Séptimo Domingo después de Pentecostés

La lección de este domingo de tiempo ordinario continúa la narrativa de la jornada a Jerusalén con una de las parábolas mas conocidas de la Biblia.

July 11, 2010

View Bible Text

Comentario del San Lucas 10:25-37



La lección de este domingo de tiempo ordinario continúa la narrativa de la jornada a Jerusalén con una de las parábolas mas conocidas de la Biblia.

Ella presenta al predicador con una paradoja.  Por una parte puede contar que sus oyentes estén familiarizados con la parábola.  Dicho se puede decir que están muy familiarizados hasta el punto de no prestar atención.  Esto resulta en la otra parte de la paradoja: como brindar frescura  la lección.   Por tanto el predicador debe emplear toda su creatividad al presentar su exponencia.  Sin embargo, uso esta oportunidad para desafiar al predicador que todos los domingos debe emplear la misma creatividad: las lecciones bíblicas deben ser familiares a los feligreses pero presentadas con frescura.

Notas Exegéticas
25-37  Sigue en 10.25-37 uno de los textos más conocidos y comentados del evangelio.  La pregunta del legista (nomitos), el intercambio entre él y el Maestro, y la parábola del buen samaritano ilustran el concepto expresado en 10.20-24 acerca de la falta de conocimiento en los sabios e instruidos, mientras que los niños reciben revelación.  

Literariamente la escena continúa la anterior, aunque exactamente cuando Jesús pronunció esta parábola no está claro.  Apenas acaba de pronunciar Jesús su bienaventuranza acerca de la privilegiada posición de los discípulos cuando un legista, un experto en la Ley, se levanta para «probarle». Legista (nomitos) es el término preferido por Lucas para referirse a los escribas.   Usando el vocativo «Maestro» el experto reconoce la superioridad erudita de Jesús.  El motivo del legista es para probarle, o sea su propósito es básicamente verificar si Jesús es sabio en cuanto a las tradiciones judías.  Aparentemente el legista desea entrar en un debate sobre la Ley con el Maestro.

El legista quiere saber lo que él debe de hacer para heredar (kleroneo) vida eterna.  «Vida eterna» es una expresión técnica para describir las bendiciones escatológicas reservadas para los justos en oposición al rechazo de los injustos.  Jesús responde con una pregunta que centraliza la discusión sobre la Ley.  Jesús evita entrar en debate con el legista.  Tampoco responde como un radical revolucionario, ofreciendo novedades de vida espiritual. Al contrario ofrece una reflexión en lo que Dios requiere en la Ley.  Jesús se mantiene entre los parámetros creados por la Ley mosaica. Al mismo tiempo Jesús afirma lo que tiene en común con el legista.  Teniendo en mente que el hombre es un experto en la Ley, Jesús dirige la conversación hacia donde el hombre debería sentirse cómodo, esto es en su área de perito. Pero en su interrogación Jesús requiere no solamente una referencia bíblica, sino demanda también la interpretación del legista: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» Por su parte el experto en la ley responde citando confiadamente el gran mandamiento del Judaísmo, una combinación de Dt 6.5 y Lv 19.18.  El legista sabe muy bien como puede heredar vida eterna: amor y devoción a Dios y amor al prójimo.

La compilación de estos dos textos se facilita ya que ambos comienzan con el mandamiento de amar.  Este mandamiento expresa y demanda un compromiso completo e intenso, primero hacia Dios y luego hacia el prójimo.  Las cuatro calificaciones del amor (corazón, alma, fuerzas, mente) no se deben entender como una compartimentación sugiriendo diversas áreas de compromiso resultando en diversos actos.  Se deben entender en su totalidad, indicando que la persona en toda su esencia se dedica a amar al otro. Amar con todo el corazón evoca la voluntad y la afectividad.  El alma trae a la mente la vitalidad consciente y la sensibilidad espiritual.  Las fuerzas sugieren la energía personal.  La mente evoca la inteligencia personal.  Este amor y devoción no es simplemente una emoción o sentir, como lo sabe muy bien el experto en la Ley, sino se manifiesta en actos tangibles. 

