El evangelio de hoy nos propone atender el mensaje de conversión de Juan. La pregunta que se impone es: “¿Qué debemos hacer?” La respuesta traza el itinerario discipular de cuantos hemos iniciado el proceso de conversión y deseamos sinceramente salvarnos. Quienes se acercan al Bautista con esa pregunta son la gente en general, pero también los publicanos y los soldados. La misma pregunta hacen los habitantes de Jerusalén, después de escuchar el sermón de Pedro (ver Hch 2:37). Es también la pregunta que el joven rico le hace a Jesús (Lc 18:18). Todas estas personas que preguntan por “lo que hay que hacer” están en el camino discipular, pero tienen que convertirse y vivir con los valores del Reino. Así es como Juan va preparando la misión universal que no discrimina a nadie, siempre y cuando uno cambie de vida en favor de las personas excluidas.
Juan del desierto había predicado el bautismo de arrepentimiento que demandaba un cambio total de vida. Al parecer, muchas personas se bautizaron, pero no dejaron su vida de pecado, haciendo del bautismo un mero ritual externo. Siglos anteriores, el profeta Isaías había denunciado el culto y los sacrificios que el pueblo de Israel ofrendaba a Dios, por ser estos actos litúrgicos vacíos, superfluos y desconectados de la vida de los pobres (Is 1:10–17). El Bautista, siguiendo la teología de Isaías, le advierte al pueblo la necesidad radical de cambiar y de producir “los frutos dignos de arrepentimiento” (v. 8).
El bautismo no es una práctica trivial; exige un cambio en la persona que lo recibe. La gente que acude al Bautista se deja sumergir en las aguas “bautismales,” pero no se arrepienten. Juan les llama en el verso 7 “¡Generación de víboras!” (hijos de víboras), porque no hacen las obras de Abraham, sino las obras de la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás (Ap 12:9). Ellos pueden reflexionar en su interior que son “hijos de Abraham,” pero para Juan, su vida y sus frutos ponen al descubierto que hacen las obras de Satanás. El bautismo debe llevar a quien se bautiza a producir los frutos de justicia. “La conversión y las buenas obras son como un escudo que protege de los castigos,” decían los rabinos (Aboth IV, 11). El bautizado no se debe confiar más de tener a Abraham como padre, porque Dios puede sacar “hijos de Abraham” de las piedras. Es probable que Lucas esté trayendo a la memoria el poder creador de Dios, de sacar “vida de las piedras”:
Oídme, los que seguís la justicia, los que buscáis a Jehová. Mirad a la piedra de donde fuisteis cortados, al hueco de la cantera de donde fuisteis arrancados. Mirad a Abraham, vuestro padre, y a Sara, que os dio a luz; porque cuando no era más que uno solo, lo llamé, lo bendije y lo multipliqué. (Is 51:1–2)
Con esta sentencia, el Bautista declara que los miembros del pueblo de Dios, aunque se consideren “hijos de Abraham,” pueden ser reemplazados por otros hijxs que produzcan los frutos de misericordia. El poder del Dios Creador ofrece su gracia/vida a todas las personas que se bauticen y produzcan los frutos dignos de conversión.
La predicación del Bautista surtió efecto en la gente, que comprendió que el juicio de Dios no espera. La imagen del hacha lista y presta para cortar los árboles que no den fruto es la señal del juicio divino (Is 10:34; Sab 4:3–5). Con el juicio se abre el tiempo de la cosecha, el tiempo de recolectar lo que la persona ha sembrado, trabajado y producido en el campo de Dios. La persona que no aporta nada a la comunidad se separa por ser improductiva, por no haber ofrecido frutos ni a su hermanx ni a Dios. Por eso la gente urgentemente se pregunta: “¿Qué debemos hacer?”
Juan no les exige nada extraordinario; lo único que les pide es que sean fieles a la Ley de Moisés y a los profetas, que demandan dar de comer al hambriento y vestir al desnudo (Cfr. Lc 16:19–31). El mensaje de Juan no excluye a nadie, ni siquiera a los publicanos (cobradores del tributo) que eran por antonomasia la imagen viva del pecador, por ser ladrones, fraudulentos y colaboracionistas con el imperio. El derecho les permitía exigir un “impuesto extra” aparte del derecho que se tenía que pagar al estado. Juan no les pide que renuncien a su trabajo, sino que renuncien “al derecho” de explotar fraudulentamente al campesinado. De la misma manera los soldados, cuyos pecados estaban asociados con el robo, la violencia, la extorsión (con falsas denuncias), son invitados por Juan a cambiar de vida. Los soldados no pueden abusar de su posición de poder para enriquecerse ilícitamente. Deben controlar su ávida codicia y contentarse con el salario. Juan no niega la salvación a nadie: judíos, gentiles, cobradores de impuestos y soldados están llamados al arrepentimiento.
