Lucas el “artista,” entre sus muchos dones, tiene uno que lo hace muy especial, el de enmarcar la salvación de Dios dentro de una historia y una geografía muy concretas y particulares. En el evangelio de este domingo, la palabra de Dios se deja escuchar y sentir en la persona de Juan del desierto. Lucas, imitando a los historiadores clásicos, presenta su mensaje con personajes reales y lugares específicos, para anunciar que una nueva historia de salvación se está escribiendo. Todos los personajes que Lucas menciona son conocidos: el emperador Tiberio, sucesor de Augusto; el prefecto romano en Palestina que era Poncio Pilato; Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, tetrarca de Galilea, donde Jesús comenzó a predicar la buena noticia para la humanidad; al igual que Felipe, su hermano, que lo era de Iturea y Traconítide; los sumos sacerdotes fueron Anás y Caifás. Esta “letanía” histórica (propia de Lucas) tiene una sola preocupación: la de enmarcar la figura de Jesús y su misión dentro de la historia de la salvación. Dios y su proyecto de vida no son cosa del pasado: Jesús, Juan, desiertos, ríos, aguas, montes, valles, colinas, y nosotros/as como audiencia, somos partes de esta nueva historia de salvación.
La palabra de Dios se deja escuchar en el desierto, lugar que traerá a la memoria la historia del éxodo. Fue en el desierto donde el pueblo de Israel “aprendió” a descubrir a Dios entre muchos signos de muerte (falta de tierra, comida, agua, guerras, picaduras de serpientes, etc.), y será en el desierto donde el nuevo pueblo experimente la salvación de Dios. La espiritualidad del desierto fue también donde se celebró la alianza matrimonial entre Dios e Israel (Jer 2:2s; Dt 2:7; 32:10; Ez 16:8). Los esenios de Qumrán marchaban al “desierto” para consagrarse por completo a Dios y prepararse con vistas a la guerra final escatológica. Así que será Juan quien anuncie a la nueva comunidad que la salvación de Dios ha llegado. Con la frase “fue dirigida la palabra” (v. 2),1 frecuente en la tradición profética (cf. Jer 1:2; Zac 1:1; Miq 1:1), se revela el poder creador de la palabra de Dios, su fuerza, su “encarnación” dentro de la historia. Juan como profeta apocalíptico será el receptor de esta palabra de liberación que comienza en el margen y en la periferia, lejos del centro (Jerusalén). El desierto vuelve a ser el lugar privilegiado donde Dios se manifiesta y se deja escuchar. Juan, hijo de Zacarias, hace la ruptura del Dios del templo e invitará a toda la comunidad a salir del mismo, por ser este “cueva de bandidos” (Lc 19:46).
Juan ha sido destinado para convertir a los hijos de Israel a su Dios (Lc 1:16-17), para preparar los caminos del Señor y dar conocimiento de la salvación de Dios a través del perdón de los pecados. Juan vivía en el desierto y es en el desierto donde se manifiesta a todo Israel (Lc 1:80). Juan del desierto comienza su itinerario profético llamando a todos (israelitas y gentiles) a la conversión. “Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados” (Lc 3:3). Esta es una referencia topográfica imprecisa. Juan no deja el desierto, sino que su misión se desarrolla en torno al Jordán, pues el agua es un elemento simbólico necesario para su ministerio. Los elementos fundamentales de la misión de Juan son: proclamar/predicar – conversión – perdón de los pecados. Da la impresión de que este era el itinerario misionero de los primeros seguidores de Jesús.
Lucas pone en boca del Resucitado las siguientes palabras: “… y [que] se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones …” (Lc 24:47). Juan prepara no solo caminos, sino también establece el rumbo teológico y catequético que se debe seguir en la misión. El primer paso de la misión de Juan es predicar (kērysso), que en el evangelio de Lucas está asociado a la proclamación de las buenas noticias que anuncia Jesús (Lc 4:18–19, 44; 8:1, 39; 9:2; 12:3; 24:47). Juan y Jesús son los portadores de las buenas noticias a favor de toda la humanidad. Una vez que se acepta, la prédica se acompaña con una purificación ritual mediante el uso del agua. Dichas prácticas tienen sus raíces en la tradición bíblica (Lv 14–15; 1 Sam 7:6; Is 1:16–17). La proclamación y el bautismo están íntimamente unidos, y no se entienden uno separado del otro. El fruto de esta prédica/bautismo es el arrepentimiento, el cambio total del creyente para vivir de acuerdo con los valores del reino de Dios. Por eso se necesitan la conversión y el perdón de los pecados.
