Lectionary Commentaries for July 13, 2025
Quinto Domingo después de Pentecostés

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Evangelio

Comentario del San Lucas 10:25-37

Carlos F. Cardoza-Orlandi

Este domingo y en los dos domingos que siguen, los pasajes bíblicos nos ofrecen la oportunidad para reflexionar sobre la teología y práctica de la misión cristiana desde la perspectiva del evangelio de Lucas. Como indiqué en el comentario correspondiente al domingo pasado, el capítulo 10 de Lucas marca una transición, señalando la amplitud y complejidad de la misión cristiana. Los temas generales ilustran estrategias, actitudes y sorpresas en la tarea de comunicar el evangelio del Reino de Dios con la no-dualidad de la evangelización y el servicio cristiano, o sea, sin distinción alguna entre evangelización y servicio. El séptimo domingo después de Pentecostés (Lucas 11:1–13), dentro de dos domingos, culmina con la oración del Padre Nuestro, sellando la teología misional con una espiritualidad cósmica que narra la interacción entre la actividad divina y la agencia de la comunidad de fe.

Usualmente, nuestras comunidades de fe recalcan la comunicación del evangelio como una tarea verbal; la narración de un testimonio o una predicación que apela a los sentimientos y procura una respuesta inmediata que comúnmente identificamos como conversión. Por otro lado, el servicio social de nuestras iglesias a la comunidad tiene como propósito soslayado—como una actividad con propósito escondido—atraer a la comunidad para que “entre” a la iglesia. Esta dualidad es un legado misional anglo-europeo evangélico que propone una distinción radical entre evangelización y servicio y asume que el servicio social es una herramienta para la evangelización, que es a su vez el único propósito del evangelio. Esta postura misional no se alinea con Lucas y no es saludable para la iglesia.

Estos pasajes bíblicos de Lucas nos ofrecen otra perspectiva, ampliando el significado teológico de la misión cristiana. También nos ofrecen una oportunidad para reflexionar críticamente sobre ese legado que distingue radicalmente entre la evangelización y el servicio. La experiencia de comunicar el evangelio de Cristo requiere la buena administración de la multiforme gracia de Dios (1 Pedro 4:10). La tarea misional demanda apertura al Espíritu y sencillez de corazón para descubrir las sorpresas de Dios en nuestra vida cotidiana de iglesia.

Basado en el comentario del domingo anterior, quiero resaltar tres puntos antes de comentar el pasaje para este domingo. Primero, en Lucas (y en el testimonio bíblico) el carácter de la misión cristiana es comunal. Segundo, las instrucciones de encuentro sugieren que el contexto tiene prácticas y patrones de conducta nobles y sanos (la hospitalidad) que deben ser usados por la iglesia (la pareja misional) como enlace para cultivar y enriquecer relaciones con la comunidad y anunciar el evangelio de Cristo. La misión cristiana está asociada a la interacción humana. Tercero, el pasaje nos advierte que no debemos confundir la milagrería y el poder con lo fundamental del evangelio de Cristo: ser parte del Reino de Dios.

Para este quinto domingo después de Pentecostés, Lucas narra la conocida parábola del buen samaritano. Este pasaje desafía a la iglesia de dos maneras particulares: (1) Sorprende y desafía a la iglesia en sus patrones teológicos y de conducta vinculados a la “institucionalidad” versus la acción comunicativa del evangelio guiada por amor, y (2) sugiere que el carácter de la gestión de servicio es intrínsecamente evangélico y, por lo tanto, no se puede aislar de la totalidad del evangelio de Cristo. Pasemos a comentar el pasaje con más detalle.

