¿Cómo puede el cristianismo ser relevante en distintos ámbitos sin caer en las trampas del poder?
El texto de Mateo 22:15-22 sobre la cuestión de pagar o no pagar tributo al César está en continuidad con los episodios relatados precedentemente en ese evangelio. Se trata de una serie de disputas entre los principales sacerdotes y los fariseos contra Jesús. Como si Jesús fuera un “hueso duro de roer,” los intentos se van acumulando una y otra vez, y Jesús sale airoso de todos los debates. El v. 15 da cuenta, una vez más, de las confabulaciones entre distintas agrupaciones para encontrar algún motivo para hacer caer a Jesús (para condenarlo “judicialmente,” podemos presumir). Ante las previas tentativas fallidas, los fariseos envían a unos discípulos y a los herodianos para sorprender a Jesús (v. 16). Si Jesús había sido irónico en los episodios anteriores, ahora los tentadores hacen uso de la ironía: “sabemos que eres amante de la verdad” (aletheia en el original griego), y que “no miras la apariencia de los hombres” (prosopon), le dicen. Los acusadores intentan crear un marco de confianza y de coincidencia, apelando a valores como la verdad, la enseñanza, y el no dejarse llevar por las apariencias.
Y la “consulta” que estas personas vienen a hacerle a este maestro se plantea con claridad en el v. 17: “Dinos, pues, qué te parece (dokei): ¿Está permitido (exestin) dar tributo a César, o no?” La Biblia Latinoamérica, siempre con ciertas libertades, traduce directamente “si está contra la Ley pagar el impuesto al César.” Esto pone la disputa, otra vez, en el marco de discusiones entre “maestros de la Ley,” y en lo que sería otro episodio de las disputas entre los fariseos y Jesús sobre cuestiones de legales (como ser, respetar minuciosamente el shabbath, etc.). Jesús no aguanta el juego irónico y, como en un rapto de ira, los desenmascara: “conociendo la malicia de ellos,” dice el texto, declara que es una trampa, una tentación, que la pregunta no es genuina, y los trata de hipócritas (hypokritai) (v. 18).
Les pide que le muestren “la moneda del tributo” y le traen un denario (v. 19). Jesús pregunta, entonces, de quién es la imagen (eikon); responden “de César,” a lo que Jesús replica con la famosa expresión: “Dad, pues, a César lo que es de César. y a Dios lo que es de Dios” (vv. 20-21). Como en las disputas precedentes, Mateo nos informa que lo dejaron, lo abandonaron derrotados, y la gente se maravillaba de Jesús (v. 22).
La trampa que trataron de tenderle a Jesús tenía muchas consecuencias, a partir de las distintas posiciones políticas de su sociedad (¿cómo en cualquier sociedad?). Judea era una provincia ocupada por el imperio romano y estaba obligada a pagar tributo. Mientras que los fariseos más bien rechazaban el pago de ese tributo, no estaban muy dispuestos a organizar una revuelta contra el imperio. En el otro extremo, los herodianos, eran algo así como unos “colaboracionistas” en esta ocupación. Pero, además, estaban los zelotes, que querían resistir la ocupación mediante el uso de la violencia, como más tarde sucedió. Jesús compartía las críticas de los zelotes al imperio romano, pero no sus métodos. Entre los doce discípulos de Jesús había, al menos, un zelote, Simón (y se ha especulado sobre Judas Iscariote —si su “traición” no habría sido motivada por su carácter de zelote, defraudado por el definitivo pacifismo de Jesús—). Pero también había cobradores de impuestos (o ex cobradores de impuestos) entre los doce, como era Leví. Esto nos da una pauta de la pregunta que nos anima. Jesús encontró la manera de ser relevante en distintos ámbitos, de interpelar a distintos grupos sociales. La dificultad de la pregunta radica en que, si Jesús se identificaba con la posición de los zelotes, podría haber sido condenado por incitación a no pagar el impuesto al César. Más allá de la genial respuesta de Jesús, sabemos que las falsas acusaciones que lo llevaron a la cruz tenían que ver con esto. La principal razón para pensar que, finalmente, Jesús no fue condenado a muerte por el Sanedrín sino por los romanos, es la modalidad de la condena: no fue por lapidación, como habría sido si la condena era aplicada por los religiosos, sino la crucifixión, que era la pena capital que los romanos aplicaban a los zelotes. De manera tal que este episodio es relevante porque da cuenta de la falsedad de las acusaciones contra Jesús: lo condenaron como si hubiera sido un zelote, como si hubiera respondido que no había que pagar impuesto al César. El imperio lo condenó porque, a sus ojos, era como un zelote.