La respuesta del legista satisface al Maestro: «has respondido rectamente».  Pero  todo este conocimiento es en vano si no se aplica.  Por tanto, Jesús ofrece por fin su respuesta a la pregunta que comenzó el dialogo: «haz esto y vivirás».  Parece que estas palabras de Jesús demandan obras para la salvación.  Pero, esta insistencia en el hacer no contradice el concepto de la gracia divina.  El apóstol Pablo  asocia la vida eterna al hacer.   Conocimiento de lo que Dios requiere no es suficiente para heredar la vida eterna; tal conocimiento tiene que resultar en acción. 

29-37 La respuesta y la sugerencia de Jesús parecen tan claras para el legista que este necesita ser justificado.  Aparentemente él entiende que amar a Dios y al prójimo es tan exigente y hasta ahora él no ha podido hacer lo requerido.  No queriendo estar equivocado,  demanda una definición de prójimo que corresponda a su actitud habitual.  Su deseo es cualificar el concepto de prójimo que le permita saber quién en particular es el prójimo a quien está comprometido a amar. Con su pregunta el legista sugiere que existen ciertas personas que no son dignas de su amor; a estos él desea ignorar.  Su pregunta es natural en su contexto socio-religioso, el cual cuidadosamente identificaban quien era y quien no era miembro de la comunidad. Por su parte la respuesta de Jesús indicará que estas distinciones son erróneas. La respuesta es en forma de un relato ejemplar, e indica que la identidad del prójimo no depende de él (el prójimo) si no de aquel que decide ser prójimo a cualquiera que encuentra en el camino.

«Cierto hombre» es comienzo típico en Lucas para comenzar parábolas narrativas.    De Jerusalén a Jericó el camino descendía de las alturas (2600 pies sobre el nivel del mar) a la llanura del Mar Muerto (825 pies bajo el nivel del mar).  Era camino desierto e inhospitable y pocos se aventuraban a viajar por él, ya que sus numerosas cuevas ofrecían guaridas para ladrones. Encontrándose en el peligroso camino de Jerusalén a Jericó, el hombre es atacado por ladrones. Estos le quitan todo, lo hieren y lo dejan medio muerto.  El pobre hombre se encuentra herido, casi desnudo, y abandonado en medio del camino.  Su condición representa en una manera definitiva el prototipo en necesidad de socorro. ¿Quién se comportará como un buen vecino a este necesitado? Esta es la pregunta en la mente de cada oyente–particularmente el legista. 

El primero en tener esta oportunidad es un sacerdote quien se encuentra en el mismo camino «por coincidencia» (el termino griego sugkina tiene el sentido «por suerte»).  No es sorprendente que encontremos un sacerdote en el camino.  Como ya hemos visto en la historia de Zacarías y Elisabet, los sacerdotes ejercían su oficio por turnos designados y completada su función regresaban a sus hogares.   Confrontado con el moribundo en el camino, el sacerdote pasó por el otro lado (antiparelthen).  Varios motivos se han sugerido para explicar la negligencia del sacerdote: temor de inmundicia al tocar un muerto; vacilación de ayudar a alguien que pudiera ser pecador; temor de ser atacado por los mismos salteadores.  El detalle que el sacerdote desciende de Jerusalén sugiere que ya él ha cumplido su función sacerdotal, así que el motivo de profanación no es aceptable.  Además, la historia insinúa que todos los personajes son judíos, hasta que se introduzca el cuarto personaje.  Es claro que en la parábola ningún motivo es ofrecido  por su decisión de no ser prójimo al herido.  El punto central de su negligencia es que no tiene motivo alguno para justificar su decisión de no ofrecer socorro al necesitado. 

Otro líder religioso aparece en el camino.  Un «Levita» era de la tribu de Leví pero no de la familia de Aarón.  Ellos eran responsables por muchas funciones sacerdotales de menos importancia en el Templo.  Este al ver al necesitado aparentemente curioso, se acerca al necesitado («llegando cerca de aquel lugar») para ver más claro la situación.  Pero, como el sacerdote, éste pasa por el otro lado y no ofrece ayuda.  Ambos individuos representan aquellos que simplemente no pueden ser molestados por la necesidad de un desconocido (prójimo desconocido) y demuestran que carecen de compasión–característica explícitamente asociada con YWHW y por tanto esperada de Sus adoradores.

