Lectionary Commentaries for July 9, 2023
Sexto domingo después de Pentecostés

from WorkingPreacher.org


Evangelio

Comentario del San Mateo 11:16-19, 25-30

Sammy Alfaro

La incesante búsqueda por aprobación puede llevar a cualquier persona que trata de ejercer su profesión de manera eficiente a un estado de completa frustración si intenta agradar a todos. Imagina a un chef quien después de leer la más reciente critica de uno de sus platillos más populares siente indignación por no haber agradado el paladar de uno de sus críticos. O considera un artista quien después de presentarse frente a un estadio de aficionados se disgusta al leer una evaluación negativa en redes sociales. Hoy como en tiempos de Jesús hay quienes cuyas exigencias ridículas nunca serán satisfechas. 

En cierta ocasión, al confrontar a una generación semejante, Jesús repitió un antiguo refrán: “Os tocamos flauta y no bailasteis; os entonamos canciones de duelo y no llorasteis” (v. 17). Los contemporáneos de Jesús consideraron que Juan el Bautista estaba endemoniado por sus prácticas ascéticas de no comer ni beber (v. 18). En cambio, a Jesús lo tildaron de comelón y borracho por hacer lo opuesto al juntarse habitualmente a comer con recaudadores de impuestos y otros asimismo catalogados como pecadores (v. 19a).  Es increíble pensar que ninguno de los dos mejores predicadores de su día, Juan el Bautista y Jesús, fueron aceptados por las autoridades religiosas, uno por ser demasiado austero y el otro por ser supuestamente un glotón. Aunque ambos habían sido enviados por Dios, como lo demostraban sus obras, su generación no los aceptó. Ante tal contradicción Jesús profirió este juicio: “pero la sabiduría es justificada por sus hijos” (v. 19b). Claramente, la autoestima de Jesús no fue abatida por no poder llenarles el ojo a sus adversarios. 

De la misma manera, líderes religiosos contemporáneos pueden ser tentados a darle mayor mérito a las opiniones de los criticones. Vivimos en un mundo donde las redes de informática tecnológica proveen un sinnúmero de oportunidades para la crítica. Sin duda, el no estar en condiciones de satisfacer las exigencias de los críticos podría llevar a cualquiera a un agotamiento emocional que solo puede ser remediado plenamente con el descanso que ofrece Jesús.  

Considerando el rechazo profesional experimentado por Jesús es evidente que sabía cómo cuidar su salud mental. A pesar de la respuesta de incredulidad en ciudades donde había hecho grandes milagros (Mateo 11:20-24), Jesús nunca pensó en abandonar su ministerio. El secreto de la salud mental de Jesús residía en su relación con el Padre y la constante oración. 

En los vv. 25-30 Jesús provee una receta para mejorar la salud mental. Primero, hay que entender que cuando Jesús exclama “te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (v. 25), lo hace desde una perspectiva que expresa completa confianza en la soberanía de Dios. Para quienes depositan su confianza en Dios todo lo que sucede se recibe con la actitud de que ha sido divinamente ordenado. 

La sabiduría humana no comprende las cosas que sólo pueden recibirse con la fe de un niño. Así como un niño manifiesta dependencia total en sus padres, los seguidores de Jesús deben caracterizarse por su entrega y sumisión absoluta al Padre. Por lo tanto, quien acepta todo como la voluntad de Dios (v. 26) puede considerar más fácilmente tanto las altas como las bajas de la vida como partes del designio de Dios. El hecho de que no todos creyeran en su ministerio no desilusionó a Jesús ni lo llevó a pensar que estaba fracasando. Jesús operaba con la certeza de que nadie llegaría a conocerlo aparte de la revelación que sólo el Padre podría dar (v. 27).

Reconociendo que en nuestras vidas y negocios todos llegamos a flaquear en la fe y a sufrir angustia, Jesús declara: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (v. 28). Esta invitación está abierta para todas aquellas personas que luchan por encontrar paz mental. Ciertamente el fracasado intento de agradar a todo el mundo puede llevar a muchos a la desilusión. Pero, interesantemente, Jesús no ofrece un plan de mejoramiento personal como una solución. Más bien, Jesús ofrece su persona y acompañamiento al declarar: “venid a …y yo os hare descansar” (v. 28). 

Esto nos recuerda las palabras que Jehová mismo habló a Moisés diciendo: “mi presencia te acompañará y te daré descanso” (Éxodo 33:14). Jesús no ofrece programas que prometen sanidad emocional. La invitación es a encontrar descanso en su compañía. Así como sus discípulos fueron llamados principalmente a estar con él (Marcos 3:14), sigue invitando a discípulos/as a descansar en él. De hecho, esta es la faceta más importante del discipulado de Jesús: el llamado a caminar junto a Jesús y recibir su continuo acompañamiento en la vida.

En el mundo judío, la obediencia a la sabiduría de la Torá era vista en términos de un yugo, cadenas y carga que ofrecían la promesa de descanso como lo describe el antiguo libro apócrifo de Eclesiástico: “Escucha, hijo, y acepta mi enseñanza; no rechaces mis consejos. Acepta la sabiduría como cadenas para tus pies y como yugo para tu cuello. Recíbela como una carga sobre tus hombros, y no rechaces sus ataduras” (Eclesiástico 6:23-25). Los ecos de Eclesiástico son evidentes en las palabras de Jesús: “Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga” (vv. 29-30).

Claramente Jesús no solo hizo alusión a la sabiduría personificada en pasajes como el de arriba, sino que como el Logos encarnado ofrece el verdadero descanso de su presencia. Hoy, así como lo hizo con sus discípulos/as de antaño, también a nosotros/as Jesús nos llama a abrazar el discipulado no como una difícil tarea o carga espiritual. Al contrario, desea que entendamos que la vida con todos sus afanes y dificultades se vuelve más agradable cuando optamos por someternos a su cuidado y dirección siguiéndolo como sus discípulos/as.