En el evangelio de hoy continúa la conversación de Jesús con sus discípulos en casa, en Capernaún (Mc 9:33), donde se había puesto de manifiesto que los discípulos, con sus aspiraciones a los mejores puestos y su rivalidad por ser los primeros, no entendían al Maestro, que repite: “Si alguno quiere ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos” (v. 34). Hoy la incomprensión aflora desde otra perspectiva.
Juan, en representación de los demás, le dice a Jesús que han visto a uno “que no nos sigue,” expulsando demonios en el nombre de Jesús, y se lo han prohibido “porque no nos seguía” (v. 38). Aquel hombre hace cosas buenas en nombre de Jesús, pero los discípulos no lo aceptan porque no es de su grupo, porque ellos se consideran monopolizadores de Jesús, porque tienen una mentalidad excluyente. Jesús ve las cosas de otra manera: “No se lo prohibáis, porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda hablar mal de mí, pues el que no está contra nosotros, por nosotros está” (vv. 39–40).
Los discípulos tienen una mentalidad cerrada y excluyente del seguimiento de Jesús. Ven en aquel desconocido que actúa en nombre de Jesús a un posible rival de los puestos de privilegio por los que ellos rivalizan en el reino que creen Jesús va a instaurar. Le achacan que “no nos sigue,” cuando de lo que se trata, en realidad, no es de seguir a los discípulos, sino de seguir a Jesús. ¿Quiénes son ellos para impedir que aquel hombre haga el bien en nombre de Jesús?
La acción de Jesús y del Espíritu desborda las fronteras institucionales de las iglesias. Muchas veces, pretendiendo defender las puertas de la iglesia, se ha impedido que mucha gente entrase en ellas para encontrar la misericordia de Dios y la ayuda de los hermanos. “La tarea evangelizadora … nunca se encierra, nunca se repliega en sus seguridades, nunca opta por la rigidez autodefensiva. … A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas.”1
Jesús nos invita a estar atentos/as a la acción de Dios y de su Espíritu en el mundo, en los acontecimientos, en tanta gente buena, en diversas iniciativas sociales, con frecuencia sin etiquetas religiosas ni confesionales. Dios está presente en la historia, actúa, interpela, invita. La persona cristiana no puede encerrarse en el templo ni en su grupo de creyentes. Su actitud ante el misterio de Dios es, ante todo, de escucha, de mirar con los ojos de fe toda la realidad, de discernimiento y de compromiso para impulsar los caminos y valores del reino de Dios.
¿Evitamos los comportamientos sectarios? ¿Cuál es nuestra actitud ante expresiones de la fe diferentes a las nuestras? ¿Descubrimos la acción de Dios en el mundo, en nuestro entorno?
Jesús concluye este diálogo con un dicho muy rico teológicamente (v. 41), pero en este contexto hay que resaltar la crítica que supone de las pretensiones de honor y monopolio de sus discípulos e, incluso, la relativización de los milagros en su nombre, porque lo más importante es dar de beber un vaso de agua a un itinerante sediento.
Exhortación apremiante a no frustrar nuestras vidas
La segunda parte del texto evangélico es una exhortación muy radical de Jesús expresada con enorme fuerza retórica (vv. 42–50). Es una construcción reiterativa, en la que las mismas expresiones se repiten cuatro veces (en las traducciones pierde claridad): “… si te es ocasión de caer … córtalo/sácalo … porque mejor te es entrar … al fuego que no se apaga.”
La afirmación primera de Jesús es poner en guardia contra los que hacen “tropezar” (el verbo griego es “escandalizar”) “a uno de estos pequeñitos que creen en mí.” Probablemente Marcos vela por los miembros débiles de su comunidad. Podría tratarse de una comunidad mayoritariamente gentil con una pequeña minoría judía con dificultades para que se acepten sus costumbres. Pero en la actualidad es perfectamente legítimo interpretar este texto como referido a los niños expuestos a diversos tipos de abusos y, con mucha frecuencia, con pésimos referentes sociales. El castigo de los responsables no puede ser más severo: “se le atara una piedra de molino al cuello y se le arrojara al mar” (v. 42). Lo vemos varias veces en los evangelios (por ejemplo, el domingo pasado): Jesús es el gran defensor de los niños, expuestos a tantas desgracias en la sociedad de Jesús y también en las sociedades actuales. ¿No son escalofriantes las víctimas infantiles de la guerra de Gaza? ¿Qué ejemplos se proponen a los niños? ¿Qué valores se les inculca en nuestra sociedad?