La respuesta de Jesús es enigmática. Se puede interpretar como una “igualación” entre el César y Dios, o se puede interpretar como una distinción de planos o esferas (la esfera pública y política, y la esfera religiosa, espiritual). La interpretación mayoritaria es esta última, y en el caso del protestantismo adoptó la forma de la distinción entre lo “último” (la entrega a Dios) y lo “penúltimo” (los deberes para con el Estado). Pero atención, aun cuando sea en el ámbito de lo penúltimo, Dios quiere que haya en el mundo iglesia, Estado, matrimonio y trabajo, que son los cuatro “mandatos” que identifica Bonhoeffer. Así las cosas, la enigmática respuesta de Jesús nos invita a distinguir las esferas de lo religioso y lo político, pero no abandonarlas a su suerte. La forma en que Jesús entendió el poder, su vaciamiento (kenosis), su rechazo a ejercer el poder como violencia u opresión, más bien nos invitan a pensar que “dar” al César lo que es del César puede querer decir que nuestra comprensión del poder es (y debe ser) distinta. Que el poder no debe ejercerse para enseñorearse, para hacerse llamar “bienhechor” (Lc 22:25), o para oprimir. En esta frase podría haber una velada crítica a la comprensión imperial, romana, del poder. ¿Nuestras iglesias, o nuestros países, nunca han caído en esa tentación…?
¿Cómo puede el cristianismo ser relevante en distintos ámbitos sin caer en las trampas del poder?
El texto de Mateo 22:15-22 sobre la cuestión de pagar o no pagar tributo al César está en continuidad con los episodios relatados precedentemente en ese evangelio. Se trata de una serie de disputas entre los principales sacerdotes y los fariseos contra Jesús. Como si Jesús fuera un “hueso duro de roer,” los intentos se van acumulando una y otra vez, y Jesús sale airoso de todos los debates. El v. 15 da cuenta, una vez más, de las confabulaciones entre distintas agrupaciones para encontrar algún motivo para hacer caer a Jesús (para condenarlo “judicialmente,” podemos presumir). Ante las previas tentativas fallidas, los fariseos envían a unos discípulos y a los herodianos para sorprender a Jesús (v. 16). Si Jesús había sido irónico en los episodios anteriores, ahora los tentadores hacen uso de la ironía: “sabemos que eres amante de la verdad” (aletheia en el original griego), y que “no miras la apariencia de los hombres” (prosopon), le dicen. Los acusadores intentan crear un marco de confianza y de coincidencia, apelando a valores como la verdad, la enseñanza, y el no dejarse llevar por las apariencias.
Y la “consulta” que estas personas vienen a hacerle a este maestro se plantea con claridad en el v. 17: “Dinos, pues, qué te parece (dokei): ¿Está permitido (exestin) dar tributo a César, o no?” La Biblia Latinoamérica, siempre con ciertas libertades, traduce directamente “si está contra la Ley pagar el impuesto al César.” Esto pone la disputa, otra vez, en el marco de discusiones entre “maestros de la Ley,” y en lo que sería otro episodio de las disputas entre los fariseos y Jesús sobre cuestiones de legales (como ser, respetar minuciosamente el shabbath, etc.). Jesús no aguanta el juego irónico y, como en un rapto de ira, los desenmascara: “conociendo la malicia de ellos,” dice el texto, declara que es una trampa, una tentación, que la pregunta no es genuina, y los trata de hipócritas (hypokritai) (v. 18).
