Si hay una idea que se repite en el contexto de la fe evangélica contemporánea es la de la salvación por la fe. “De tal manera amó Dios al mundo,” para que quien crea en él, en Jesús, sea salvo. Este principio está claramente definido dentro de nuestras tradiciones y no tenemos que debatir mucho su existencia.
Lo que este principio no explica es qué es la salvación y cómo se explica para la gente de hoy en día. ¿Qué es la salvación para una sociedad que ha llegado a crear la inteligencia artificial? ¿Qué es la salvación para las generaciones posteriores a la bomba atómica?
La escena final de la película Oppenheimer presenta la incertidumbre del poder de la tecnología para el género humano. ¿Es posible crear un arma que provoque la destrucción del mundo tal y como lo conocemos? ¿Estaba siendo retado en su moralidad el personaje principal de la película al preguntarse por el carácter escatológico de su creación? ¿Debería ser la tecnología fuente de un evento tal que implique la devastación de todo cuanto conocemos? ¿Qué significa la salvación para una generación que vive con este terror ya domesticado?
Lo paradójico de la posibilidad de la devastación final causada por la división del átomo es que la luz es la fuente de esa muerte. Mientras que Jesús le habla a su generación y les dice que “ésta es la condenación: que la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas,” la luz trae el final en la generación de la era atómica.
Rechazamos la luz; amamos más la oscuridad. Preferimos aliarnos al mal, preferimos darle la espalda a la justicia y la paz. Adoramos la violencia, celebramos el asesinato, nos quedamos callados ante el genocidio. Nuestra complicidad con el mal se oculta en la oscuridad, en lo callado, en lo que no se ve, en lo que preferimos que nadie sepa. Predicamos el evangelio, pero hablamos de cerrar fronteras. Predicamos el evangelio, pero consideramos que quienes difieren de nosotros/as son nuestros enemigos. Entonces nos unimos al fin, a la condenación, a la oscuridad de la que habla Jesús.
Jesús ha sido enviado para anunciar la reconciliación, pero en nuestras iglesias prevalece la división. Jesús ha sido levantado como signo de compromiso ineludible con la justicia y la paz, pero nuestras congregaciones son promotoras de guerra.
¿Cómo nuestras obras pueden ser anuncio de verdadera paz, reconciliación, amor y justicia? Tenemos que evitar utilizar el principio de la salvación por la fe como una excusa para no hacer nada, para cruzarnos de brazos, para decir que la solución es orar. Ante un mundo donde sabemos que es posible la aniquilación absoluta de nuestra humanidad, los/as cristianos/as no podemos ser inmunes al dolor de los refugiados, de los inmigrantes, de Gaza, de Ucrania, de Siria, de Centro América.
No podemos quedarnos callados/as ante tanta muerte, tanto odio, tanta división. Para que nuestras vidas sean verdaderamente un evangelio para la humanidad tenemos que hacer las obras de la luz en la luz. Tenemos que asumir el riesgo de aliarnos con la justicia y la paz. Tenemos que ser capaces de hablar, denunciar, confrontar y construir un mundo nuevo de justicia y paz.
¿Qué es la salvación para la humanidad que confronta su propia aniquilación ante el reto del cambio climático? Una comunidad cristiana comprometida de verdad con la transformación de un mundo de divisiones, fronteras cerradas, capitalismo salvaje en un mundo donde ya no sea posible que un ser humano se pregunte si su creación podría causar la catástrofe final.
Si hay una idea que se repite en el contexto de la fe evangélica contemporánea es la de la salvación por la fe. “De tal manera amó Dios al mundo,” para que quien crea en él, en Jesús, sea salvo. Este principio está claramente definido dentro de nuestras tradiciones y no tenemos que debatir mucho su existencia.
Lo que este principio no explica es qué es la salvación y cómo se explica para la gente de hoy en día. ¿Qué es la salvación para una sociedad que ha llegado a crear la inteligencia artificial? ¿Qué es la salvación para las generaciones posteriores a la bomba atómica?
La escena final de la película Oppenheimer presenta la incertidumbre del poder de la tecnología para el género humano. ¿Es posible crear un arma que provoque la destrucción del mundo tal y como lo conocemos? ¿Estaba siendo retado en su moralidad el personaje principal de la película al preguntarse por el carácter escatológico de su creación? ¿Debería ser la tecnología fuente de un evento tal que implique la devastación de todo cuanto conocemos? ¿Qué significa la salvación para una generación que vive con este terror ya domesticado?
Lo paradójico de la posibilidad de la devastación final causada por la división del átomo es que la luz es la fuente de esa muerte. Mientras que Jesús le habla a su generación y les dice que “ésta es la condenación: que la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas,” la luz trae el final en la generación de la era atómica.
Rechazamos la luz; amamos más la oscuridad. Preferimos aliarnos al mal, preferimos darle la espalda a la justicia y la paz. Adoramos la violencia, celebramos el asesinato, nos quedamos callados ante el genocidio. Nuestra complicidad con el mal se oculta en la oscuridad, en lo callado, en lo que no se ve, en lo que preferimos que nadie sepa. Predicamos el evangelio, pero hablamos de cerrar fronteras. Predicamos el evangelio, pero consideramos que quienes difieren de nosotros/as son nuestros enemigos. Entonces nos unimos al fin, a la condenación, a la oscuridad de la que habla Jesús.
Jesús ha sido enviado para anunciar la reconciliación, pero en nuestras iglesias prevalece la división. Jesús ha sido levantado como signo de compromiso ineludible con la justicia y la paz, pero nuestras congregaciones son promotoras de guerra.
¿Cómo nuestras obras pueden ser anuncio de verdadera paz, reconciliación, amor y justicia? Tenemos que evitar utilizar el principio de la salvación por la fe como una excusa para no hacer nada, para cruzarnos de brazos, para decir que la solución es orar. Ante un mundo donde sabemos que es posible la aniquilación absoluta de nuestra humanidad, los/as cristianos/as no podemos ser inmunes al dolor de los refugiados, de los inmigrantes, de Gaza, de Ucrania, de Siria, de Centro América.
No podemos quedarnos callados/as ante tanta muerte, tanto odio, tanta división. Para que nuestras vidas sean verdaderamente un evangelio para la humanidad tenemos que hacer las obras de la luz en la luz. Tenemos que asumir el riesgo de aliarnos con la justicia y la paz. Tenemos que ser capaces de hablar, denunciar, confrontar y construir un mundo nuevo de justicia y paz.
¿Qué es la salvación para la humanidad que confronta su propia aniquilación ante el reto del cambio climático? Una comunidad cristiana comprometida de verdad con la transformación de un mundo de divisiones, fronteras cerradas, capitalismo salvaje en un mundo donde ya no sea posible que un ser humano se pregunte si su creación podría causar la catástrofe final.