De inmediato la comunidad lectora se percata del intercambio teológico que nos presenta Lucas al arrimar a un maestro de la ley al profeta Jesús. Nótese que la intención del maestro de la ley es “probar” a Jesús. Dos figuras con vocaciones ordenadas por Dios—maestro de la ley y profeta—pero distintas en su desempeño y ejecución. Ambas vocaciones diseñadas para la dirección espiritual del pueblo de Dios. Lucas, sin embargo, pone de relieve un tono de sarcasmo en el maestro de la ley y da preferencia a Jesús el profeta, como veremos más adelante. Esta estrategia de Lucas tiene el objetivo de comunicar dos principios misionales claves.

La primera pregunta es fingida. ¿Cómo es posible que un maestro de la ley no sepa qué hacer para poseer la vida eterna? Jesús contesta de forma simple y al punto: “¿Qué está escrito en la Ley?” (v. 26). Y el maestro contesta acertadamente. Pero el maestro de la ley, buscando legitimar su vocación y poder, le extiende una segunda pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?” (v. 29). El maestro de la ley plantea dos preguntas que parecieran no estar relacionadas. Sin embargo, sugiero que estas dos preguntas, “¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” (v. 25) y “¿quién es mi prójimo?” (v. 29), se pueden resumir en la pregunta teológica: ¿cómo se relaciona la vida eterna con identificar y servir al prójimo? La contestación a esta pregunta desafía las teologías que aíslan la evangelización del servicio y las vocaciones que la iglesia ha institucionalizado con el objetivo de preservar su organización a costa de una misión dirigida por el viento del Espíritu.

El encuentro entonces pasa a un nivel más profundo y la parábola que cuenta Jesús, que es conocida, destruye tajantemente la típica interpretación de roles institucionalizados en la experiencia cristiana. Lo que parecía ser la representación de una tensión entre maestro de la ley y profeta, ahora es una narrativa que pone el protagonismo misional en una figura marginada (el samaritano) y fundamenta la actividad misional en las frases: “vino cerca de él y, al verlo, fue movido a misericordia” (v. 33). ¡Agente y acción misional son inesperados!

La parábola es elocuente al describir qué es ser “movido a misericordia” (v. 33). El samaritano venda las heridas, sana con aceite y vino, y cuida de la víctima al extremo de dar instrucciones al mesonero de atender a la víctima, con todo gasto cubierto de antemano. Agustín, en un comentario homilético titulado Enarrationes in Psalmos (392–418), identificó como clave de interpretación la cercanía o proximidad física del samaritano a la víctima. Más aún, en múltiples referencias a la parábola, Agustín, por un lado, identifica al samaritano como Cristo y a la víctima como el ser humano afectado y dejado “medio muerto” (v. 30) por la condición del pecado. Tal interpretación alegórica justificaría la miopía evangelizadora de grupos cristianos que sólo se centran en la salvación del alma. No obstante, el mismo Agustín, en otros comentarios bíblicos y homiléticos, se da a la tarea de interpretar las implicaciones éticas de la parábola y el desafío de amar al prójimo al extremo de interpretar que la gestión de compasión no se le niega a nadie ya que la comunidad cristiana está movida por la proximidad y misericordia de Dios en Jesucristo para nuestra salvación. Tal experiencia y convicción de proximidad divina invita a la comunidad a practicar la misericordia aun con sus enemigos (Mateo 5:43–48 y Lucas 6:27–36).1 ¿Cómo es posible que la iglesia siga ciega a entender que la misericordia es intrínsecamente evangélica y por tanto es evangelización?


Notes

  1. Para un comentario excelente sobre las interpretaciones de Agustín de la parábola del Buen Samaritano, véase Laato, A. M. (2021), “The Parable of the Good Samaritan (Luke 10:25–37) in Augustine’s Many Interpretations,” in A. Voitila, N. Lahti, M. Sundkvist, & L. Valve (Eds.), From Text to Persuasion: Festschrift in Honour of Professor Lauri Thurén on the Occasion of His 60th Birthday. Publications of the Finnish Exegetical Society;  Vol. 123, Suomen eksegeettinen seura, https://urn.fi/URN:NBN:fi-fe202201148583, 232–251.