Sorprende que Juan el Bautista no exige de estas personas que cumplan al pie de la letra la ley o practiquen algún tipo de sacrificio, o que vayan con los sacerdotes de Jerusalén. Lo que exige, sí, es que se conviertan para ser mejores personas con el prójimo. El Bautista no le predica al pueblo que abrace la pobreza, sino que compartan lo esencial para que todos vivan una vida digna. Compartir la túnica y la comida con el desnudo y el hambriento es practicar la religión y la fe verdadera (cf. Stg 2:15–17). No puede haber conversión mientras la persona sea indiferente ante el desnudo y el hambriento.
Los recaudadores de impuestos que han aceptado el llamado de Juan y de Jesús (Lc 5:27, 29–30; 7:29–30, 34; 15:1–2; 19:2) no deben aprovecharse de su cargo, empobreciendo a sus hermanos con impuestos extras. Los soldados que tienen la ley a su favor no deben abusar de su poder, extorsionando y explotando a los pobres. Lo que Juan espera de todas las personas es que den “frutos dignos de arrepentimiento” (v. 8), que expresan que el llamado discipular consiste en ser solidarios con los empobrecidos del sistema.
La predicación de Juan en el desierto no es abstracta ni se enreda en interpretaciones de leyes de pureza; su mensaje es preciso y directo: denuncia y condena a la gente egoísta, explotadora, extorsionadora y corrupta. El mensaje profético de Juan el Bautista cuestiona al pueblo que se pregunta si Juan es el Mesías. La gente quiere saber si Dios legitima la prédica de Juan o si es un simple impostor. El Bautista reconoce que no es el Mesías; admite que el Mesías es superior a él en estatus. Juan es el profeta apocalíptico que prepara el camino del Señor. El bautismo de Juan es un signo de arrepentimiento que purifica y orienta a la persona para que sirva a Dios. En cambio, el bautismo del Mesías será “en Espíritu Santo y fuego” (v. 17), que completa de alguna manera el bautismo de Juan. Para las personas que acepten el bautismo del Mesías habrá vida (guardará el trigo en sus graneros), pero las personas que no acepten el mensaje de Jesús y no practiquen el amor y el servicio quedarán fuera del plan de Dios.
Valdría la pena volver nuestra mirada al Bautista para preguntarle: “¿Qué debemos hacer en este Adviento mientras esperamos la venida del Señor?” “¿Cómo producimos los ‘frutos dignos de arrepentimiento’?” Y de manera más personal: “¿Qué cambios debo realizar en este Adviento para vivir plenamente mi bautismo?”
El evangelio de hoy nos propone atender el mensaje de conversión de Juan. La pregunta que se impone es: “¿Qué debemos hacer?” La respuesta traza el itinerario discipular de cuantos hemos iniciado el proceso de conversión y deseamos sinceramente salvarnos. Quienes se acercan al Bautista con esa pregunta son la gente en general, pero también los publicanos y los soldados. La misma pregunta hacen los habitantes de Jerusalén, después de escuchar el sermón de Pedro (ver Hch 2:37). Es también la pregunta que el joven rico le hace a Jesús (Lc 18:18). Todas estas personas que preguntan por “lo que hay que hacer” están en el camino discipular, pero tienen que convertirse y vivir con los valores del Reino. Así es como Juan va preparando la misión universal que no discrimina a nadie, siempre y cuando uno cambie de vida en favor de las personas excluidas.
Juan del desierto había predicado el bautismo de arrepentimiento que demandaba un cambio total de vida. Al parecer, muchas personas se bautizaron, pero no dejaron su vida de pecado, haciendo del bautismo un mero ritual externo. Siglos anteriores, el profeta Isaías había denunciado el culto y los sacrificios que el pueblo de Israel ofrendaba a Dios, por ser estos actos litúrgicos vacíos, superfluos y desconectados de la vida de los pobres (Is 1:10–17). El Bautista, siguiendo la teología de Isaías, le advierte al pueblo la necesidad radical de cambiar y de producir “los frutos dignos de arrepentimiento” (v. 8).
El bautismo no es una práctica trivial; exige un cambio en la persona que lo recibe. La gente que acude al Bautista se deja sumergir en las aguas “bautismales,” pero no se arrepienten. Juan les llama en el verso 7 “¡Generación de víboras!” (hijos de víboras), porque no hacen las obras de Abraham, sino las obras de la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás (Ap 12:9). Ellos pueden reflexionar en su interior que son “hijos de Abraham,” pero para Juan, su vida y sus frutos ponen al descubierto que hacen las obras de Satanás. El bautismo debe llevar a quien se bautiza a producir los frutos de justicia. “La conversión y las buenas obras son como un escudo que protege de los castigos,” decían los rabinos (Aboth IV, 11). El bautizado no se debe confiar más de tener a Abraham como padre, porque Dios puede sacar “hijos de Abraham” de las piedras. Es probable que Lucas esté trayendo a la memoria el poder creador de Dios, de sacar “vida de las piedras”:
Oídme, los que seguís la justicia, los que buscáis a Jehová. Mirad a la piedra de donde fuisteis cortados, al hueco de la cantera de donde fuisteis arrancados. Mirad a Abraham, vuestro padre, y a Sara, que os dio a luz; porque cuando no era más que uno solo, lo llamé, lo bendije y lo multipliqué. (Is 51:1–2)
Con esta sentencia, el Bautista declara que los miembros del pueblo de Dios, aunque se consideren “hijos de Abraham,” pueden ser reemplazados por otros hijxs que produzcan los frutos de misericordia. El poder del Dios Creador ofrece su gracia/vida a todas las personas que se bauticen y produzcan los frutos dignos de conversión.