Les pide que le muestren “la moneda del tributo” y le traen un denario (v. 19). Jesús pregunta, entonces, de quién es la imagen (eikon); responden “de César,” a lo que Jesús replica con la famosa expresión: “Dad, pues, a César lo que es de César. y a Dios lo que es de Dios” (vv. 20-21). Como en las disputas precedentes, Mateo nos informa que lo dejaron, lo abandonaron derrotados, y la gente se maravillaba de Jesús (v. 22).
La trampa que trataron de tenderle a Jesús tenía muchas consecuencias, a partir de las distintas posiciones políticas de su sociedad (¿cómo en cualquier sociedad?). Judea era una provincia ocupada por el imperio romano y estaba obligada a pagar tributo. Mientras que los fariseos más bien rechazaban el pago de ese tributo, no estaban muy dispuestos a organizar una revuelta contra el imperio. En el otro extremo, los herodianos, eran algo así como unos “colaboracionistas” en esta ocupación. Pero, además, estaban los zelotes, que querían resistir la ocupación mediante el uso de la violencia, como más tarde sucedió. Jesús compartía las críticas de los zelotes al imperio romano, pero no sus métodos. Entre los doce discípulos de Jesús había, al menos, un zelote, Simón (y se ha especulado sobre Judas Iscariote —si su “traición” no habría sido motivada por su carácter de zelote, defraudado por el definitivo pacifismo de Jesús—). Pero también había cobradores de impuestos (o ex cobradores de impuestos) entre los doce, como era Leví. Esto nos da una pauta de la pregunta que nos anima. Jesús encontró la manera de ser relevante en distintos ámbitos, de interpelar a distintos grupos sociales. La dificultad de la pregunta radica en que, si Jesús se identificaba con la posición de los zelotes, podría haber sido condenado por incitación a no pagar el impuesto al César. Más allá de la genial respuesta de Jesús, sabemos que las falsas acusaciones que lo llevaron a la cruz tenían que ver con esto. La principal razón para pensar que, finalmente, Jesús no fue condenado a muerte por el Sanedrín sino por los romanos, es la modalidad de la condena: no fue por lapidación, como habría sido si la condena era aplicada por los religiosos, sino la crucifixión, que era la pena capital que los romanos aplicaban a los zelotes. De manera tal que este episodio es relevante porque da cuenta de la falsedad de las acusaciones contra Jesús: lo condenaron como si hubiera sido un zelote, como si hubiera respondido que no había que pagar impuesto al César. El imperio lo condenó porque, a sus ojos, era como un zelote.
La respuesta de Jesús es enigmática. Se puede interpretar como una “igualación” entre el César y Dios, o se puede interpretar como una distinción de planos o esferas (la esfera pública y política, y la esfera religiosa, espiritual). La interpretación mayoritaria es esta última, y en el caso del protestantismo adoptó la forma de la distinción entre lo “último” (la entrega a Dios) y lo “penúltimo” (los deberes para con el Estado). Pero atención, aun cuando sea en el ámbito de lo penúltimo, Dios quiere que haya en el mundo iglesia, Estado, matrimonio y trabajo, que son los cuatro “mandatos” que identifica Bonhoeffer. Así las cosas, la enigmática respuesta de Jesús nos invita a distinguir las esferas de lo religioso y lo político, pero no abandonarlas a su suerte. La forma en que Jesús entendió el poder, su vaciamiento (kenosis), su rechazo a ejercer el poder como violencia u opresión, más bien nos invitan a pensar que “dar” al César lo que es del César puede querer decir que nuestra comprensión del poder es (y debe ser) distinta. Que el poder no debe ejercerse para enseñorearse, para hacerse llamar “bienhechor” (Lc 22:25), o para oprimir. En esta frase podría haber una velada crítica a la comprensión imperial, romana, del poder. ¿Nuestras iglesias, o nuestros países, nunca han caído en esa tentación…?