El Domingo de Todos los Santos conmemora la vida de las personas que han partido de la vida terrenal y son ya parte de la “iglesia triunfante,” pues han completado su vocación bautismal y esperan el día final de la redención. El Papa Bonifacio IV introdujo la festividad en el año 603 CE.
Algunas de nuestras culturas latinas observan la celebración del Día de los Muertos. Esta festividad es de mucha importancia para el pueblo mexicano y presenta la muerte como parte del proceso de vida. Al decir de Mario Benedetti, “la muerte es solo un síntoma de que hubo vida.” Esta tradición tiene sus orígenes en los pueblos prehispánicos que habitaban en la región. Hoy día la celebración mantiene parte de las tradiciones ancestrales y, a su vez, refleja el esplendor con que se recibe, al mostrar las hermosas calaveras con sus coloridas vestimentas. Esta breve introducción a los orígenes de la festividad puede servir como tema para el sermón infantil, particularmente trayendo a su atención la película animada Coco.1
El evangelio asignado para este domingo, Juan 11:32–44, le presenta a quien predique una gran riqueza de imágenes para abordar el tema de la resurrección. La historia tiene como trasfondo histórico la controversia entre fariseos y saduceos sobre la resurrección. Los fariseos, cuya membresía reflejaba una variedad social, afirmaban la resurrección, mientras que los saduceos, de la clase sacerdotal alta, la negaban.
Veamos algunos puntos interesantes de la exégesis:
“Jesús entonces, al verla llorando … se estremeció en espíritu y se conmovió” (v. 33). Este verso, al igual que otros en la narrativa, nos presenta las emociones de Jesús. Jesús es movido a compasión. Jesús llora ante la pérdida de un amigo. El término griego utilizado para describir la emoción de Jesús es embrimasthai, que significa algo más que conmoverse. Literalmente, significa expresar ira.2 Jesús no expresa su ira hacia Lázaro, sino más bien hacia la enfermedad o padecimiento que eran visto como una “manifestación del reino de maldad de Satán.”3 Podemos aquí desarrollar la noción del pathos de Dios.
“Señor, hiede ya, porque lleva cuatro días” (v. 39). Los rabinos opinaban que el alma rondaba sobre el cuerpo por tres días. Al cuarto día ya no había posibilidad de resucitación.4 La utilización de este detalle en la narrativa tiene como función afirmar que Lázaro estaba realmente muerto. Es interesante notar que el nombre Lázaro—una contracción de Eleazar—significa “Dios ayuda.”
“… verás la gloria de Dios” (v. 40). Doxa es la palabra griega que se utiliza para manifestar la majestad y el esplendor de Dios. Esta interpretación tiene su raíz en la palabra hebrea Kabod. Sin embargo, según Kittel, en el Nuevo Testamento la gloria de Dios se entiende como la “esencia de Dios,”5 esto es, el modo de ser de Dios. Dios es una comunidad cuya esencia es la extrema relacionalidad entre las personas. Es una comunidad sostenida por el amor, y el vaciamiento de una persona en las otras (perichoresis). “En el Antiguo Testamento el énfasis radica en ver la gloria de Dios [su majestad, esplendor, etc.]. En el Nuevo Testamento el énfasis cambia a participar de la gloria de Dios, esto es, [participar] de su esencia, de su modo de existencia.”6 Participar de la esencia de Dios, de la vida en relacionalidad, es el propósito de la misión de Dios a través de Jesús: “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).
“… clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera!” (v. 43). Clamar a gran voz (kraugazein) ocurre en ocho ocasiones en el Nuevo Testamento, seis de esas veces en el evangelio de Juan. Literalmente, significa gritar. Raymond Brown en su comentario hace referencia al contraste entre los gritos de la multitud que pidió la crucifixión de Jesús, y el grito de Jesús a Lázaro que es un llamado a la vida.7
Otros aspectos interesantes en la narrativa son la confianza de María en la acción de Jesús (“si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano,” v. 32) y la referencia a las vestiduras de Lázaro que contrasta con la narrativa de la resurrección de Jesús, cuyas vestiduras quedaron en la tumba. Las vestimentas apuntan a que Lázaro, aunque resucitado, habría de morir nuevamente. Algunos teólogos hacen la diferenciación entre la resucitación de Lázaro (temporal) y la resurrección de Jesús (eterna).
