El capítulo trece de Mateo entrelaza siete parábolas que juntas contrastan las características esperadas y no esperadas del reino venidero de Dios. A través de las parábolas, Jesús explica que el reino de Dios sería muy diferente a las expectativas que el pueblo judío tenía. Considerando que la parábola del sembrador en Mateo 13:1-9 es después explicada por Jesús, es necesario verla como útil para entender las demás, pues revela las características inesperadas del reino que Jesús vino a establecer.
Cuando Jesús comenzó su ministerio, las expectativas judías acerca del reino de Dios apuntaban a un reinado terrenal en el que un rey judío derrocaría al imperio romano y traería libertad para el pueblo de Dios. El Mesías esperado sería un líder político y religioso que restauraría el reinado davídico y comenzaría una nueva era dorada. Es importante notar que esta expectativa política tenía apoyo bíblico en las profecías del Antiguo Testamento. En ese reino esperado, Israel sería establecido nuevamente como una nación y los judíos reinarían juntos con su rey, el Mesías, sobre el mundo entero (ver Salmos 2:1-12; 24:8-10; Isaías 11:1-5).
Jesús fue rechazado justamente porque no fue percibido como alguien que llenaba las expectativas judías concernientes al Mesías esperado. Aunque en verdad era el Mesías esperado, fue rechazado porque no fueron capaces de apreciar que el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento se daría en dos etapas. Por lo tanto, la venida de Jesús como el Siervo Sufriente no invalidaría su futuro retorno como Rey Juez.
Mateo escribió su evangelio con este rechazo en mente. De hecho, a través de todo el evangelio, se hace muy evidente que Mateo escribe a una audiencia judía y por eso dedica tanto espacio a la relación entre Jesús y el judaísmo. Se puede decir que la tesis de Mateo era comprobar que Jesús en verdad era el Mesías prometido. Debido a esto, Mateo explora su vida, ministerio, enseñanza, muerte y resurrección con el propósito de establecer la identidad mesiánica de Jesús y la naturaleza de su reino.
Vista con esta perspectiva y contexto, en la parábola del sembrador Jesús disipa la noción malentendida de que el Mesías establecería su reinado con fuerza y que subyugaría todas naciones bajo su autoridad con poder militar y político. Jesús dejó esto bien en claro cuando explicó que el propósito de las parábolas era darles a conocer a sus discípulos “los misterios del reino de los cielos” (Mateo 13:11). La imagen de un sembrador pareciera tener poca relevancia política, pero en realidad está en el centro de la revolución que Jesús vino a provocar.
La parábola denota un reino que hace su entrada al corazón humano después de que la semilla de la palabra de Dios es recibida y da fruto. El sembrador esparce su semilla liberalmente. Sin embargo, solamente la semilla que cae en buena tierra produce fruto (vv. 8 y 23). La semilla que cae “junto al camino” y es comida por las aves (v. 4) es comparada por Jesús con el mensaje que, por no ser bien entendido, es arrebatado por el enemigo (v. 19). La semilla que cae sobre piedras y no echa raíces (v. 5) es comparada con oidores de corta duración que tropiezan debido a la aflicción o persecución (v. 20). La que se sembró entre espinos (v. 7) se asemeja a la situación de aquellas personas a quienes el afán de este mundo y de las riquezas les ahoga los efectos del mensaje (v. 22).
La palabra de Dios, la semilla del reino, es dispersa sobre los seres humanos que la escuchan, pero solamente produce fruto en quienes creen el mensaje de Jesús. En tiempos de Jesús, el pueblo judío esperaba que el Mesías estableciese su reinado por medio de victoriosas campañas militares. En cambio, Jesús el Mesías hizo una invitación abierta a todas las personas que creyeran en su mensaje y sabía que no todos responderían de la misma manera a su evangelio. Por lo tanto, la parábola del sembrador revela la característica inesperada de que el reino de Dios comenzaría en el reinado interno de Dios en los corazones de hombres y mujeres. De esta manera tendría la capacidad de transformar la realidad humana en su totalidad.
