Este evangelio nace en un contexto de crisis profundas e inestabilidad política en la década de los 80. El capítulo 21 describe la destrucción del Templo de Jerusalén, acontecida en el año 70. Por lo tanto, su autor está usando una narración posteventum, donde todo lo que se narra ¡ya ha pasado! Lucas utiliza el género apocalíptico para narrar la terrible experiencia de la comunidad, que se sentía abandonada por Dios. Usando “imágenes cósmicas,” el autor anuncia el nacimiento de una nueva creación y, por lo tanto, la comunidad debe estar atenta y vigilante ante el actuar de Dios en la historia. Lamentablemente, el género apocalíptico ha sido (ab)usado para infundir miedo y terror a la comunidad, en vez de dar esperanza y discernimiento para descubrir al Dios de la vida que, muy a menudo, opera entre signos de muerte.
El género apocalíptico fue muy estimado y usado por los autores de las Escrituras Cristianas. Dicho género tenía como finalidad revelar una gran verdad: que al final de los tiempos Dios se manifestará, será desenmascarado el mal y los justos serán redimidos. Pero antes de que la salvación se establezca, es necesario que “el mundo actual” llegue a su fin mediante una catástrofe cósmica. En el género apocalíptico, el desarrollo de la historia está orientado a la destrucción total. La tierra es el lugar donde las estructuras dominantes (imperios, ángeles caídos, poderes sobrenaturales, etc.) ejercen su opresión sobre el pueblo de Dios, que pacientemente espera la intervención divina. A pesar de las imágenes tan “atractivas” que presenta el género apocalíptico, no debemos infundir miedo a la comunidad de creyentes, ni pronosticar la destrucción del mundo. Es necesario entender el contexto social, político, económico y religioso de la comunidad que vio nacer este género, y así dar esperanza a la persona creyente, que sigue fiel al Dios de la vida.
Lucas aborda la idea de los “signos” y las catástrofes cósmicas en este capítulo a partir del verso 11, pero ahora su lenguaje se vuelve profético (Jer 4:23–26; Am 8:9; Miq l:3s; e Is 13:9s; 34:4) con la intención de darle esperanza a su comunidad, y anunciarles que la liberación/redención de Dios está cerca. Lucas, sirviéndose de los términos habituales de la apocalíptica y de la escatología judías, con lujo de detalles elabora la crisis cósmica que sufrirá el mundo antes de que se manifieste el “Hijo de la Humanidad” (cf. Dan 7:13).
El pasaje de este domingo sigue inmediatamente a la descripción del asedio de Jerusalén: “Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación” (Lc 21:20 BJ1). Como anotábamos arriba, cuando Lucas escribe su evangelio, ya Jerusalén y el Templo habían sido destruidos por el imperio romano. El impacto de la destrucción de Jerusalén y el templo sumió en una fuerte crisis de fe al pueblo judío, que presenció una vez más cómo su Dios era vencido y sustituido por otros dioses aparentemente más poderosos.
Sin embargo, para Lucas, este acontecimiento de la destrucción de Jerusalén será motivo de una reinterpretación más liberadora. En vez de ver en la ruina de Jerusalén el fracaso de Dios, Lucas reinterpreta este acontecimiento para revelar el “día de Yahvé,” que viene en la figura del “Hijo de la Humanidad,” “en una nube, con gran poder y majestad.” Para Lucas y para su comunidad, la venida del “Hijo de la Humanidad” es la manifestación victoriosa de Dios que viene a rescatar a sus fieles, pero antes de que esta salvación se realice es necesario que pase por un proceso de “purificación/destrucción.”