La creencia en la resurrección es central en la vida de fe cristiana. San Pablo afirma en su carta a los Corintios: “Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana” (1 Co 15:16–17). Por el bautismo participamos en la muerte y la resurrección de Jesús. La resurrección nos promete que la muerte no tiene la última palabra. Con Pablo cantamos con júbilo: “¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria?” (1 Co 15:55).
En una ocasión en la que conversábamos sobre la resurrección, mi hermano no biológico, José Iván, compartió conmigo su descripción de la resurrección. Me dijo: “es como cuando en la mañana, voy a levantar a Camila para ir a la escuela. Le quito la sábana con la que está arropada y le digo: ‘levántate para ir a la escuela.’ De la misma manera Dios, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, nos quitará la sábana de la muerte.”8
En el día final, Dios nos quitará la sábana de la muerte y nos dirá: “levántate para que recibas tu herencia,” una herencia “incorruptible, incontaminada, e inmarchitable, reservada en los cielos para vosotros” (1 Pe 1:4).
Notas
Producida por Pixar Animation Studio, 2017; distribuida por Walt Disney Studios Motion Pictures.
Geoffrey W. Bromiley, ed., Theological Dictionary of the New Testament, Abridged in One Volume (Grand Rapids: William B. Eerdmans, 1985), 426.
Ibid., 426.
Raymond E. Brown, The Gospel According to John, Vol. I (Garden City: Doubleday, 1981), 424.
El Domingo de Todos los Santos conmemora la vida de las personas que han partido de la vida terrenal y son ya parte de la “iglesia triunfante,” pues han completado su vocación bautismal y esperan el día final de la redención. El Papa Bonifacio IV introdujo la festividad en el año 603 CE.
Algunas de nuestras culturas latinas observan la celebración del Día de los Muertos. Esta festividad es de mucha importancia para el pueblo mexicano y presenta la muerte como parte del proceso de vida. Al decir de Mario Benedetti, “la muerte es solo un síntoma de que hubo vida.” Esta tradición tiene sus orígenes en los pueblos prehispánicos que habitaban en la región. Hoy día la celebración mantiene parte de las tradiciones ancestrales y, a su vez, refleja el esplendor con que se recibe, al mostrar las hermosas calaveras con sus coloridas vestimentas. Esta breve introducción a los orígenes de la festividad puede servir como tema para el sermón infantil, particularmente trayendo a su atención la película animada Coco.1
El evangelio asignado para este domingo, Juan 11:32–44, le presenta a quien predique una gran riqueza de imágenes para abordar el tema de la resurrección. La historia tiene como trasfondo histórico la controversia entre fariseos y saduceos sobre la resurrección. Los fariseos, cuya membresía reflejaba una variedad social, afirmaban la resurrección, mientras que los saduceos, de la clase sacerdotal alta, la negaban.
Veamos algunos puntos interesantes de la exégesis:
La creencia en la resurrección es central en la vida de fe cristiana. San Pablo afirma en su carta a los Corintios: “Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana” (1 Co 15:16–17). Por el bautismo participamos en la muerte y la resurrección de Jesús. La resurrección nos promete que la muerte no tiene la última palabra. Con Pablo cantamos con júbilo: “¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria?” (1 Co 15:55).
En una ocasión en la que conversábamos sobre la resurrección, mi hermano no biológico, José Iván, compartió conmigo su descripción de la resurrección. Me dijo: “es como cuando en la mañana, voy a levantar a Camila para ir a la escuela. Le quito la sábana con la que está arropada y le digo: ‘levántate para ir a la escuela.’ De la misma manera Dios, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, nos quitará la sábana de la muerte.”8
En el día final, Dios nos quitará la sábana de la muerte y nos dirá: “levántate para que recibas tu herencia,” una herencia “incorruptible, incontaminada, e inmarchitable, reservada en los cielos para vosotros” (1 Pe 1:4).
Notas