En este bendito Domingo de Todos los Santos, nos reunimos como comunidad de creyentes para celebrar las vidas de nuestros/as queridos/as en la fe que fallecieron y para explorar la sabiduría eterna de las enseñanzas de Jesús en las bienaventuranzas. Estos diez versículos del Evangelio de Mateo (5:3-12) nos proporcionan los pilares del reino de Dios y nos ofrecen una guía profunda en nuestro viaje como cristianos/as. A menudo, las bienaventuranzas se interpretan como promesas escatológicas o requisitos de entrada al reino, pero propongo que las abordemos como elementos esenciales en la construcción del reino de Dios. Jesús se presenta ante la multitud, llamándolos/as uno por uno y reclamándolos/as como colaboradores/as para hacer surgir el reino de Dios en la tierra. Echemos un vistazo más específico a algunas de las bienaventuranzas:
Bienaventurados los pobres en espíritu (v. 3):
Primero, reconozcamos que marcar a las personas como “pobres en espíritu” era y es problemático. Se ha utilizado como una forma de entender la pobreza, la enfermedad y la discapacidad, culpando a quienes padecen estas condiciones de tener una relación incorrecta con Dios. Jesús, en cambio, aunque utiliza la expresión “pobres en espíritu” para nombrar a quienes padecen estas condiciones, les llama adelante y les proclama una promesa que ya es verdadera: el reino de los cielos es de ellos/as, es decir, estas personas, proclama Jesús, ya tienen una conexión profunda con Dios y, a través de ellas, muchas otras personas encontrarán a Dios de maneras nuevas y milagrosas. No puedo contar la cantidad de veces que he escuchado testimonios de personas que fueron a un viaje misionero pensando que tendrían la oportunidad de compartir el reino de Dios con los “pobres en espíritu” y se encontraron en vez con que el reino de Dios se les manifestó a ellas en todo su esplendor a través de aquellos que sufren de pobreza y enfermedad… profundizándoles una fe hasta entonces mucho más superficial de lo que creían. Claro que también debemos ser lo suficientemente prudentes como para no caer en el error de glorificar este sufrimiento, porque debemos seguir trabajando para que todos/as los/as hijos/as de Dios experimenten la liberación de todo pecado sistémico que perpetúa las circunstancias de pobreza y enfermedad.
Bienaventurados los que lloran (v. 4):
El Domingo de Todos los Santos es un día para recordar y lamentar la muerte de nuestros/as santos/as, y debemos reconocer el profundo dolor que acompaña a la pérdida y también los grandes regalos que estos/as santos/as nos han dejado. Así como Jesús llamó a quienes estaban de luto entre la multitud, también nosotros/as debemos hacer lo mismo. La iglesia debe ser un espacio seguro para que las personas recuerden a sus seres queridos fallecidos, sin la obligación de seguir adelante lo más rápido posible como exige el mundo. Jesús nos asegura que quienes lloran serán consolados/as. Proclamamos la promesa de que podemos encontrar alivio en la consoladora presencia de Dios, sabiendo que, en nuestro dolor, Dios se acerca a su pueblo a través del Espíritu Santo, a través del canto y la oración, a través de recuerdos compartidos y a través de nuestra comunidad reunida. Celebramos con toda la comunidad las numerosas formas en que los/as santos/as de ayer continúan impactando nuestra vida cotidiana. Y nos reunimos con todo el pueblo de Dios en torno a la gran mesa de la misericordia, una fiesta con todos los santos pasados, presentes y futuros.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia (v. 10):
Los/as santos/as enfrentaron pruebas y persecución por su compromiso inquebrantable con Jesucristo. Al recordar sus sacrificios, somos llamados/as a mantenernos firmes en nuestra fe, incluso frente a la adversidad, porque es a través de esa firmeza como se construye el reino de Dios. También debemos nombrar la incertidumbre que surge al intentar afirmar que “cuando por mi causa os insulten, os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo” (v. 11) es un indicador de que estamos en el “lado correcto” con Jesús. La verdad es que hay personas en ambos extremos del espectro cristiano que afirman que esta es su experiencia y, por lo tanto, que sus esfuerzos están justificados. Quizás sería más fiel mirar hacia atrás y definir “por causa de la justicia” como actuar de acuerdo con la manera en que Dios quiere que vivamos en el mundo. Vivir nuestra vida de tal manera que demos honor a Dios que bendice a los pobres, a los dolientes, a los mansos, a los hambrientos, a los misericordiosos, a los puros de corazón y a los pacificadores.
Conclusión:
Al conmemorar el Domingo de Todos los Santos y meditar en las bienaventuranzas, recordamos que los/as santos/as del pasado fueron los/as constructores/as del reino de Dios y los/as santos/as del presente continúan su comisión y legado. Con fe, humildad, compasión y compromiso con la justicia, los/as santos/as del pasado sentaron las bases sobre las cuales continuamos construyendo el reino de paz, amor y justicia. Que sigamos honrando el legado de los/as santos/as y emulando su ejemplo mientras trabajamos juntos para construir en nuestro propio tiempo un mundo en el que todos/as los/as preciosos/as hijos/as de Dios experimenten las bendiciones de Dios.