Destrucciones de ciudades y señales extraordinarias en el firmamento eran imágenes propias de los apocalipsis judíos para describir la ruina de una ciudad como el “día de Yahvé.” Las señales prodigiosas que Lucas relata, “Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas,” cumplen de alguna manera “las señales del cielo” que los enemigos de Jesús le pedían previamente para poder creer en él (Lc 11:16). Lucas magistralmente reelabora el “día de Yahvé” que había anunciado siglos antes el profeta Isaías:
Ululad, que cercano está el Día de Yahveh, como la destrucción de Sadday viene. Por eso todos los brazos decaen y todo corazón humano se derrite. Se empavorecen, angustias y apuros les sobrecogen, cual parturienta se duelen. Cada cual se asusta de su prójimo. Son los suyos rostros llameantes. He aquí que el Día de Yahveh viene implacable, el arrebato, el ardor de su ira, a convertir la tierra en yermo y exterminar de ella a los pecadores. Cuando las estrellas del cielo y la constelación de Orión no alumbren ya, esté oscurecido el sol en su salida y no brille la luz de la luna. (Is 13:6–10; cfr. Jer 4:23–26)
De la misma manera que Babilonia, Samaria, y la mítica Gomorra y otras muchas ciudades pecadoras fueron destruidas por el poder del “día de Yahvé,” Jerusalén será destruida para poder experimentar el “día de Yahvé,” día de liberación. Los signos extraordinarios en el firmamento no tienen como finalidad infundir miedo en los creyentes, sino esperanza en Dios, que irrumpe una vez más en la historia de la humanidad para salvarla: “pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación” (Lc 21:28).
La invitación de Lucas para su comunidad es darles fuerza y fortaleza para que esperen con esperanza la redención de Dios que está cerca. Pero es necesario que la comunidad “levante la cabeza” y recobre su dignidad humana. El verbo en el original griego es anakyptō y Lucas lo ha usado para describir a la mujer encorvada que no podía en modo alguno enderezarse (Lc 13:11) porque estaba bajo el poder de satanás. Mientras la comunidad esté con la cabeza baja, encorvada, sin dignidad, sin fuerza y bajo el poder de las fuerzas hostiles del mal, no podrá experimentar la redención.
El verbo apolytrōis (rescate de la esclavitud) solo aparece en este lugar de los evangelios, aunque es común en las cartas paulinas (Ro 3:24; 8:23; 1 Co 1:30; Ef 1:7.14; 4:30; Col 1:14). Este término literalmente significa “rescate” y está enraizado en la tradición bíblica donde se describe la acción poderosa de Dios para liberar de la esclavitud a su pueblo. Uno se preguntaría: ¿Liberación de qué? o ¿de quién? Probablemente la comunidad está siendo perseguida a causa del Crucificado y necesita tener la certeza de que la tribulación, persecución y muerte a causa de su fe no es en vano. La fuerte exhortación de Lucas a su comunidad es que, aun en medio de la opresión, tienen que “levantar la cabeza,” porque la liberación de Dios está a punto de suceder.
En lenguaje apocalíptico, aparte de los signos cósmicos, también incluye angustia, confusión, tribulación y miedo en la humanidad, con la finalidad de que los elegidos estén atentos y vigilando la ansiada liberación. En este contexto, podemos entender la exhortación que previamente ha anunciado Lucas, de que en “aquella misteriosa noche,” ¡dos hombres estarán durmiendo en una misma cama! y “uno será tomado y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada” (Lc 13:34–35). Hombres y mujeres, sin importar la orientación sexual, pueden experimentar liberación o abandono por parte del “Hijo de la Humanidad” que llega. La comunidad no puede sumirse (dormirse) en el miedo, ni en el terror, ni mucho menos en los placeres efímeros de la vida (vicios, libertinaje, embriaguez). Es necesario que la comunidad esté atenta y descubra en los signos cósmicos el poder del Resucitado (que viene en la nube) para legitimar sus luchas y esperanzas.
Hermanxs, en este primer domingo de Adviento hagamos caso a Lucas y recuperemos nuestra dignidad de ser hijxs amadxs del Dios de la vida. ¡Levantemos la cabeza! Pidamos a nuestro Creador humildemente que nos dé la fuerza necesaria para estar activamente esperándolo. Que las preocupaciones, depresiones, angustias, miedos, temores y placeres efímeros del mundo no nos priven de su liberación que por su gracia nos otorga por medio del “Hijo de la Humanidad.” Amén.
Notas
A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas serán tomadas de la Biblia de Jerusalén.