La identidad mesiánica de Jesús no fue reconocida por los judíos de su tiempo en parte porque el reino que vino a establecer tenía dimensiones inesperadas. Aun los discípulos una y otra vez no lograron comprender el verdadero significado del reino de Dios a pesar de que Jesús se los explicó en parábolas. Incluso después de su muerte y resurrección todavía pensaban que Jesús establecería un reino terrenal (Hechos 1:6). El concepto de un reino terrenal estaba tan arraigado en la mente judía que fue solo después del descenso del Espíritu Santo que los discípulos pudieron por fin entender.
Hoy hay quienes desean involucrar a Jesús en sus agendas políticas y buscan utilizar sus palabras para su propia ganancia. Pero lo revolucionario del mensaje de Jesús no consiste en agendas políticas, sino en su poder transformador. El reino que Jesús vino a inaugurar transciende todo reino terrenal y por eso se le describe como el reino de los cielos. Además, los misterios de ese reino son revelados en el mensaje a contracorriente de Jesús. Jesús no es un déspota que reina con autoridad, sino alguien que invita a sus seguidores a que lo entronen en sus corazones.
Mientras el mundo presente promueve valores egocéntricos y materialistas, el reino que Jesús vino a establecer invita a poner a los más necesitados primero y a ejecutar justicia. Mientras en la actualidad prevalece el apetito por hacer guerra, mentir y ganar a cualquier precio, el reino de Jesús busca la paz, la verdad, e incluso ganar perdiendo. Como un humilde sembrador, Jesús sigue esparciendo la semilla de su evangelio y buscando terreno fértil donde la ética de su mensaje dé fruto. Jesús todavía solicita que quien tenga oídos para oír oiga (v. 9), lo cual implica entendimiento pleno y una actitud de obediencia.
El capítulo trece de Mateo entrelaza siete parábolas que juntas contrastan las características esperadas y no esperadas del reino venidero de Dios. A través de las parábolas, Jesús explica que el reino de Dios sería muy diferente a las expectativas que el pueblo judío tenía. Considerando que la parábola del sembrador en Mateo 13:1-9 es después explicada por Jesús, es necesario verla como útil para entender las demás, pues revela las características inesperadas del reino que Jesús vino a establecer.
Cuando Jesús comenzó su ministerio, las expectativas judías acerca del reino de Dios apuntaban a un reinado terrenal en el que un rey judío derrocaría al imperio romano y traería libertad para el pueblo de Dios. El Mesías esperado sería un líder político y religioso que restauraría el reinado davídico y comenzaría una nueva era dorada. Es importante notar que esta expectativa política tenía apoyo bíblico en las profecías del Antiguo Testamento. En ese reino esperado, Israel sería establecido nuevamente como una nación y los judíos reinarían juntos con su rey, el Mesías, sobre el mundo entero (ver Salmos 2:1-12; 24:8-10; Isaías 11:1-5).
Jesús fue rechazado justamente porque no fue percibido como alguien que llenaba las expectativas judías concernientes al Mesías esperado. Aunque en verdad era el Mesías esperado, fue rechazado porque no fueron capaces de apreciar que el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento se daría en dos etapas. Por lo tanto, la venida de Jesús como el Siervo Sufriente no invalidaría su futuro retorno como Rey Juez.
Mateo escribió su evangelio con este rechazo en mente. De hecho, a través de todo el evangelio, se hace muy evidente que Mateo escribe a una audiencia judía y por eso dedica tanto espacio a la relación entre Jesús y el judaísmo. Se puede decir que la tesis de Mateo era comprobar que Jesús en verdad era el Mesías prometido. Debido a esto, Mateo explora su vida, ministerio, enseñanza, muerte y resurrección con el propósito de establecer la identidad mesiánica de Jesús y la naturaleza de su reino.