Y es en el desierto donde se proclama la palabra a la persona excluida, se arrepiente la persona pecadora, se bautiza al nuevo pueblo de Dios y todxs experimentan la gracia por medio del perdón de los pecados. Esta es la espiritualidad del desierto que Juan nos anuncia. En el desierto hay vida, porque la presencia de Dios florece como un oasis, anunciando que su gracia lo renueva todo. Sin rituales elaborados, ni templos, ni sacerdotes, ni libros sagrados, se ofrece la gracia de Dios a las personas pecadoras. El bautismo de penitencia que predica el Bautista no es meramente un ritual de purificación externo, sino una exigencia a la conversión disponible a todas las personas que acepten la prédica de la venida del Mesías. El Bautista aparece como profeta de juicio, preparando el camino de Jesús y haciendo recto todo lo que está torcido por la injusticia.
Todo el ministerio de Juan del desierto es visto a la luz del Deutero Isaías 40:3–5. El profeta había anunciado que el Señor migraría desde Babilonia a Jerusalén con lxs exiliadxs en el éxodo definitivo, y era necesario preparar el camino de liberación. Lucas interpreta la misión de Juan como un cumplimiento de esa profecía. También la comunidad de Qumrán usaba el texto de Isaías para dar razón de su vida y experiencia en el desierto como preparación del camino del Señor. Sólo que el modo de preparar ese camino lo entendían de manera diferente a Juan. Mientras que la comunidad de Qumrán preparaba el camino mediante el estudio y el fiel cumplimiento de la Torá, para seguir siendo los hijos de la luz y rechazar a “los hijos de las tinieblas,” la misión de Juan del desierto es más radical y exige un cambio total de vida y de mentalidad por medio del bautismo. Mateo y Marcos también citan a Isaías, pero solo se limitan a señalar la preparación del camino del Señor (cfr. Mt 3:3 y Mc 1:3). Lucas, en cambio, prolonga la cita de Isaías, para ofrecer la salvación universal de Dios a toda la creación.
La salvación que Juan proclama, como hemos dicho arriba, se encarna en la historia de la humanidad y exige (como exigía Isaías 40:3) que “toda,” absolutamente “toda” la creación de Dios (que incluye a humanos, montes, valles, colinas, desiertos) cambie y se adhiera a los nuevos valores del reino. La salvación de Dios se vuelve ecológica porque afecta a toda la creación que está viva y con posibilidades de cambio/conversión. Desde esta mirada ecológica, todo valle, todo monte y colina, toda persona, necesitan hacer cambios en su vida y aceptar la salvación universal que la voz en el desierto anuncia. El término “todo” aparece tres veces y con esto Lucas está manifestando una salvación ecológica/universal que predicará Jesús. Esta nueva salvación universal no será exclusivamente para Jerusalén, ni se encerrará en rituales vacíos, ni en confesiones de ser hijxs de Abraham y Sara (Lc 3:8). La salvación que Juan proclama a través de este evangelio consiste primeramente en descubrir la misericordia de Dios que quiere que todxs se salven y que toda la creación de Dios vea y experimente su presencia salvadora.
Muchas veces hemos experimentado “los signos de muerte” que se presentan en nuestros “desiertos” de soledad, tristeza, carencias económicas, pérdidas familiares, problemas de salud, depresión, y una interminable letanía de problemas que ponen nuestra fe en crisis. Pero hoy el hermano Juan nos invita a descubrir en el desierto la presencia de Dios. Es la palabra de Dios, que pronuncia tu nombre y te ofrece la gracia para discernir la luz de la oscuridad, la verdad de la mentira. En este segundo domingo de Adviento, te exhorto a gozar de la salvación que Dios te ofrece. Sigue preparando en tu comunidad y en tu familia los caminos de justicia y de verdad. Acepta el mensaje de nuestro hermano Juan que nos sigue invitando al arrepentimiento. Abraza tu desierto con la certeza de que no estás solo, sino que el Dios del desierto camina contigo: se deja escuchar, ver, oír y comer. Nunca olvides que todas tus experiencias de “desiertos” en algún lugar esconden oasis de aguas frescas y de gracia que te confirman la presencia amorosa de tu Creador.
Notas
Salvo que se indique lo contrario, las citas son de la Biblia de Jerusalén.