Este evangelio nace en un contexto de crisis profundas e inestabilidad política en la década de los 80. El capítulo 21 describe la destrucción del Templo de Jerusalén, acontecida en el año 70. Por lo tanto, su autor está usando una narración post eventum, donde todo lo que se narra ¡ya ha pasado! Lucas utiliza el género apocalíptico para narrar la terrible experiencia de la comunidad, que se sentía abandonada por Dios. Usando “imágenes cósmicas,” el autor anuncia el nacimiento de una nueva creación y, por lo tanto, la comunidad debe estar atenta y vigilante ante el actuar de Dios en la historia. Lamentablemente, el género apocalíptico ha sido (ab)usado para infundir miedo y terror a la comunidad, en vez de dar esperanza y discernimiento para descubrir al Dios de la vida que, muy a menudo, opera entre signos de muerte.
El género apocalíptico fue muy estimado y usado por los autores de las Escrituras Cristianas. Dicho género tenía como finalidad revelar una gran verdad: que al final de los tiempos Dios se manifestará, será desenmascarado el mal y los justos serán redimidos. Pero antes de que la salvación se establezca, es necesario que “el mundo actual” llegue a su fin mediante una catástrofe cósmica. En el género apocalíptico, el desarrollo de la historia está orientado a la destrucción total. La tierra es el lugar donde las estructuras dominantes (imperios, ángeles caídos, poderes sobrenaturales, etc.) ejercen su opresión sobre el pueblo de Dios, que pacientemente espera la intervención divina. A pesar de las imágenes tan “atractivas” que presenta el género apocalíptico, no debemos infundir miedo a la comunidad de creyentes, ni pronosticar la destrucción del mundo. Es necesario entender el contexto social, político, económico y religioso de la comunidad que vio nacer este género, y así dar esperanza a la persona creyente, que sigue fiel al Dios de la vida.
Lucas aborda la idea de los “signos” y las catástrofes cósmicas en este capítulo a partir del verso 11, pero ahora su lenguaje se vuelve profético (Jer 4:23–26; Am 8:9; Miq l:3s; e Is 13:9s; 34:4) con la intención de darle esperanza a su comunidad, y anunciarles que la liberación/redención de Dios está cerca. Lucas, sirviéndose de los términos habituales de la apocalíptica y de la escatología judías, con lujo de detalles elabora la crisis cósmica que sufrirá el mundo antes de que se manifieste el “Hijo de la Humanidad” (cf. Dan 7:13).
El pasaje de este domingo sigue inmediatamente a la descripción del asedio de Jerusalén: “Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación” (Lc 21:20 BJ1). Como anotábamos arriba, cuando Lucas escribe su evangelio, ya Jerusalén y el Templo habían sido destruidos por el imperio romano. El impacto de la destrucción de Jerusalén y el templo sumió en una fuerte crisis de fe al pueblo judío, que presenció una vez más cómo su Dios era vencido y sustituido por otros dioses aparentemente más poderosos.
Sin embargo, para Lucas, este acontecimiento de la destrucción de Jerusalén será motivo de una reinterpretación más liberadora. En vez de ver en la ruina de Jerusalén el fracaso de Dios, Lucas reinterpreta este acontecimiento para revelar el “día de Yahvé,” que viene en la figura del “Hijo de la Humanidad,” “en una nube, con gran poder y majestad.” Para Lucas y para su comunidad, la venida del “Hijo de la Humanidad” es la manifestación victoriosa de Dios que viene a rescatar a sus fieles, pero antes de que esta salvación se realice es necesario que pase por un proceso de “purificación/destrucción.”
