En el Evangelio de Marcos, Jesús concluye su ministerio público en Jerusalén a partir del capítulo 11. Durante su recorrido por Galilea y los alrededores, ha sido seguido por multitudes necesitadas de su mensaje, sanación y liberación. Al mismo tiempo, los líderes religiosos, fariseos y maestros de la ley han estado presentes, cuestionando sus palabras, acciones e interpretación de la ley. Ahora, en Jerusalén, Jesús se encuentra en el corazón del sistema religioso del judaísmo.
El texto de hoy, Marcos 12:38–44, se ubica en una sección en la que Jesús está en el templo (entra al templo en el 11:15 y sale en el 13:1–4) y los líderes religiosos lo interrogan y ponen a prueba: primero los sumos sacerdotes, escribas y ancianos (11:27–33); luego los fariseos y herodianos (12:13–17); seguidamente los saduceos (12:18–27); y finalmente un escriba (12:28–34). Este último se distingue de los demás, ya que no busca poner a prueba a Jesús, sino que tiene una pregunta honesta: “¿Cuál es el principal mandamiento?” (12:28–34). Esta pregunta ofrece una clave importante para interpretar nuestro texto de hoy.
El pasaje se divide en dos partes. En los versículos 38–40, Jesús se dirige al público presente en el templo y les advierte acerca de los escribas (“Guardaos de los escribas”). En la segunda parte, vv. 41–44, hay un cambio de escenario, y vemos a Jesús frente al arca del tesoro del templo, observando a las personas que depositan sus ofrendas. Jesús llama a sus discípulos para destacar la importancia de la ofrenda de una viuda pobre (vv. 43–44). Estas dos escenas (38–40 y 41–44) están vinculadas por la presencia y palabras de Jesús, así como por la mención de la palabra “viuda(s)”: los escribas oprimen a las viudas (v. 40), y la viuda pobre entrega todo lo que tiene (vv. 42–44). Este contraste entre los escribas y la viuda pobre es central.
A menudo se ha interpretado a la viuda pobre como un ejemplo de generosidad y desprendimiento. Su ofrenda, dos moneditas, es pequeña en contraste con las ofrendas de los ricos, quienes “echaban mucho,” algo que Jesús también observa (v. 41). Jesús señala que las monedas de la viuda son más valiosas porque no ha dado de su abundancia, sino de su necesidad: “todo lo que tenía, todo su sustento.” Podríamos concluir fácilmente que la lección es dar a Dios con generosidad y desprendimiento, como lo hizo la viuda pobre. Y sin duda, es así. Sin embargo, el contexto sugiere que este relato tiene un mensaje más profundo.
Marcos organiza sus relatos de manera cuidadosa, por lo que es importante reflexionar sobre la relación entre la advertencia de Jesús acerca de los escribas (vv. 38–40) y la ofrenda de la viuda. Jesús describe a los escribas como ansiosos de honor y privilegio: usan ropa vistosa, buscan ser reconocidos en las calles y ocupar los primeros puestos en banquetes, disfrutando así de los mejores alimentos y bebidas. Aunque deberían estar al servicio del pueblo, se dedican a servirse a sí mismos. Más grave aún, sus piadosas oraciones ocultan actos de opresión y extorsión contra las viudas (v. 40).
Este comportamiento de los escribas recuerda la denuncia de Isaías contra la religiosidad vacía de Israel, que iba acompañada de actos de injusticia y opresión:
Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré… [Q]uitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos, dejad de hacer lo malo, aprended a hacer el bien, buscad el derecho, socorred al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. (Is 1:15–17)
La vulnerabilidad de las viudas, junto con la de los huérfanos y extranjeros, es una preocupación constante en el Antiguo Testamento. En el Pentateuco, se exhorta a su protección y provisión (Ex 22:21; Dt 24:19–21) y Dios mismo se declara su protector (Dt 10:18; Sal 68:5). Los profetas denuncian su explotación (Jer 7:6–7; Zac 7:10). En tiempos de Jesús, una viuda pobre estaba aún más expuesta a la marginación social al no contar con la protección de un hombre, en una sociedad profundamente patriarcal.