La exhortación de Jesús continúa con enorme fuerza retórica: “Si tu mano te es ocasión de caer … si tu pie … si tu ojo …” Las medidas a tomar son exageraciones hiperbólicas (cortar la mano y el pie, sacar el ojo). Lo que pretende el texto es hacer caer en la cuenta de la seriedad de lo que está en juego. Jesús enseña que “lo que sale del hombre, eso contamina al hombre, porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios,los hurtos. … Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al hombre” (Mc 7:20–23).
La mano sirve para robar y golpear. No se trata de cortarla, sino de que sirva para ayudar, que se abra con generosidad. No hay que cortar el pie que encamina hacia el mal, sino cambiar su dirección hacia el bien. No hay que sacar el ojo, sino enseñarle a ver las necesidades del prójimo, la belleza de la creación, los signos de la presencia de Dios.
Jesús exhorta a una conversión del corazón, entendido como la radicalidad de la existencia humana y que se manifieste en todos sus miembros y capacidades.
La fuerza retórica es mayor aún al expresar el castigo del que cae o hace caer: “arrojado al infierno, donde el gusano de ellos no muere y el fuego nunca se apaga” (vv. 47–48). “Infierno” traduce el término griego geennan, que viene del hebreo gê-hinnom. Se designaba así una depresión al sur de Jerusalén, donde se había adorado al dios cananeo Moloc con sacrificios humanos. Era un lugar maldito e inhóspito de la ciudad, y su nombre se independizó de un sitio concreto y pasó a designar al lugar del castigo eterno. “El gusano de ellos no muere y el fuego no se apaga” era una expresión muy popular en el judaísmo porque son las palabras con que termina el libro de Isaías (66:24) para describir la situación final de los enemigos de Yahvé.
Esta descripción terrorífica del castigo final nos causa un gran desasosiego porque presenta un dios torturador por toda la eternidad. Sobre todo, nos parece absolutamente incompatible con el Dios Padre misericordioso del que habla Jesús. Pero tenemos que situarnos en la literatura apocalíptica y su simbolismo. La función de este lenguaje es llamar de una forma apremiante e, incluso, amenazante a la responsabilidad en el presente. Jesús llama a la conversión y, en este pasaje, lo hace con especial radicalidad. Nos viene bien recordar que con Dios no caben medias tintas, que hay que amarle con todo el corazón, con toda el alma, con todas nuestras fuerzas.
Notas
Son palabras del Papa Francisco en la Constitución Apostólica “Evangelii Gaudium,” números 45 y 47.
En el evangelio de hoy continúa la conversación de Jesús con sus discípulos en casa, en Capernaún (Mc 9:33), donde se había puesto de manifiesto que los discípulos, con sus aspiraciones a los mejores puestos y su rivalidad por ser los primeros, no entendían al Maestro, que repite: “Si alguno quiere ser el primero, será el último de todos y el servidor de todos” (v. 34). Hoy la incomprensión aflora desde otra perspectiva.
Juan, en representación de los demás, le dice a Jesús que han visto a uno “que no nos sigue,” expulsando demonios en el nombre de Jesús, y se lo han prohibido “porque no nos seguía” (v. 38). Aquel hombre hace cosas buenas en nombre de Jesús, pero los discípulos no lo aceptan porque no es de su grupo, porque ellos se consideran monopolizadores de Jesús, porque tienen una mentalidad excluyente. Jesús ve las cosas de otra manera: “No se lo prohibáis, porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda hablar mal de mí, pues el que no está contra nosotros, por nosotros está” (vv. 39–40).
Los discípulos tienen una mentalidad cerrada y excluyente del seguimiento de Jesús. Ven en aquel desconocido que actúa en nombre de Jesús a un posible rival de los puestos de privilegio por los que ellos rivalizan en el reino que creen Jesús va a instaurar. Le achacan que “no nos sigue,” cuando de lo que se trata, en realidad, no es de seguir a los discípulos, sino de seguir a Jesús. ¿Quiénes son ellos para impedir que aquel hombre haga el bien en nombre de Jesús?
La acción de Jesús y del Espíritu desborda las fronteras institucionales de las iglesias. Muchas veces, pretendiendo defender las puertas de la iglesia, se ha impedido que mucha gente entrase en ellas para encontrar la misericordia de Dios y la ayuda de los hermanos. “La tarea evangelizadora … nunca se encierra, nunca se repliega en sus seguridades, nunca opta por la rigidez autodefensiva. … A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas.”1
Jesús nos invita a estar atentos/as a la acción de Dios y de su Espíritu en el mundo, en los acontecimientos, en tanta gente buena, en diversas iniciativas sociales, con frecuencia sin etiquetas religiosas ni confesionales. Dios está presente en la historia, actúa, interpela, invita. La persona cristiana no puede encerrarse en el templo ni en su grupo de creyentes. Su actitud ante el misterio de Dios es, ante todo, de escucha, de mirar con los ojos de fe toda la realidad, de discernimiento y de compromiso para impulsar los caminos y valores del reino de Dios.