En este bendito Domingo de Todos los Santos, nos reunimos como comunidad de creyentes para celebrar las vidas de nuestros/as queridos/as en la fe que fallecieron y para explorar la sabiduría eterna de las enseñanzas de Jesús en las bienaventuranzas. Estos diez versículos del Evangelio de Mateo (5:3-12) nos proporcionan los pilares del reino de Dios y nos ofrecen una guía profunda en nuestro viaje como cristianos/as. A menudo, las bienaventuranzas se interpretan como promesas escatológicas o requisitos de entrada al reino, pero propongo que las abordemos como elementos esenciales en la construcción del reino de Dios. Jesús se presenta ante la multitud, llamándolos/as uno por uno y reclamándolos/as como colaboradores/as para hacer surgir el reino de Dios en la tierra. Echemos un vistazo más específico a algunas de las bienaventuranzas:
Bienaventurados los pobres en espíritu (v. 3):
Primero, reconozcamos que marcar a las personas como “pobres en espíritu” era y es problemático. Se ha utilizado como una forma de entender la pobreza, la enfermedad y la discapacidad, culpando a quienes padecen estas condiciones de tener una relación incorrecta con Dios. Jesús, en cambio, aunque utiliza la expresión “pobres en espíritu” para nombrar a quienes padecen estas condiciones, les llama adelante y les proclama una promesa que ya es verdadera: el reino de los cielos es de ellos/as, es decir, estas personas, proclama Jesús, ya tienen una conexión profunda con Dios y, a través de ellas, muchas otras personas encontrarán a Dios de maneras nuevas y milagrosas. No puedo contar la cantidad de veces que he escuchado testimonios de personas que fueron a un viaje misionero pensando que tendrían la oportunidad de compartir el reino de Dios con los “pobres en espíritu” y se encontraron en vez con que el reino de Dios se les manifestó a ellas en todo su esplendor a través de aquellos que sufren de pobreza y enfermedad… profundizándoles una fe hasta entonces mucho más superficial de lo que creían. Claro que también debemos ser lo suficientemente prudentes como para no caer en el error de glorificar este sufrimiento, porque debemos seguir trabajando para que todos/as los/as hijos/as de Dios experimenten la liberación de todo pecado sistémico que perpetúa las circunstancias de pobreza y enfermedad.
Bienaventurados los que lloran (v. 4):
El Domingo de Todos los Santos es un día para recordar y lamentar la muerte de nuestros/as santos/as, y debemos reconocer el profundo dolor que acompaña a la pérdida y también los grandes regalos que estos/as santos/as nos han dejado. Así como Jesús llamó a quienes estaban de luto entre la multitud, también nosotros/as debemos hacer lo mismo. La iglesia debe ser un espacio seguro para que las personas recuerden a sus seres queridos fallecidos, sin la obligación de seguir adelante lo más rápido posible como exige el mundo. Jesús nos asegura que quienes lloran serán consolados/as. Proclamamos la promesa de que podemos encontrar alivio en la consoladora presencia de Dios, sabiendo que, en nuestro dolor, Dios se acerca a su pueblo a través del Espíritu Santo, a través del canto y la oración, a través de recuerdos compartidos y a través de nuestra comunidad reunida. Celebramos con toda la comunidad las numerosas formas en que los/as santos/as de ayer continúan impactando nuestra vida cotidiana. Y nos reunimos con todo el pueblo de Dios en torno a la gran mesa de la misericordia, una fiesta con todos los santos pasados, presentes y futuros.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia (v. 10):
Los/as santos/as enfrentaron pruebas y persecución por su compromiso inquebrantable con Jesucristo. Al recordar sus sacrificios, somos llamados/as a mantenernos firmes en nuestra fe, incluso frente a la adversidad, porque es a través de esa firmeza como se construye el reino de Dios. También debemos nombrar la incertidumbre que surge al intentar afirmar que “cuando por mi causa os insulten, os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo” (v. 11) es un indicador de que estamos en el “lado correcto” con Jesús. La verdad es que hay personas en ambos extremos del espectro cristiano que afirman que esta es su experiencia y, por lo tanto, que sus esfuerzos están justificados. Quizás sería más fiel mirar hacia atrás y definir “por causa de la justicia” como actuar de acuerdo con la manera en que Dios quiere que vivamos en el mundo. Vivir nuestra vida de tal manera que demos honor a Dios que bendice a los pobres, a los dolientes, a los mansos, a los hambrientos, a los misericordiosos, a los puros de corazón y a los pacificadores.
Conclusión:
Al conmemorar el Domingo de Todos los Santos y meditar en las bienaventuranzas, recordamos que los/as santos/as del pasado fueron los/as constructores/as del reino de Dios y los/as santos/as del presente continúan su comisión y legado. Con fe, humildad, compasión y compromiso con la justicia, los/as santos/as del pasado sentaron las bases sobre las cuales continuamos construyendo el reino de paz, amor y justicia. Que sigamos honrando el legado de los/as santos/as y emulando su ejemplo mientras trabajamos juntos para construir en nuestro propio tiempo un mundo en el que todos/as los/as preciosos/as hijos/as de Dios experimenten las bendiciones de Dios.