Lectionary Commentaries for December 22, 2024
Cuarto Domingo de Adviento

from WorkingPreacher.org


Evangelio

Comentario del San Lucas 1:39-45, (46-55)

Manuel Villalobos Mendoza

La visita de María a su prima Elisabet está llena de simbolismo teológico. Da la impresión de que, en la mente de Lucas, al abrir su vientre al proyecto de Dios con su consentimiento, María se vuelve testimonial o portadora de la Nueva Alianza. Quizás sea este el motivo por el cual María se encaminó presurosa al pueblo en la montaña de Judá, tal y como lo realizara el Arca de la Alianza en los tiempos antiguos. Cuando el Arca de la Alianza visitaba las montañas de Judá, le aseguraba al pueblo que Dios estaba con ellos, y su presencia despertaba alegría y regocijo (2 Sam 6). María, portadora del Espíritu de Dios, es fuente de alegría y de gozo para Elisabet y su niño.

Dos mujeres llenas del Espíritu Santo, dos saludos, dos vientres, dos hijos por nacer, con sus respectivos simbolismos, anuncian la presencia de Dios en medio de la comunidad. Es muy probable que Lucas esté trayendo la memoria de Rebeca con sus dos hijos (Jacob y Esaú) peleando en el vientre materno por la bendición de Dios (Gn 25:19–26). Contrario a esa lucha de poderes entre los patriarcas de Israel, Lucas presenta, desde el nacimiento, a Juan y a Jesús, llenos del Espíritu Santo, colaborando en el anuncio del reino de Dios. El salto de gozo del hijo de Elisabet recuerda, no solamente la danza jubilosa de David ante el arca (2 Sam 6:16), sino también los saltos mesiánicos de alegría entre los pobres (Is 35:6; Sal 114:6; Mal 4:2). Dos mujeres anuncian la llegada de los tiempos mesiánicos que serán fuente de alegría para lxs excluidxs. Lucas le da gran importancia al saludo que María le da a Elisabet (vv. 40, 41, 44), porque de acuerdo con las costumbres, Elisabet sería más honorable que María. Elisabet es mayor, es hija de Aarón, y es esposa de un sacerdote. Sin embargo, María es quien lleva en su vientre al Salvador.

“Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (v. 42). Elisabet comienza reconociendo a María en el lugar donde todo comienza, el vientre, la fecundidad, la vida misma. María es bendita entre las mujeres como lo fueron Yael (Jue 5:24) y Judith (Jdt 13:18), que jugaron un papel importante en la historia de la salvación del pueblo de Israel. María, por medio de la maternidad, se encarna en la historia de las matriarcas de Israel, que han sido bendecidas por Dios, protector de la vida (Cfr. Gn 17:16; Dt 7:12–14). La bendición del vientre-pechos que hace Elisabet de María hace referencia a las bendiciones que se mencionan en Deuteronomio 38. La fecundidad (vientre/pecho) era sinónimo de bendición, de la presencia de Dios que cuida y protege la vida de la mujer vulnerable. En los tiempos bíblicos, el índice de mortalidad era muy elevado, así que la fecundidad de la mujer era sumamente valorada, mientras que la esterilidad estaba asociada al castigo y al pecado.

A la doble bendición (“bendita entre las mujeres” y “bendito el fruto de su vientre”) sigue una pregunta retórica de Elisabet, que sirve para mostrar por un lado “su indignidad” (¿quién es ella para recibir tal honor?) y para exponer por otro su gran conocimiento (ella sabe que María es portadora de la presencia divina). La pregunta de Elisabet recuerda la pregunta que hace David a Yahve: “¿Cómo ha de entrar en mi casa el Arca de Jehová?” (2 Sam 6:9), y la pregunta que realiza Arauná el jebuseo, cuando ve llegar a David a su presencia: “¿Por qué viene mi señor, el rey, a ver a su siervo?” (2 Sam 24:21). El marido de Elisabet (Zacarías) sacerdote del templo, fue ignorante, no supo recibir e interpretar los signos del ángel en su anunciación y por eso quedó mudo (Lc 1:5–20). Su esposa Elisabet, en cambio, ha comprendido: ha recibido el Espíritu Santo y puede hablar con palabra de mujer, de madre fecunda, a otra mujer fecunda (María), que ahora es también “la madre de mi Señor” (v. 43).