La predicación del Bautista surtió efecto en la gente, que comprendió que el juicio de Dios no espera. La imagen del hacha lista y presta para cortar los árboles que no den fruto es la señal del juicio divino (Is 10:34; Sab 4:3–5). Con el juicio se abre el tiempo de la cosecha, el tiempo de recolectar lo que la persona ha sembrado, trabajado y producido en el campo de Dios. La persona que no aporta nada a la comunidad se separa por ser improductiva, por no haber ofrecido frutos ni a su hermanx ni a Dios. Por eso la gente urgentemente se pregunta: “¿Qué debemos hacer?”
Juan no les exige nada extraordinario; lo único que les pide es que sean fieles a la Ley de Moisés y a los profetas, que demandan dar de comer al hambriento y vestir al desnudo (Cfr. Lc 16:19–31). El mensaje de Juan no excluye a nadie, ni siquiera a los publicanos (cobradores del tributo) que eran por antonomasia la imagen viva del pecador, por ser ladrones, fraudulentos y colaboracionistas con el imperio. El derecho les permitía exigir un “impuesto extra” aparte del derecho que se tenía que pagar al estado. Juan no les pide que renuncien a su trabajo, sino que renuncien “al derecho” de explotar fraudulentamente al campesinado. De la misma manera los soldados, cuyos pecados estaban asociados con el robo, la violencia, la extorsión (con falsas denuncias), son invitados por Juan a cambiar de vida. Los soldados no pueden abusar de su posición de poder para enriquecerse ilícitamente. Deben controlar su ávida codicia y contentarse con el salario. Juan no niega la salvación a nadie: judíos, gentiles, cobradores de impuestos y soldados están llamados al arrepentimiento.
Sorprende que Juan el Bautista no exige de estas personas que cumplan al pie de la letra la ley o practiquen algún tipo de sacrificio, o que vayan con los sacerdotes de Jerusalén. Lo que exige, sí, es que se conviertan para ser mejores personas con el prójimo. El Bautista no le predica al pueblo que abrace la pobreza, sino que compartan lo esencial para que todos vivan una vida digna. Compartir la túnica y la comida con el desnudo y el hambriento es practicar la religión y la fe verdadera (cf. Stg 2:15–17). No puede haber conversión mientras la persona sea indiferente ante el desnudo y el hambriento.
Los recaudadores de impuestos que han aceptado el llamado de Juan y de Jesús (Lc 5:27, 29–30; 7:29–30, 34; 15:1–2; 19:2) no deben aprovecharse de su cargo, empobreciendo a sus hermanos con impuestos extras. Los soldados que tienen la ley a su favor no deben abusar de su poder, extorsionando y explotando a los pobres. Lo que Juan espera de todas las personas es que den “frutos dignos de arrepentimiento” (v. 8), que expresan que el llamado discipular consiste en ser solidarios con los empobrecidos del sistema.
La predicación de Juan en el desierto no es abstracta ni se enreda en interpretaciones de leyes de pureza; su mensaje es preciso y directo: denuncia y condena a la gente egoísta, explotadora, extorsionadora y corrupta. El mensaje profético de Juan el Bautista cuestiona al pueblo que se pregunta si Juan es el Mesías. La gente quiere saber si Dios legitima la prédica de Juan o si es un simple impostor. El Bautista reconoce que no es el Mesías; admite que el Mesías es superior a él en estatus. Juan es el profeta apocalíptico que prepara el camino del Señor. El bautismo de Juan es un signo de arrepentimiento que purifica y orienta a la persona para que sirva a Dios. En cambio, el bautismo del Mesías será “en Espíritu Santo y fuego” (v. 17), que completa de alguna manera el bautismo de Juan. Para las personas que acepten el bautismo del Mesías habrá vida (guardará el trigo en sus graneros), pero las personas que no acepten el mensaje de Jesús y no practiquen el amor y el servicio quedarán fuera del plan de Dios.
Valdría la pena volver nuestra mirada al Bautista para preguntarle: “¿Qué debemos hacer en este Adviento mientras esperamos la venida del Señor?” “¿Cómo producimos los ‘frutos dignos de arrepentimiento’?” Y de manera más personal: “¿Qué cambios debo realizar en este Adviento para vivir plenamente mi bautismo?”