¿Evitamos los comportamientos sectarios? ¿Cuál es nuestra actitud ante expresiones de la fe diferentes a las nuestras? ¿Descubrimos la acción de Dios en el mundo, en nuestro entorno?
Jesús concluye este diálogo con un dicho muy rico teológicamente (v. 41), pero en este contexto hay que resaltar la crítica que supone de las pretensiones de honor y monopolio de sus discípulos e, incluso, la relativización de los milagros en su nombre, porque lo más importante es dar de beber un vaso de agua a un itinerante sediento.
Exhortación apremiante a no frustrar nuestras vidas
La segunda parte del texto evangélico es una exhortación muy radical de Jesús expresada con enorme fuerza retórica (vv. 42–50). Es una construcción reiterativa, en la que las mismas expresiones se repiten cuatro veces (en las traducciones pierde claridad): “… si te es ocasión de caer … córtalo/sácalo … porque mejor te es entrar … al fuego que no se apaga.”
La afirmación primera de Jesús es poner en guardia contra los que hacen “tropezar” (el verbo griego es “escandalizar”) “a uno de estos pequeñitos que creen en mí.” Probablemente Marcos vela por los miembros débiles de su comunidad. Podría tratarse de una comunidad mayoritariamente gentil con una pequeña minoría judía con dificultades para que se acepten sus costumbres. Pero en la actualidad es perfectamente legítimo interpretar este texto como referido a los niños expuestos a diversos tipos de abusos y, con mucha frecuencia, con pésimos referentes sociales. El castigo de los responsables no puede ser más severo: “se le atara una piedra de molino al cuello y se le arrojara al mar” (v. 42). Lo vemos varias veces en los evangelios (por ejemplo, el domingo pasado): Jesús es el gran defensor de los niños, expuestos a tantas desgracias en la sociedad de Jesús y también en las sociedades actuales. ¿No son escalofriantes las víctimas infantiles de la guerra de Gaza? ¿Qué ejemplos se proponen a los niños? ¿Qué valores se les inculca en nuestra sociedad?
La exhortación de Jesús continúa con enorme fuerza retórica: “Si tu mano te es ocasión de caer … si tu pie … si tu ojo …” Las medidas a tomar son exageraciones hiperbólicas (cortar la mano y el pie, sacar el ojo). Lo que pretende el texto es hacer caer en la cuenta de la seriedad de lo que está en juego. Jesús enseña que “lo que sale del hombre, eso contamina al hombre, porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos. … Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al hombre” (Mc 7:20–23).
La mano sirve para robar y golpear. No se trata de cortarla, sino de que sirva para ayudar, que se abra con generosidad. No hay que cortar el pie que encamina hacia el mal, sino cambiar su dirección hacia el bien. No hay que sacar el ojo, sino enseñarle a ver las necesidades del prójimo, la belleza de la creación, los signos de la presencia de Dios.
Jesús exhorta a una conversión del corazón, entendido como la radicalidad de la existencia humana y que se manifieste en todos sus miembros y capacidades.
La fuerza retórica es mayor aún al expresar el castigo del que cae o hace caer: “arrojado al infierno, donde el gusano de ellos no muere y el fuego nunca se apaga” (vv. 47–48). “Infierno” traduce el término griego geennan, que viene del hebreo gê-hinnom. Se designaba así una depresión al sur de Jerusalén, donde se había adorado al dios cananeo Moloc con sacrificios humanos. Era un lugar maldito e inhóspito de la ciudad, y su nombre se independizó de un sitio concreto y pasó a designar al lugar del castigo eterno. “El gusano de ellos no muere y el fuego no se apaga” era una expresión muy popular en el judaísmo porque son las palabras con que termina el libro de Isaías (66:24) para describir la situación final de los enemigos de Yahvé.
Esta descripción terrorífica del castigo final nos causa un gran desasosiego porque presenta un dios torturador por toda la eternidad. Sobre todo, nos parece absolutamente incompatible con el Dios Padre misericordioso del que habla Jesús. Pero tenemos que situarnos en la literatura apocalíptica y su simbolismo. La función de este lenguaje es llamar de una forma apremiante e, incluso, amenazante a la responsabilidad en el presente. Jesús llama a la conversión y, en este pasaje, lo hace con especial radicalidad. Nos viene bien recordar que con Dios no caben medias tintas, que hay que amarle con todo el corazón, con toda el alma, con todas nuestras fuerzas.
Notas