Destrucciones de ciudades y señales extraordinarias en el firmamento eran imágenes propias de los apocalipsis judíos para describir la ruina de una ciudad como el “día de Yahvé.” Las señales prodigiosas que Lucas relata, “Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas,” cumplen de alguna manera “las señales del cielo” que los enemigos de Jesús le pedían previamente para poder creer en él (Lc 11:16). Lucas magistralmente reelabora el “día de Yahvé” que había anunciado siglos antes el profeta Isaías:
Ululad, que cercano está el Día de Yahveh, como la destrucción de Sadday viene. Por eso todos los brazos decaen y todo corazón humano se derrite. Se empavorecen, angustias y apuros les sobrecogen, cual parturienta se duelen. Cada cual se asusta de su prójimo. Son los suyos rostros llameantes. He aquí que el Día de Yahveh viene implacable, el arrebato, el ardor de su ira, a convertir la tierra en yermo y exterminar de ella a los pecadores. Cuando las estrellas del cielo y la constelación de Orión no alumbren ya, esté oscurecido el sol en su salida y no brille la luz de la luna. (Is 13:6–10; cfr. Jer 4:23–26)
De la misma manera que Babilonia, Samaria, y la mítica Gomorra y otras muchas ciudades pecadoras fueron destruidas por el poder del “día de Yahvé,” Jerusalén será destruida para poder experimentar el “día de Yahvé,” día de liberación. Los signos extraordinarios en el firmamento no tienen como finalidad infundir miedo en los creyentes, sino esperanza en Dios, que irrumpe una vez más en la historia de la humanidad para salvarla: “pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación” (Lc 21:28).
La invitación de Lucas para su comunidad es darles fuerza y fortaleza para que esperen con esperanza la redención de Dios que está cerca. Pero es necesario que la comunidad “levante la cabeza” y recobre su dignidad humana. El verbo en el original griego es anakyptō y Lucas lo ha usado para describir a la mujer encorvada que no podía en modo alguno enderezarse (Lc 13:11) porque estaba bajo el poder de satanás. Mientras la comunidad esté con la cabeza baja, encorvada, sin dignidad, sin fuerza y bajo el poder de las fuerzas hostiles del mal, no podrá experimentar la redención.
El verbo apolytrōis (rescate de la esclavitud) solo aparece en este lugar de los evangelios, aunque es común en las cartas paulinas (Ro 3:24; 8:23; 1 Co 1:30; Ef 1:7.14; 4:30; Col 1:14). Este término literalmente significa “rescate” y está enraizado en la tradición bíblica donde se describe la acción poderosa de Dios para liberar de la esclavitud a su pueblo. Uno se preguntaría: ¿Liberación de qué? o ¿de quién? Probablemente la comunidad está siendo perseguida a causa del Crucificado y necesita tener la certeza de que la tribulación, persecución y muerte a causa de su fe no es en vano. La fuerte exhortación de Lucas a su comunidad es que, aun en medio de la opresión, tienen que “levantar la cabeza,” porque la liberación de Dios está a punto de suceder.
En lenguaje apocalíptico, aparte de los signos cósmicos, también incluye angustia, confusión, tribulación y miedo en la humanidad, con la finalidad de que los elegidos estén atentos y vigilando la ansiada liberación. En este contexto, podemos entender la exhortación que previamente ha anunciado Lucas, de que en “aquella misteriosa noche,” ¡dos hombres estarán durmiendo en una misma cama! y “uno será tomado y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada” (Lc 13:34–35). Hombres y mujeres, sin importar la orientación sexual, pueden experimentar liberación o abandono por parte del “Hijo de la Humanidad” que llega. La comunidad no puede sumirse (dormirse) en el miedo, ni en el terror, ni mucho menos en los placeres efímeros de la vida (vicios, libertinaje, embriaguez). Es necesario que la comunidad esté atenta y descubra en los signos cósmicos el poder del Resucitado (que viene en la nube) para legitimar sus luchas y esperanzas.
Hermanxs, en este primer domingo de Adviento hagamos caso a Lucas y recuperemos nuestra dignidad de ser hijxs amadxs del Dios de la vida. ¡Levantemos la cabeza! Pidamos a nuestro Creador humildemente que nos dé la fuerza necesaria para estar activamente esperándolo. Que las preocupaciones, depresiones, angustias, miedos, temores y placeres efímeros del mundo no nos priven de su liberación que por su gracia nos otorga por medio del “Hijo de la Humanidad.” Amén.
Notas