Comentario del San Juan 3:13-17
Hoy, al contemplar la Santa Cruz, entramos en el corazón del evangelio. El evangelista Juan nos dice: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros… lleno de gracia y de verdad” (Jn 1:14). Aquí se revela el misterio central de nuestra fe: Dios no se quedó lejano y no eligió los palacios ni el poder de los imperios. Se encarnó en la fragilidad de nuestra carne y caminó en medio de un pueblo pobre y oprimido.
Para quienes somos herederos/as de la tradición luterana, la cruz es más que un símbolo: es el lugar donde verdaderamente conocemos a Dios. Martín Lutero nos enseñó que hay una gran diferencia entre la “teología de la gloria” y la “teología de la cruz.” La teología de la gloria busca un dios en el poder, en el éxito, en la grandeza humana. Y la teología de la cruz nos muestra que Dios se revela en lo opuesto: en la debilidad, en el sufrimiento, en lo despreciado. Solo en el Crucificado conocemos quién es realmente Dios: el Dios que se solidariza con los pobres y que se hace uno con quienes sufren.
Si miramos nuestro mundo hoy, vemos con claridad dónde sigue levantándose la cruz de Cristo.
Está en los migrantes que recorren desiertos y mares buscando una vida mejor, rechazados por fronteras y muros. Perseguidos por políticas deshumanizantes y hasta diría fascistas.
Está en las guerras que destruyen pueblos enteros, donde la violencia mata inocentes y siembra odio entre hermanos y hermanas. Solo por la ambición de poder y el afán de seguir ocupando territorios que no les pertenecen y de involucrarse en negocios mezquinos.
Está en la injusticia económica global que hace que los ricos se hagan más ricos y los pobres cada día más pobres. Esa es también la cruz de quienes trabajan sin descanso y aún así no logran sostener a sus familias, de las personas ancianas que deben elegir entre comida o medicinas, de las personas jóvenes que pierden la esperanza.
La cruz de Cristo no es ajena a todo esto. Al contrario; es allí donde debemos buscarlo. Porque en cada rostro crucificado hoy, Cristo mismo sufre. Repitiendo palabras del evangelio de Mateo, Lutero decía que “lo que haces al más pequeño de los hermanos, a Cristo mismo se lo haces” (Mt 25:40). Por eso, la cruz nos llama a ver el mundo con otros ojos: no desde la comodidad del poder, sino desde el costado de las personas crucificadas.
Pero no olvidemos lo más importante: la cruz no es el final. En ella se revela también la gracia. Juan nos recuerda: “La ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo” (Jn 1:17). En la cruz descubrimos un amor que no depende de nuestras obras, un amor gratuito, que nos justifica y nos libera. No somos salvos por lo que hacemos, sino por lo que Cristo hizo en la cruz por nosotros/as. Esa es la buena noticia que Lutero proclamó con fuerza: somos salvos por gracia, mediante la fe.
Esa gracia nos hace libres. Y, como escribió Lutero en su famoso tratado La libertad del cristiano: “Un cristiano es señor libre de todos y no está sujeto a nadie. Un cristiano es siervo de todos y está sujeto a todos.” La libertad que Cristo nos da no es para vivir encerrados en nosotros/as mismos/as, sino para servir al prójimo, especialmente al pobre, al migrante, al crucificado de hoy.
Así, la Santa Cruz no es solo memoria del pasado, sino brújula para el presente. Nos recuerda que la iglesia está llamada a ponerse siempre del lado de los vulnerables, a denunciar la injusticia, a acompañar a quienes sufren, y a proclamar con esperanza que la vida será más fuerte que la muerte, que la gracia es más fuerte que el pecado y que la verdad del amor vencerá a la mentira de la violencia.
Querida comunidad:
Hoy, al contemplar la Cruz, pidamos a Dios que no nos permita convertirla en adorno, sino en camino. Que sepamos verla en los crucificados de nuestro tiempo. Que justificados por la gracia vivamos en libertad para servir, amar y cuidar a nuestros hermanos y hermanas. Y que en este mundo marcado por migraciones, guerras y desigualdades podamos ser testigos de la gracia y de la verdad de Cristo. Amén.
Meditación breve y oración para el Día de la Santa Cruz:
Hoy miramos la Cruz de Cristo.
No es adorno ni reliquia:
es el lugar donde Dios se hizo pobre,
donde se encontró con el dolor del mundo,
donde la injusticia fue desenmascarada.
La cruz es el grito de quienes sufren,
es el rostro de los descartados,
es la herida abierta de los crucificados de hoy.
Pero en esa cruz también nace la vida,
porque allí el Verbo hecho carne
llenó el mundo de gracia y verdad.
Ante la Santa Cruz,
pidamos ojos para reconocer a Cristo
en quienes sufren,
coraje para cargar con ellos el peso,
y esperanza para creer
que la vida siempre será más fuerte que la muerte.
Oremos:
Señor Jesús,
Tú que te hiciste carne en medio de los pobres,
muéstranos tu rostro en los crucificados de hoy.
Danos fe para abrazar la cruz contigo,
esperanza para caminar hacia la vida,
y amor para transformar este mundo
con tu gracia y tu verdad. Amén.
September 14, 2025