio de Juan se refieren al amor divino que nutre las ramas, las cuales simbolizan a la comunidad de fe. El fruto del amor es disfrutado no solo por la comunidad de fe, sino por el mundo entero. Por esta razón, no debemos pensar que la comunidad juanina se preocupaba solamente por sobrevivir de manera egoísta, sino que a pesar de los retos que enfrentaba como comunidad perseguida (Juan 16:2), miraba al mundo (cosmos) como el receptor de los frutos del amor divino.
Este mandamiento del amor solidario de parte de Jesús en el Evangelio de Juan nos permite tener ejemplos concretos de lo que el amor divino es verdaderamente y cómo se vive y experimenta en la comunidad de fe y en el mundo. En el servicio al prójimo, la hospitalidad, la defensa de los débiles y marginados, así como en el amor interno de la comunidad de fe, la plenitud del amor de Dios en Cristo Jesús se hace presente en la iglesia. La iglesia a su vez, como rama atada al tronco de la vid verdadera, rinde frutos que dan esperanza al mundo en el nombre de aquel cuya identidad primaria es el amor.
May 18, 2025