Lucas el “artista,” entre sus muchos dones, tiene uno que lo hace muy especial, el de enmarcar la salvación de Dios dentro de una historia y una geografía muy concretas y particulares. En el evangelio de este domingo, la palabra de Dios se deja escuchar y sentir en la persona de Juan del desierto. Lucas, imitando a los historiadores clásicos, presenta su mensaje con personajes reales y lugares específicos, para anunciar que una nueva historia de salvación se está escribiendo. Todos los personajes que Lucas menciona son conocidos: el emperador Tiberio, sucesor de Augusto; el prefecto romano en Palestina que era Poncio Pilato; Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, tetrarca de Galilea, donde Jesús comenzó a predicar la buena noticia para la humanidad; al igual que Felipe, su hermano, que lo era de Iturea y Traconítide; los sumos sacerdotes fueron Anás y Caifás. Esta “letanía” histórica (propia de Lucas) tiene una sola preocupación: la de enmarcar la figura de Jesús y su misión dentro de la historia de la salvación. Dios y su proyecto de vida no son cosa del pasado: Jesús, Juan, desiertos, ríos, aguas, montes, valles, colinas, y nosotros/as como audiencia, somos partes de esta nueva historia de salvación.
La palabra de Dios se deja escuchar en el desierto, lugar que traerá a la memoria la historia del éxodo. Fue en el desierto donde el pueblo de Israel “aprendió” a descubrir a Dios entre muchos signos de muerte (falta de tierra, comida, agua, guerras, picaduras de serpientes, etc.), y será en el desierto donde el nuevo pueblo experimente la salvación de Dios. La espiritualidad del desierto fue también donde se celebró la alianza matrimonial entre Dios e Israel (Jer 2:2s; Dt 2:7; 32:10; Ez 16:8). Los esenios de Qumrán marchaban al “desierto” para consagrarse por completo a Dios y prepararse con vistas a la guerra final escatológica. Así que será Juan quien anuncie a la nueva comunidad que la salvación de Dios ha llegado. Con la frase “fue dirigida la palabra” (v. 2),1 frecuente en la tradición profética (cf. Jer 1:2; Zac 1:1; Miq 1:1), se revela el poder creador de la palabra de Dios, su fuerza, su “encarnación” dentro de la historia. Juan como profeta apocalíptico será el receptor de esta palabra de liberación que comienza en el margen y en la periferia, lejos del centro (Jerusalén). El desierto vuelve a ser el lugar privilegiado donde Dios se manifiesta y se deja escuchar. Juan, hijo de Zacarias, hace la ruptura del Dios del templo e invitará a toda la comunidad a salir del mismo, por ser este “cueva de bandidos” (Lc 19:46).
Juan ha sido destinado para convertir a los hijos de Israel a su Dios (Lc 1:16-17), para preparar los caminos del Señor y dar conocimiento de la salvación de Dios a través del perdón de los pecados. Juan vivía en el desierto y es en el desierto donde se manifiesta a todo Israel (Lc 1:80). Juan del desierto comienza su itinerario profético llamando a todos (israelitas y gentiles) a la conversión. “Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados” (Lc 3:3). Esta es una referencia topográfica imprecisa. Juan no deja el desierto, sino que su misión se desarrolla en torno al Jordán, pues el agua es un elemento simbólico necesario para su ministerio. Los elementos fundamentales de la misión de Juan son: proclamar/predicar – conversión – perdón de los pecados. Da la impresión de que este era el itinerario misionero de los primeros seguidores de Jesús.
Lucas pone en boca del Resucitado las siguientes palabras: “… y [que] se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones …” (Lc 24:47). Juan prepara no solo caminos, sino también establece el rumbo teológico y catequético que se debe seguir en la misión. El primer paso de la misión de Juan es predicar (kērysso), que en el evangelio de Lucas está asociado a la proclamación de las buenas noticias que anuncia Jesús (Lc 4:18–19, 44; 8:1, 39; 9:2; 12:3; 24:47). Juan y Jesús son los portadores de las buenas noticias a favor de toda la humanidad. Una vez que se acepta, la prédica se acompaña con una purificación ritual mediante el uso del agua. Dichas prácticas tienen sus raíces en la tradición bíblica (Lv 14–15; 1 Sam 7:6; Is 1:16–17). La proclamación y el bautismo están íntimamente unidos, y no se entienden uno separado del otro. El fruto de esta prédica/bautismo es el arrepentimiento, el cambio total del creyente para vivir de acuerdo con los valores del reino de Dios. Por eso se necesitan la conversión y el perdón de los pecados.
