Lectionary Commentaries for July 30, 2023
Noveno domingo después de Pentecostés

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Evangelio

Comentario del San Mateo 13:31-33, 44-52

Sammy Alfaro

Las siete parábolas del capítulo 13 de Mateo revelan la naturaleza inesperada del reino de los cielos que Jesús vino a establecer. Las dos parábolas que nos ocuparon en los domingos anteriores son explicadas por Jesús. Jesús enfatiza que sus expectativas sobre el reino venidero eran diferentes a las que tenía el pueblo judío (Mateo 13:18-23; 37-43). Las cinco parábolas que nos ocupan este domingo también sirven para contrastar las expectativas de esplendor y grandeza que tenía el pueblo judío con la llegada del reino de Dios que representaba Jesús, con un comienzo insignificante, de valor escondido, y con las características de una realidad escatológica. En verdad, aunque Jesús había inaugurado el reino de Dios con su predicación, la verdadera identidad del reino permanecía escondida, incalculable y futura.

Jesús usa la parábola de la semilla de mostaza para destacar la naturaleza inesperada del reino de Dios. La ilustración describe la semilla de mostaza como la más pequeña, pero cuando crece se convierte en un árbol enorme en el que los pájaros hacen sus nidos (vv. 31-32). Contrario a la expectativa judía del reino mesiánico lleno de gloria y majestad, el reino que Jesús vino a establecer comenzó con insignificancia en los corazones de unos pocos seres humanos y su grandeza solo llegó de sorpresa y paulatinamente.

De manera similar, Jesús contó otra parábola donde una mujer amasa levadura en tres medidas de harina hasta que toda se leuda (v. 33). Como la levadura, el reino de Dios en su origen fue implantado casi secretamente, pero ha llegado a crecer hasta penetrar poco a poco el mundo entero.

Con estas dos parábolas, Jesús anuncia los comienzos humildes del reino de Dios que se establece debido al poder dinámico del evangelio. Lo mismo sucede cuando el evangelio llega a un individuo o familia. Aunque pareciera que la predicación de la palabra de Dios pudiera tener poco y corto efecto en las vidas de quienes escuchan, en verdad contiene un poder transformador con la capacidad de revolucionar una familia de generación en generación. Una semilla de la palabra plantada en un corazón humano puede efectuar cambios generacionales e incluso ser el agente catalizador de reformas a nivel mundial.

Las siguientes dos parábolas desarrollan una idea similar en torno al alto costo del reino de Dios. En la parábola del tesoro escondido, un hombre vende todo lo que tiene para comprar un campo donde había encontrado y escondido un tesoro (v. 44). También Jesús declaró que el reino se asemeja a un comerciante buscador de perlas finas que al encontrar una preciosa vende todas sus posesiones para comprarla (vv. 45-46). Debido a las condiciones socioeconómicas que el pueblo de Dios sufría bajo el yugo romano, se esperaba que por fin salieran del estado de pobreza que el imperio romano había impuesto. Pero el valor del reino no consiste en ganancias económicas otorgadas a quienes aceptan el mensaje de salvación. Al contrario, el reino de Dios demanda el abandono de todo lo que uno valora sin obtener ninguna garantía de que uno se hará materialmente rico. La inesperada naturaleza del reino es tal que los/as ciudadanos/as del reino viven en este mundo, pero tienen sus verdaderas riquezas en gloria. Las parábolas además apuntan al gran costo del discipulado que debe acompañar la entrega genuina de una vida dedicada a Dios.

Considerando el costo del discipulado, Jesús dice en Lucas 14:33: “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.” Pablo también destaca esta actitud de autonegación diciendo: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo” (Filipenses 3:7). Con la misma desesperación de quien desentierra y vuelve a enterrar un tesoro y de quien se deshace de todo por obtener una perla preciosa, así debe perseguir el reino de los cielos quien sigue a Jesús. Tal determinación, abnegación y entrega debe caracterizar a quienes consideren la vida del discipulado como la faceta primaria de sus vidas.

La última parábola que Jesús usa en Mateo 13 para describir el reino de los cielos es la de una red (vv. 47-49). Mientras las parábolas ya vistas invitan al oidor a comprender los misterios del reino con una perspectiva interna, esta última enfoca en un punto de vista exterior. En la parábola, una red grande es echada al mar y recoge una gran variedad de peces. Después, cuando la red es vaciada en la playa, se ponen los peces buenos en contenedores y los malos son descartados. Jesús interpreta su parábola diciendo que igual sería al final de los siglos cuando los ángeles del cielo separarían a los justos de los inicuos. Con esta parábola, Jesús enseñó que la separación entre los justos e injustos sólo ocurriría al fin de los tiempos. En el tiempo intermedio, los justos permanecerían en medio de los injustos con el fin de que los ciudadanos del reino reflejaran la luz del Dios en el mundo.

Otra expectativa judía era que el reino comenzaría con la separación de los justos y los injustos, ya que con la venida del rey mesiánico los justos comenzarían a reinar junto a su rey. Sin embargo, Jesús, el Mesías, postuló su venida de manera muy diferente en la parábola de la red indicando el carácter escatológico del juicio divino. La parábola enseña la importancia de vivir con expectativa escatológica, reconociendo que nuestra estancia terrenal es una oportunidad de participar de manera activa en la cosecha que produce el evangelio.

Es retador considerar que como sembradores/as de la semilla del evangelio y pescadores/as del reino tenemos el privilegio de laborar con perspectiva escatológica. No es la responsabilidad de quien predica determinar quién es y quién no es receptor genuino del evangelio, pues tal revelación pertenece al fin de los tiempos. Lo que debe ocupar al “escriba docto en el reino” es compartir cual tierno padre los tesoros nuevos y viejos que se encuentran en el baúl de enseñanzas bíblicas sobre el reino de los cielos (vv. 51-52).