El título que le da Elisabet a María, “madre de mi Señor,” es sin duda honorífico. El término Kyrios/Señor es usado por Lucas para: (a) referirse a Dios (Lc 1:6, 9, 11, 15, 16, 17, 25); (b) este título también está asociado con la resurrección de Jesús (Hch 1:21; 2:34–36; 4:26, 33; 8:16); (c) como título cristológico (Lc 2:11; 7:13; 10:1; 11:39; 12:42; 17:6; 18:6; 19:8, 31; 24:3, 34). Este es el único lugar en todas las Escrituras Cristianas en que se le da a María el título de “madre de mi Señor.” María es bendita por ser madre generosa y servicial. Al reconocer Elisabet a María como la “madre de mi Señor,” Elisabet se entrega en fidelidad al futuro Señor que María lleva en su vientre. De esta manera el hijo de Elisabet servirá y preparará el camino del único Señor, llamado Jesús.

Elisabet, mujer de luz, ha sabido penetrar en el corazón de María, y ha conocido lo que el mismo Kyrios (Lc 1:45) le ha revelado a la “esclava del Señor.” Elisabet reconoce la fe de María, que ha aceptado colaborar con los planes de Dios. Por eso Elisabet ahora la reconoce como una makaria/bienaventurada por haber creído, por ser “la que creyó” (hê pisteusasa en el original griego del v. 45) en el Dios de la vida. ¡María no es solo bendita por ser fecunda, sino por ser mujer de fe! Para Lucas son benditos los pobres, los hambrientos, quienes lloran, los perseguidos a caso del Hijo de la Humanidad (Lc 6:20–21); son bienaventurados quienes reciben el mensaje de Jesús sin escandalizarse (Lc 7:23; 10:23), quienes desean ser parte del banquete escatológico (Lc 14:14–15); las personas que escuchan y cumplen las palabras liberadoras de Jesús (Lc 11:27–28). En este contexto, la madre de Jesús es bienaventurada porque ha creído, apareciendo aquí como la primera de toda la comunidad creyente. María, para Lucas y para la comunidad primitiva, es modelo de fe, de vida cristiana, no solo porque engendró a Jesús, sino por su fe puesta en práctica. En esa línea, María fue madre porque creyó en la palabra del ángel y sobre todo porque aceptó el mensaje de Jesús su Hijo y formó parte de su iglesia (como dirá Hch 1:13–14). Da la impresión de que Elisabet y su niño profeta reconocen la fe de María, su entrega, su servicio al hijo que nacerá de sus entrañas, al “Señor.”

En muchas tradiciones cristianas (y en especial en la tradición Católica Romana), la figura de María ha sido (ab)usada para legitimar todo tipo de control contra la mujer. A muchas mujeres se les ha exhortado a imitar a María en su silencio, obediencia y maternidad. Pero no se les ha presentado a la verdadera María, la de los evangelios. María es una mujer independiente, que sale “de prisa” (v. 39) a visitar a su prima Elisabet, que es bendecida por ser mujer de fe y de palabra puesta en práctica, y sobre todo por ser una profetiza que anuncia que el reino de Dios ha llegado para las personas excluidas (Lc 1:46–56). En este Adviento reconozcamos el servicio y la fe de todas las Marías, Elisabetes, Yaeles, Déboras, Saras y Agares, que trabajan incesantemente en nuestras comunidades de fe, anunciando y construyendo el reinado de Jesús. Abramos nuestra casa/corazón para recibir a María y Elisabet, que nos muestran el camino de nuestro Señor y Salvador, Cristo Jesús.