Comentario del San Lucas 2:1-14, (15-20)
De África a Belén
Si pudiéramos remontarnos hasta los albores de la humanidad, nos hallaríamos en las tierras centrales de África, rodeados de peligros diversos, climas hostiles, fieras salvajes, y, desde luego, otros seres humanos amenazadores, según nos cuenta Yuval Noah Harari en su obra De animales a dioses. Breve historia de la humanidad (Debate: 2014).
Una de las primeras actividades de subsistencia de nuestros ancestros fue el pastoreo, la cual permitió una de las primeras formas de movilidad. Los grupos humanos acompañados de sus rebaños fueron, poco a poco, conquistando nuevos territorios. A esto se le llama trashumancia. A diferencia de los nómadas recolectores, los trashumantes tenían residencias estacionales; pero tampoco eran como los agricultores sedentarios con residencia fija. Los pastores trashumantes eran buscadores constantes de tierras óptimas para la vida.
Desde los más remotos comienzos de nuestra civilización la movilidad ha sido la clave de supervivencia. No hemos cambiado mucho. La humanidad sigue siendo nómada o trashumante, o bien, como se le conoce actualmente: migrante. Hay migrantes ricos, a quienes se les llama “turistas” y, que, como dice el antropólogo Marc Auge en su libro Por una antropología de la movilidad (Gedisa: 2007), son bien recibidos en los lugares que visitan, apapachados por las agencias de viaje y reconocidos por los locales como personas que provocarán bienestar económico. Y también hay migrantes pobres a quienes se les llama “indocumentados” o “ilegales,” a quienes se mira con perenne sospecha, pese a que su trabajo representa también gran parte del sustento económico de los países donde residen.
El matrimonio de María y José era una familia migrante pobre. Cuando nace su hijo, Jesús, en la ciudad de Belén, este pequeño adviene al mundo en medio de límites territoriales sin una nacionalidad específica, pues el mensaje de la Nochebuena es el de una fe que transgrede fronteras.
Los días del censo
Nuestro pasaje comienza hablando del cumplimiento de los días a escala mundial. “Aconteció en aquellos días que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuera empadronado” (v. 1).
El verbo utilizado en griego para decir “aconteció” es egeneto, que implica que algo comienza a nacer en el tiempo. Proviene de la raíz griega ginomai, que alude al nacimiento. Lo que estaba naciendo era una nueva organización social basada en el empadronamiento de “todo el mundo,” en griego: pasan tēn oikoumenēn. Como podrá imaginarse, de esta última palabra viene nuestro término “ecumenismo”: unión social, unidad humana. Jesús nace en medio de un proyecto ecuménico. Un proyecto ecuménico con fines políticos muy específicos de reforzar el control del Imperio Romano sobre sus provincias.
Sin embargo, de esta escala mundial pasamos a la escala humana de una mujer que está por dar a luz. Si en términos del Imperio se habían cumplido los “días” para comenzar a censar a la población, para María había llegado el momento en que se “cumplieron los días de su alumbramiento” (v. 6). No solamente estaba naciendo un nuevo momento político en el Imperio de César Augusto. También un niño está punto de nacer y, con él, una nueva forma de humanidad.
María y José eran migrantes. Tuvieron que partir de Nazaret a Belén porque esa era la ciudad de origen de José. El circuito Lugar de Origen – Lugar de Destino que los migrantes, centroamericanos y del resto de Latinoamérica, tienen que recorrer, tanto dentro como fuera de sus países, es una evocación directa al anuncio del nacimiento de Jesús. Un relato que no se restringe a una fecha específica, sino que se repite diariamente. Las condiciones del viaje no son óptimas y el recibimiento en el lugar de destino suele ser hostil. Así lo vivieron María y José, quienes no encontraron hospitalidad en la ciudad, y solo pudieron conseguir un espacio reducido en un pesebre para la labor de parto que alumbraría a Jesús.
¿Cuál era la identidad ciudadana de Jesús? Su padre era de la ciudad de Belén, pero tenía su residencia en Nazaret. Jesús no fue considerado betlemita, sino nazareno. Esto nos dice el Evangelio de Mateo: “se estableció en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliera lo que fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado nazareno” (Mt 2:23). No sabemos cuánto tiempo habrá tardado Jesús en recibir este título, pero queda claro que no fue “nazareno” por adscripción de sus padres; tampoco lo era de nacimiento. Jesús fue nazareno por cumplimiento profético, y obtuvo ese reconocimiento por fuerza de presencia en la ciudad de Nazaret. Jesús no tuvo una ciudadanía oficial. Esto es semejante a lo que acontece con las personas migrantes actualmente: al igual que Jesús no tienen una identidad definida, ni en un país, ni en otro, y, sin embargo, con base en su esfuerzo y presencia logran obtener un reconocimiento en el país de destino.
Trashumancia de la fe
Este pasaje termina con el anuncio del nacimiento de Jesús a unos pastores “que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño” (v. 8). Todo parece indicar que estos eran pastores trashumantes que deambulaban por aquí y por allá buscando pastos. El ángel que se les aparece para anunciarles las buenas nuevas del nacimiento de Jesús no necesita decirles que vayan a algún sitio; se limita a dar las “nuevas de gran gozo” (v. 10) y a indicarles dónde se encuentra el niño. Los pastores sabían exactamente lo que tenían que hacer, porque su vida se basaba en la movilidad.
Un matrimonio migrante, un recién nacido migrante y, ahora, unos pastores trashumantes que se dirigen al pesebre. Cuando Jesús nació ¡rompió todas las fronteras geográficas y sociales de su entorno!, pues ese es el corazón del mensaje de esta Nochebuena. No importa tu origen, ni tu condición, no importa dónde vivas ni a dónde pertenezcas. El poder de Dios para salvación se manifiesta rompiendo todas las fronteras y límites humanos. Esas son las “nuevas de gran gozo” para todos nosotros y nosotras.
December 24, 2020