Lectionary Commentaries for October 15, 2023
Vigésimo domingo después de Pentecostés

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Evangelio

Comentario del San Mateo 22:1-14

David A. Roldán

El evangelio de Mateo ya nos había anticipado que Jesús de Nazaret, a diferencia de Juan el Bautista, comía y bebía y gustaba de las fiestas (Mt 11:18-19). Una vez más Jesús habla por parábolas y nos hace pensar en una fiesta de bodas. En este caso, al parecer, lo hace para responder una acusación que no está claramente registrada en el texto. Simplemente parece responder a un ambiente hostil por parte de las autoridades (v. 1). 

“Reino de Dios” y “reino de los cielos” vienen a ser lo mismo y constituyen el contenido central de la predicación (kerigma) de Jesús de Nazaret. Son los “valores trascendentes” que él comunica a su sociedad, como diría Juan Luis Segundo: un conjunto de valores disruptivos que, se espera, deberían tomar forma en la sociedad que recibe esa predicación. La parábola va a describir cómo es la “dinámica” del reino de Dios. Es similar a lo que puede suceder en una fiesta de bodas, tal como se hacían en el entorno de Jesús. Pero no se trata de cualquier boda, sino que se trata de una “boda real.” Quien se casa es el hijo del rey (v. 2). 

De modo similar a las parábolas precedentes, el señor o rey (en este caso) hace varios intentos para lograr su cometido. No obstante, a diferencia de las parábolas precedentes, en este caso se trata de una celebración, es gratuidad pura. No se trata de pagar al dueño el alquiler, como en el caso de la parábola de los labradores malvados. Los siervos cumplen el encargo: salen a llamar a los invitados, pero no quieren asistir (v. 3). Según algunos comentaristas, era habitual que se invitara dos veces a las personas a una fiesta de este tipo. En el v. 4 se repite la invitación, enfatizando los manjares que se van a disfrutar. Los invitados rechazan nuevamente la invitación, pero aquí la parábola da dos excusas que exponen los invitados: unos se fueron a labrar el campo; otros a ocuparse de sus negocios (v. 5). Pero, en el v. 6, con un eco de las parábolas precedentes, los invitados toman a los siervos y “los golpearon y los mataron.” Ante esto, también de modo similar a lo que implican las parábolas anteriores, el rey busca a los homicidas, los mata y quema su cuidad (v. 7). Hasta aquí, en la parábola, el rey actúa más o menos como actuaría cualquier rey, en un mundo en el que la violencia física es moneda corriente.

En el v. 8 tenemos un giro en la narración; el rey se vuelve a dirigirse a sus siervos y les indica que deben invitar a otras personas, porque los que habían sido invitados “no eran dignos” (v. 8). Los siervos, entonces, deben ir “a las salidas de los caminos” e invitar a todos los que encuentren (v. 9). La invitación era abierta, al parecer no había condiciones, y los siervos invitaron a todos los que encontraron, nos dice el narrador, “tanto malos como buenos.” Así, la fiesta se llenó de invitados, que parece haber sido el objetivo del rey desde un primer momento (v. 10). 

La idea de que Dios es un Dios generoso que invita a todos a formar parte de su reino, que hay personas no dignas que lo rechazan, y que quienes que no parecían dignos son, finalmente, las personas elegidas, es una nota dominante en la literatura bíblica. El Dios bíblico rechaza a los poderosos y orgullosos y enaltece a los débiles y humildes. Hasta aquí la parábola encaja en ese marco general. Pero en el v. 11 tenemos que el rey ve a uno de los invitados “que no estaba vestido de bodas.” Aquí tenemos lo más original de esta parábola, aunque hay comentaristas que entienden que se trata de dos o tres parábolas integradas aquí. A pesar de lo enigmático de la situación, que en breve consideraremos, el texto enfatiza el carácter paciente del rey, quien pregunta de modo directo a este invitado por qué no había traído vestido de bodas (v. 12). El rey pregunta como esperando una respuesta, hace la pausa, y el increpado guarda silencio. Ante esto, la parábola finaliza en sintonía con las anteriores, prometiendo un castigo a estas personas (v. 13) y un agregado posterior: “pues muchos son llamados, pero pocos escogidos” (v. 14). 

La cuestión del vestido no es menor en los textos bíblicos; las túnicas y las vestiduras apropiadas son mencionadas en diversos pasajes (por ej. Sal 132:9, Lc 15:22, Gn 37:3, Is 11:5, Ro 13:14, Gal 3:27, Ap 19:8). Implica un cierto cuidado, decoro o preparación simbólica para un evento en el que se va a participar. Pero por la estructura de la parábola, podemos pensar que es extraña la situación. Estos son invitados de última hora, personas de los márgenes de la sociedad, de los caminos, de las afueras, personas pobres, etc. Es de esperar que no tuvieran tiempo de preparase adecuadamente, que no tuvieran dinero para comprar un vestido apropiado, etc. La parábola es muy escueta en este punto. Quizá por lo que presupone, por el mundo compartido entre los que escucharon originalmente el relato. Según algunos comentaristas, era costumbre que quienes organizaban una boda prestaran vestidos apropiados a los invitados, antes de ingresar. Si así fue, tampoco sabemos por qué este invitado se negó a ponerse alguno de esos vestidos. Estamos en un terreno plagado de suposiciones y especulaciones. En todo caso, podemos concluir que era de esperar que estuviera vestido apropiadamente y no lo estaba; y cuando fue increpado por la situación, no respondió.

En términos homiléticos, podemos pensar en la gracia de Dios, en los dones de Dios para nosotros/as en términos de “ser invitados/as” a formar parte de algo que originalmente no merecíamos. Algo que no estaba en los planes. Podemos pensar en la lógica del reino de Dios como una lógica que va a contrapelo de la lógica de los honores, los méritos y los merecimientos. Estas parábolas enfatizan que el reino de Dios fue rechazado por quienes “naturalmente” (según la construcción social) eran los destinatarios “originales,” y que a última hora aparecieron otras personas, muchas, que ocuparon ese lugar de “privilegio.” Pero aun así, la parábola nos pone en guardia frente a ciertas actitudes erróneas que podemos tener y que nos pueden llevar a prácticas de “abaratamiento de la gracia,” como decía Dietrich Bonhoeffer. Podríamos pensar en una “entrega total” a la dinámica del Reino de Dios, un reino inclusivo, de amor, de “justicia, paz y gozo” (Ro 14:17). Se trata de algo que debe ser tomado en serio; una forma de ver la vida que implica una entrega total; una entrega que, una vez que se ha dado el primer paso (aceptar la invitación a la fiesta de bodas), no admite excusas.