Vista con esta perspectiva y contexto, en la parábola del sembrador Jesús disipa la noción malentendida de que el Mesías establecería su reinado con fuerza y que subyugaría todas naciones bajo su autoridad con poder militar y político. Jesús dejó esto bien en claro cuando explicó que el propósito de las parábolas era darles a conocer a sus discípulos “los misterios del reino de los cielos” (Mateo 13:11). La imagen de un sembrador pareciera tener poca relevancia política, pero en realidad está en el centro de la revolución que Jesús vino a provocar.
La parábola denota un reino que hace su entrada al corazón humano después de que la semilla de la palabra de Dios es recibida y da fruto. El sembrador esparce su semilla liberalmente. Sin embargo, solamente la semilla que cae en buena tierra produce fruto (vv. 8 y 23). La semilla que cae “junto al camino” y es comida por las aves (v. 4) es comparada por Jesús con el mensaje que, por no ser bien entendido, es arrebatado por el enemigo (v. 19). La semilla que cae sobre piedras y no echa raíces (v. 5) es comparada con oidores de corta duración que tropiezan debido a la aflicción o persecución (v. 20). La que se sembró entre espinos (v. 7) se asemeja a la situación de aquellas personas a quienes el afán de este mundo y de las riquezas les ahoga los efectos del mensaje (v. 22).
La palabra de Dios, la semilla del reino, es dispersa sobre los seres humanos que la escuchan, pero solamente produce fruto en quienes creen el mensaje de Jesús. En tiempos de Jesús, el pueblo judío esperaba que el Mesías estableciese su reinado por medio de victoriosas campañas militares. En cambio, Jesús el Mesías hizo una invitación abierta a todas las personas que creyeran en su mensaje y sabía que no todos responderían de la misma manera a su evangelio. Por lo tanto, la parábola del sembrador revela la característica inesperada de que el reino de Dios comenzaría en el reinado interno de Dios en los corazones de hombres y mujeres. De esta manera tendría la capacidad de transformar la realidad humana en su totalidad.
La identidad mesiánica de Jesús no fue reconocida por los judíos de su tiempo en parte porque el reino que vino a establecer tenía dimensiones inesperadas. Aun los discípulos una y otra vez no lograron comprender el verdadero significado del reino de Dios a pesar de que Jesús se los explicó en parábolas. Incluso después de su muerte y resurrección todavía pensaban que Jesús establecería un reino terrenal (Hechos 1:6). El concepto de un reino terrenal estaba tan arraigado en la mente judía que fue solo después del descenso del Espíritu Santo que los discípulos pudieron por fin entender.
Hoy hay quienes desean involucrar a Jesús en sus agendas políticas y buscan utilizar sus palabras para su propia ganancia. Pero lo revolucionario del mensaje de Jesús no consiste en agendas políticas, sino en su poder transformador. El reino que Jesús vino a inaugurar transciende todo reino terrenal y por eso se le describe como el reino de los cielos. Además, los misterios de ese reino son revelados en el mensaje a contracorriente de Jesús. Jesús no es un déspota que reina con autoridad, sino alguien que invita a sus seguidores a que lo entronen en sus corazones.
Mientras el mundo presente promueve valores egocéntricos y materialistas, el reino que Jesús vino a establecer invita a poner a los más necesitados primero y a ejecutar justicia. Mientras en la actualidad prevalece el apetito por hacer guerra, mentir y ganar a cualquier precio, el reino de Jesús busca la paz, la verdad, e incluso ganar perdiendo. Como un humilde sembrador, Jesús sigue esparciendo la semilla de su evangelio y buscando terreno fértil donde la ética de su mensaje dé fruto. Jesús todavía solicita que quien tenga oídos para oír oiga (v. 9), lo cual implica entendimiento pleno y una actitud de obediencia.