Lectionary Commentaries for May 11, 2025
Cuarto Domingo de Pascua

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Evangelio

Comentario del San Juan 10:22-30

Nelson H. Rabell-González

La localidad y la celebración que sirven de trasfondo para esta porción del Evangelio de Juan son sumamente significativos. El pórtico de Salomón era un portal lleno de columnas en la pared orientada hacia el este del Templo. Se lo llamaba así porque se consideraba que la parte exterior de la pared de piedra era parte del Templo original construido por Salomón y finalizado alrededor del año 957 AC. Esta parte del Templo era más antigua que las que fueron hechas por orden de Herodes cuando comenzó a renovar el Templo en el año 20 AC.

Como podemos observar, el debate teológico entre Jesús y sus opositores de la comunidad ocurre en un lugar que evoca la sabiduría de Dios, ya que el rey Salomón era recordado no solo por ser hijo de David, sino también por su sabiduría (1 Reyes 3). Tanto 1 Reyes 3 como el libro de los Proverbios, atribuido a Salomón, nos recuerdan que a este rey del linaje de David se le conocía y veneraba por su sabiduría e inteligencia. El evangelista Juan ya nos ha proclamado en el primer capítulo de su obra que Jesús es el Logos de Dios. Para Juan, el concepto del Logos es aplicado a Jesús, ya que este es la mente de Dios (Juan 1:3–4). Juan también proclama en su primer capítulo que Jesús debe entenderse como divino y que en términos de su existencia es un ente superior a sus criaturas. Les da la vida misma por ser el Logos de Dios (Juan 1:1–4), está desde el principio frente a Dios, es Dios mismo, y tiene una personalidad propia que le une perfectamente al Padre (Juan 10:30).

Al tratarse de la fiesta de la Dedicación, en hebreo llamada Janucá, y también conocida como Fiesta de las Luces o Luminarias, no se nos escapa la asociación con el concepto de Logos como luz, que también se encuentra en el primer capítulo del evangelio (Juan 1:4–5). En esta narrativa del Evangelio la presencia de Jesús en el Pórtico de Salomón evoca los temas mencionados al principio del Evangelio. Parecería que Juan nos plantea su teoría al principio de su Evangelio y luego, en el desarrollo de la narrativa, nos presenta el aspecto práctico y concreto de sus postulados teológicos sobre Jesús.

No es accidente que el debate sobre la identidad de Jesús se dé en el Templo de Jerusalén. Según 1 Reyes 8:11, Dios llenó el Templo de Jerusalén con su presencia. Sin embargo, en Ezequiel 10:18–20, debido a la idolatría e injusticia cometidas por el pueblo de Dios antes del destierro a Babilonia, el profeta describe una visión de la partida de la presencia de Dios del Templo que va a ponerse sobre un monte ubicado al este de la ciudad (Ezequiel 11:23). No hay duda de que Juan conocía muy bien las Sagradas Escrituras y sus narrativas sobre la presencia de Dios en el Templo de Jerusalén. Es por esta razón (Logos) que Juan colapsa en la persona de Jesús el significado pleno de la presencia divina en el Templo. Jesús, como Templo viviente que contiene la plena presencia de Dios, al estar en el Pórtico de Salomón, ubicado hacia el este, da luz y vida a ese rincón del Templo con sus palabras de vida eterna. Su persona es el Templo que contiene la gloria de Dios (Juan 2:21), la sabiduría y la plenitud de la divinidad (Juan 1:1). Pero como en el pasado, la presencia divina en Jesús es rechazada por sus opositores. Como la sabiduría en Proverbios 8:1–21, Jesús llama a sus detractores a que sean iluminados por la luz divina que irradia de su ser a través de palabras, hechos y señales (Juan 10:25).

A pesar de que la voz de Jesús llenó el Templo con la sabiduría que proviene de lo alto, su identidad como el Logos de Dios fue rechazada. Este rechazo de la identidad de Jesús debe hacernos reflexionar sobre el rechazo de la sociedad en general y de nuestras comunidades eclesiales a personas que tienen identidades consideradas como problemáticas y, por ende, son marginadas por ser vistas como peligrosas y no deseables. Personas de la comunidad LGBTQIA+, personas de origen indígena, personas afrodescendientes, personas que piensan distinto y vistas como anormales por el resto de la sociedad, encuentran en Jesús a un alma gemela que ha experimentado el mismo rechazo que ellas. A pesar de que nuestras iglesias enseñan que todo ser posee la chispa divina, a veces creamos una jerarquía donde a unos se les atribuye más brillantez que a otras personas. Jesús se consideraba a sí mismo como la encarnación de la plenitud de la divinidad en el mundo. Por eso invita a sus detractores a que escuchen sus palabras que dan vida eterna a quienes creen y no le rechazan (Juan 10:26–29). A pesar de ser el Buen Pastor, hubo ovejas que no recibieron sus palabras de vida eterna, porque se escandalizaron de su atrevida afirmación de ser uno con Dios (Juan 10:30).

Jesús vino a traer luz al mundo a través de sus palabras y acciones. Jesús era único en su identidad y su relación con Dios. Sin embargo, esto no significa que la humanidad no posea parte de esta identidad, ya que el amor de Dios en Cristo es el fundamento de nuestra relación con Dios (Juan 3:16). Si toda criatura es imagen de Dios, nadie debe ser rechazado por ser distinto, ya que todo ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:27). La creación entera es amada por Dios, a pesar de que algunos no escuchen la voz del Buen Pastor y rechacen la invitación del Logos de Dios. Finalmente, si en Cristo vemos las acciones concretas y visibles de Dios mismo, el evangelista Juan desea proclamar en esta narrativa para el Cuarto Domingo de Pascua que Dios insiste una y otra vez en llamar a la fe a sus detractores, ya que les ama profundamente.