Con estos dos oficiales religiosos rehusando ayuda al hombre, Jesús está juzgando al judaísmo de su día. Todos actuarían de la misma manera que estos dos ejemplares del judaísmo.  La escena está lista para una alternativa radical.  Todo cambia con el personaje que ahora será presentado con una oportunidad de ser prójimo. El samaritano es introducido dramáticamente, «cierta persona, esto es un samaritano».  Para un judío no había personas menos dignas de respeto que los samaritanos.  Estos deberían ser evitados a todo esfuerzo ya que eran considerados profanos por naturaleza.  La última persona que el legista pensaría usar como ejemplar de compasión sería un samaritano.  Es fácil imaginarse la expectativa en el legista al desarrollarse la parábola.  Después del fracaso del sacerdote y del levita, él, y los demás oyentes, quizás pensarían  que la tercera persona sería un judío laico, ¡hasta un legista! Así tendrían una historia anti-clerical pero que aun tenía en alto concepto lo mejor de la tradición judía. Al oír el vocablo «samaritano» los espectadores reciben tremendo golpe a su auto concepción religiosa.  ¿Acaso no son ellos el pueblo escogido de Dios?  ¿Acaso no son luz que resplandece en las tinieblas de la cultura inmoral de sus días?  Sin embargo, en la parábola es el samaritano quien brilla con compasión por el contrario  los ejemplares judíos pasan por alto la oportunidad de socorrer al hombre.  El samaritano se acera al hombre en necesidad, y al ver su condición responde de inmediato  con compasión.  He aquí la esencia de ser prójimo: ser tan sensitivo para ver una necesidad y actuar para satisfacerla sin tener en cuenta la posición social, cultural o política del necesitado. 

Los versículos 34-35 describen detalladamente el acto compasivo del samaritano.  Mientras que los otros personajes  pasaron a la ligera, abandonando al hombre en el camino; el tercero se detiene en su jornada y dedica tiempo y esfuerzo para un desconocido.  Jesús describe cinco actos  compasivos: (1) se acerca a él; (2) vendó sus heridas; luego, (3) lo pone sobre su propia cabalgadura; (4) lo lleva al mesón; y (5) le provee cuidado por un par de días. Él se queda con él hasta el día siguiente y promete que regresará para asegurarse de su cuidado.  El conjunto de estas actividades demuestran el gran amor al prójimo de parte del despreciable samaritano. 
La pregunta de Jesús al legista es notable: «¿Quién de estos tres te parece que se hizo prójimo del que cayó en manos de los ladrones?»  Compasión y actos inspirados por amor es lo que hace a uno prójimo, no raza, ni proximidad física, ni la religión. No se puede definir el prójimo de tal forma que nos quita la responsabilidad de responder a las necesidades a nuestro derredor.  El ser prójimo depende de nuestra decisión de actuar como prójimo y no de la identidad del otro.
El legista responde a la pregunta de Jesús haciendo referencia al acto de compasión («el que hizo misericordia con él»)  y no a su etnicidad.  Pero reconocer que el mandamiento de amar al prójimo no tiene límites étnicos, culturales o aún religiosos no es suficiente.   Lo importante es integrar la enseñanza en el diario vivir. Por tanto, Jesús reta al legista: «Ve, haz tú lo mismo».  En efecto Jesús le dice, «Ya sabes todo lo que dice la Ley; pero hasta que hayas aprendido a hacer, dejando de hablar, tú sabes que no tiene valor. Ve y pon en práctica lo que sabes, como hizo el samaritano».

Ideas Homiléticas
El relato es tan conocido que valdría la pena una dramatización del mismo para imprentar en la mente de los oyentes la escena y su enseñanza.  No habiendo esta oportunidad el predicador puede narrar la parábola, después de su lectura y en el transcurso de su predicación, usando caracteres contemporáneos.

Un error común que he escuchado en sermones que he oído sobre esta parábola es la pregunta retórica que se hace: ¿quién es mi prójimo?  En realidad la pregunta debe ser, ¿a quién debo ser prójimo?  La decisión está en mí y no en la identidad de la persona que me encuentra en el diario vivir.


1Vea la lección del domingo anterior para familiarizarse con la exegesis de S.Lucas 10:20-24.
2Lc 7.30 11.45; 11.46; 11.52; 14.3.
3Gl 3.12; Rm 14.10; 2Co 5.10. 
4Lc 12.16; 14.16; 15.11; 16.1; 16.9; 19.12.
5La designación «el que hizo misericordia» trae a la mente uno de los credos esenciales del judaísmo.  Con Ex 34.6-7 los judíos afirmaban que Yahvé es misericordioso y piadoso.  El legista dice en efecto, «el que actuó como Dios actuaría.»