La viuda pobre que entrega todo lo que tiene en el templo representa una clase explotada por los líderes religiosos. Sin embargo, ella entrega todo, toda su vida, a Dios. Los movimientos son inversos: los escribas buscan acumular honores y bienes, incluso a costa de la explotación, mientras que la mujer pobre entrega—libremente—todo lo que tiene a Dios. Su acción no solo contrasta con la de los escribas, sino que también es un acto de denuncia y resistencia al sistema religioso que la oprime y margina como mujer, pobre y viuda. Jesús no admira su gesto porque beneficie al templo, sino porque desmantela la seguridad de los ricos, incluidos los escribas, quienes confían en sus grandes ofrendas.
La palabra “todo” es clave en la descripción de la ofrenda de la viuda. Su entrega total recuerda las palabras de Jesús cuando el escriba le pregunta sobre el mandamiento más importante: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (12:30). La importancia de la ofrenda de la viuda no reside en la cantidad de dinero, sino en que da todo lo que tiene, su vida misma. En este sentido, ella anticipa la entrega total que hará Jesús en la cruz.
La ofrenda de la viuda no solo revela la hipocresía de los escribas y relativiza la ofrenda de los ricos, sino que también desafía a los mismos discípulos, quienes, a pesar de haber seguido a Jesús desde el inicio de su ministerio, no comprenden plenamente el significado del discipulado. Buscan los primeros puestos, disputándose quién es el mayor (Mc 9:31–37). La anónima viuda pobre se convierte en el verdadero modelo de discipulado. Ella, junto con otras mujeres, como la mujer con flujo de sangre (Mc 5:25–29), la sirofenicia (Mc 7:24–30) y la mujer que unge a Jesús (Mc 14:3–9), representan una comprensión profunda del ministerio de Jesús. Estas mujeres, marginadas por el sistema social y religioso, revelan la incomprensión de los discípulos y líderes religiosos, y se convierten en señal del reinado de Dios, que se manifiesta con y para las personas menospreciadas por la sociedad y el sistema religioso de su tiempo.
En el Evangelio de Marcos, Jesús concluye su ministerio público en Jerusalén a partir del capítulo 11. Durante su recorrido por Galilea y los alrededores, ha sido seguido por multitudes necesitadas de su mensaje, sanación y liberación. Al mismo tiempo, los líderes religiosos, fariseos y maestros de la ley han estado presentes, cuestionando sus palabras, acciones e interpretación de la ley. Ahora, en Jerusalén, Jesús se encuentra en el corazón del sistema religioso del judaísmo.
El texto de hoy, Marcos 12:38–44, se ubica en una sección en la que Jesús está en el templo (entra al templo en el 11:15 y sale en el 13:1–4) y los líderes religiosos lo interrogan y ponen a prueba: primero los sumos sacerdotes, escribas y ancianos (11:27–33); luego los fariseos y herodianos (12:13–17); seguidamente los saduceos (12:18–27); y finalmente un escriba (12:28–34). Este último se distingue de los demás, ya que no busca poner a prueba a Jesús, sino que tiene una pregunta honesta: “¿Cuál es el principal mandamiento?” (12:28–34). Esta pregunta ofrece una clave importante para interpretar nuestro texto de hoy.
El pasaje se divide en dos partes. En los versículos 38–40, Jesús se dirige al público presente en el templo y les advierte acerca de los escribas (“Guardaos de los escribas”). En la segunda parte, vv. 41–44, hay un cambio de escenario, y vemos a Jesús frente al arca del tesoro del templo, observando a las personas que depositan sus ofrendas. Jesús llama a sus discípulos para destacar la importancia de la ofrenda de una viuda pobre (vv. 43–44). Estas dos escenas (38–40 y 41–44) están vinculadas por la presencia y palabras de Jesús, así como por la mención de la palabra “viuda(s)”: los escribas oprimen a las viudas (v. 40), y la viuda pobre entrega todo lo que tiene (vv. 42–44). Este contraste entre los escribas y la viuda pobre es central.