Y es en el desierto donde se proclama la palabra a la persona excluida, se arrepiente la persona pecadora, se bautiza al nuevo pueblo de Dios y todxs experimentan la gracia por medio del perdón de los pecados. Esta es la espiritualidad del desierto que Juan nos anuncia. En el desierto hay vida, porque la presencia de Dios florece como un oasis, anunciando que su gracia lo renueva todo. Sin rituales elaborados, ni templos, ni sacerdotes, ni libros sagrados, se ofrece la gracia de Dios a las personas pecadoras. El bautismo de penitencia que predica el Bautista no es meramente un ritual de purificación externo, sino una exigencia a la conversión disponible a todas las personas que acepten la prédica de la venida del Mesías. El Bautista aparece como profeta de juicio, preparando el camino de Jesús y haciendo recto todo lo que está torcido por la injusticia.
Todo el ministerio de Juan del desierto es visto a la luz del Deutero Isaías 40:3–5. El profeta había anunciado que el Señor migraría desde Babilonia a Jerusalén con lxs exiliadxs en el éxodo definitivo, y era necesario preparar el camino de liberación. Lucas interpreta la misión de Juan como un cumplimiento de esa profecía. También la comunidad de Qumrán usaba el texto de Isaías para dar razón de su vida y experiencia en el desierto como preparación del camino del Señor. Sólo que el modo de preparar ese camino lo entendían de manera diferente a Juan. Mientras que la comunidad de Qumrán preparaba el camino mediante el estudio y el fiel cumplimiento de la Torá, para seguir siendo los hijos de la luz y rechazar a “los hijos de las tinieblas,” la misión de Juan del desierto es más radical y exige un cambio total de vida y de mentalidad por medio del bautismo. Mateo y Marcos también citan a Isaías, pero solo se limitan a señalar la preparación del camino del Señor (cfr. Mt 3:3 y Mc 1:3). Lucas, en cambio, prolonga la cita de Isaías, para ofrecer la salvación universal de Dios a toda la creación.
La salvación que Juan proclama, como hemos dicho arriba, se encarna en la historia de la humanidad y exige (como exigía Isaías 40:3) que “toda,” absolutamente “toda” la creación de Dios (que incluye a humanos, montes, valles, colinas, desiertos) cambie y se adhiera a los nuevos valores del reino. La salvación de Dios se vuelve ecológica porque afecta a toda la creación que está viva y con posibilidades de cambio/conversión. Desde esta mirada ecológica, todo valle, todo monte y colina, toda persona, necesitan hacer cambios en su vida y aceptar la salvación universal que la voz en el desierto anuncia. El término “todo” aparece tres veces y con esto Lucas está manifestando una salvación ecológica/universal que predicará Jesús. Esta nueva salvación universal no será exclusivamente para Jerusalén, ni se encerrará en rituales vacíos, ni en confesiones de ser hijxs de Abraham y Sara (Lc 3:8). La salvación que Juan proclama a través de este evangelio consiste primeramente en descubrir la misericordia de Dios que quiere que todxs se salven y que toda la creación de Dios vea y experimente su presencia salvadora.
Muchas veces hemos experimentado “los signos de muerte” que se presentan en nuestros “desiertos” de soledad, tristeza, carencias económicas, pérdidas familiares, problemas de salud, depresión, y una interminable letanía de problemas que ponen nuestra fe en crisis. Pero hoy el hermano Juan nos invita a descubrir en el desierto la presencia de Dios. Es la palabra de Dios, que pronuncia tu nombre y te ofrece la gracia para discernir la luz de la oscuridad, la verdad de la mentira. En este segundo domingo de Adviento, te exhorto a gozar de la salvación que Dios te ofrece. Sigue preparando en tu comunidad y en tu familia los caminos de justicia y de verdad. Acepta el mensaje de nuestro hermano Juan que nos sigue invitando al arrepentimiento. Abraza tu desierto con la certeza de que no estás solo, sino que el Dios del desierto camina contigo: se deja escuchar, ver, oír y comer. Nunca olvides que todas tus experiencias de “desiertos” en algún lugar esconden oasis de aguas frescas y de gracia que te confirman la presencia amorosa de tu Creador.
Notas