A menudo se ha interpretado a la viuda pobre como un ejemplo de generosidad y desprendimiento. Su ofrenda, dos moneditas, es pequeña en contraste con las ofrendas de los ricos, quienes “echaban mucho,” algo que Jesús también observa (v. 41). Jesús señala que las monedas de la viuda son más valiosas porque no ha dado de su abundancia, sino de su necesidad: “todo lo que tenía, todo su sustento.” Podríamos concluir fácilmente que la lección es dar a Dios con generosidad y desprendimiento, como lo hizo la viuda pobre. Y sin duda, es así. Sin embargo, el contexto sugiere que este relato tiene un mensaje más profundo.
Marcos organiza sus relatos de manera cuidadosa, por lo que es importante reflexionar sobre la relación entre la advertencia de Jesús acerca de los escribas (vv. 38–40) y la ofrenda de la viuda. Jesús describe a los escribas como ansiosos de honor y privilegio: usan ropa vistosa, buscan ser reconocidos en las calles y ocupar los primeros puestos en banquetes, disfrutando así de los mejores alimentos y bebidas. Aunque deberían estar al servicio del pueblo, se dedican a servirse a sí mismos. Más grave aún, sus piadosas oraciones ocultan actos de opresión y extorsión contra las viudas (v. 40).
Este comportamiento de los escribas recuerda la denuncia de Isaías contra la religiosidad vacía de Israel, que iba acompañada de actos de injusticia y opresión:
Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré… [Q]uitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos, dejad de hacer lo malo, aprended a hacer el bien, buscad el derecho, socorred al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. (Is 1:15–17)
La vulnerabilidad de las viudas, junto con la de los huérfanos y extranjeros, es una preocupación constante en el Antiguo Testamento. En el Pentateuco, se exhorta a su protección y provisión (Ex 22:21; Dt 24:19–21) y Dios mismo se declara su protector (Dt 10:18; Sal 68:5). Los profetas denuncian su explotación (Jer 7:6–7; Zac 7:10). En tiempos de Jesús, una viuda pobre estaba aún más expuesta a la marginación social al no contar con la protección de un hombre, en una sociedad profundamente patriarcal.
La viuda pobre que entrega todo lo que tiene en el templo representa una clase explotada por los líderes religiosos. Sin embargo, ella entrega todo, toda su vida, a Dios. Los movimientos son inversos: los escribas buscan acumular honores y bienes, incluso a costa de la explotación, mientras que la mujer pobre entrega—libremente—todo lo que tiene a Dios. Su acción no solo contrasta con la de los escribas, sino que también es un acto de denuncia y resistencia al sistema religioso que la oprime y margina como mujer, pobre y viuda. Jesús no admira su gesto porque beneficie al templo, sino porque desmantela la seguridad de los ricos, incluidos los escribas, quienes confían en sus grandes ofrendas.
La palabra “todo” es clave en la descripción de la ofrenda de la viuda. Su entrega total recuerda las palabras de Jesús cuando el escriba le pregunta sobre el mandamiento más importante: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (12:30). La importancia de la ofrenda de la viuda no reside en la cantidad de dinero, sino en que da todo lo que tiene, su vida misma. En este sentido, ella anticipa la entrega total que hará Jesús en la cruz.
La ofrenda de la viuda no solo revela la hipocresía de los escribas y relativiza la ofrenda de los ricos, sino que también desafía a los mismos discípulos, quienes, a pesar de haber seguido a Jesús desde el inicio de su ministerio, no comprenden plenamente el significado del discipulado. Buscan los primeros puestos, disputándose quién es el mayor (Mc 9:31–37). La anónima viuda pobre se convierte en el verdadero modelo de discipulado. Ella, junto con otras mujeres, como la mujer con flujo de sangre (Mc 5:25–29), la sirofenicia (Mc 7:24–30) y la mujer que unge a Jesús (Mc 14:3–9), representan una comprensión profunda del ministerio de Jesús. Estas mujeres, marginadas por el sistema social y religioso, revelan la incomprensión de los discípulos y líderes religiosos, y se convierten en señal del reinado de Dios, que se manifiesta con y para las personas menospreciadas por la sociedad y el sistema religioso de su tiempo.