La doctrina de la Trinidad no es una doctrina sencilla. De hecho, ha generado controversia a lo largo de la historia y fue una de las causantes del primer gran cisma de la iglesia, cuando se dividió entre oriente y occidente en el año 1054.1
Tertuliano, obispo de Cartago, fue el primero en utilizar el término latino trinitas para referirse a la unidad en una misma sustancia coexistente en las tres personas del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Pero, la doctrina que hoy sostienen la mayoría de las iglesias cristianas debió recorrer aún un extenso camino para consolidarse. Fue recién el Concilio de Constantinopla, del año 381, el que dejó establecida la doctrina, rectificando algunas de las frases del Credo promulgado en el Concilio de Nicea (325).
En cuanto a festividad litúrgica, se establece de un modo definitivo bajo el papado de Juan XXII, quien la instituye formalmente como fiesta en el año 1334. Como nota de color podemos agregar que la novela El nombre de la rosa, de Umberto Eco, se ubica históricamente en esta época del papado de Juan XXII quien, a todas luces, no contaba con el beneplácito de los monjes franciscanos.2
Pero, más allá de que la celebración de la Trinidad como festividad litúrgica no llega aún a cumplir sus 700 años, está presente en los leccionarios de uso más frecuente en las iglesias en occidente, tanto católicas como protestantes. ¿Y qué nos querrá decir a nosotras y a nosotros, más allá de todas las controversias y complejidades?
El domingo de Trinidad tal vez no sea otra cosa que la oportunidad de recordar y reafirmar al Dios que era, que es y que será siempre un Dios con su pueblo, un Dios presente, un Dios que gusta ser parte de la gran familia de todo lo creado. Porque en su esencia es un Dios-familia, un Dios-comunidad. Y aunque no sepamos muy bien cómo explicar el misterio de la Trinidad, podemos decir con Ivone Gebara que “Dios es esta realidad siempre mayor, la esperanza siempre más grande que todas nuestras expectativas. Decir Dios es afirmar la posibilidad de caminos abiertos, es apostar a lo imprevisible aun cuando lo que esperábamos ya no tenga condiciones de realizarse.”3 Decir Dios es trascender toda posibilidad de abarcar aquello que desconocemos en el decir conceptual pero que reconocemos en lo íntimo del ser y que encontramos en el caminar cotidiano como pueblo. Con esto decimos que no nos alcanza con decir que Dios es Todopoderoso, Creador, Padre, Hijo, Espíritu, Uno y Trino. Son los conceptos con los que la mayoría de las personas cristianas hemos crecido a lo largo de milenios, pero son todos conceptos construidos desde una teología que necesitaba definiciones y encasillamientos, que necesitaba una divinidad contenida por el dogma, que a su vez condicionaba la libertad del creer. El Dios que se manifiesta en el misterio trinitario es un Dios que abre posibilidades en lugar de cerrarlas. Es una divinidad abierta al encuentro con la familia humana, dócil a ser nombrada con los sobrenombres que desde nuestra experiencia humana queramos darle: artesana creadora, abrazo que salva, brisa suave, comunidad de amor.
Esta Trinidad divina, maravillosamente abierta en su misterio, nos capacita y empodera para asumir la misión de extender el mensaje evangélico que sana, libera, abraza, consuela, fortalece, nos hace discípulos y discípulas y sumerge a las personas en la propuesta del mundo nuevo y de la vida plena. Pero, además, nos asegura su fiel compañía, cada día, siempre, hasta el final de los tiempos.
Dios del misterio
Nos han enseñado a creer en un Dios aprisionado en conceptos y en dogmas, atrapado por una teología incapaz de dejarse enamorar por el misterio y de aventurarse por los rumbos liberadores de aquello que trasciende a la razón. La comunidad de amor trinitario abre una maravillosa ventana para reconocer la divinidad presente en lo sencillo, en lo cotidiano, en medio de todas las experiencias humanas, en las búsquedas y en los descubrires, en los abrazos y en los desencuentros, en las realidades que parten el corazón y en aquellas otras que animan y restauran, en lo presente, en lo pasado y en lo porvenir.
Divinidad todopoderosa en el susurro del viento, en la sonrisa sincera y en la caricia que sana; divinidad creadora de cotidianos amaneceres, y de nuevas oportunidades para quienes hemos tropezado; divinidad salvadora que cruzas las fronteras que dividen y segregan, que marginan y excluyen para reconciliar lo diverso con un toque de gracia; divinidad que consuelas y que animas, presente en la llama siempre encendida del amor; divinidad asombrosa, una y trina, múltiple y sorprendente, cercana y generosa, que no te dejas encarcelar, acompáñanos en la misión a la que nos llamas, danos palabras y acciones que te anuncien en medio de un mundo quebrantado.
Notes:
1. No fue una sola razón la que provocó el cisma, pero entre las cuestiones doctrinales en debate durante siglos estaba la cuestión del Filioque (la inserción latina referida a la procedencia del Espíritu como del Padre y del Hijo), que está ausente en la versión original en griego que fue de uso común hasta que el uso de la versión con el Filioque (introducida por un Concilio regional en Toledo en el año 589) se aceptó oficialmente en el año 1017. 2. El nombre de la rosa, Ed. Lumen, Barcelona, 1982. 3. Ivone Gebara, Intuiciones ecofeministas, Editorial Trotta, Sagasta, 2000, 146-147.
La doctrina de la Trinidad no es una doctrina sencilla. De hecho, ha generado controversia a lo largo de la historia y fue una de las causantes del primer gran cisma de la iglesia, cuando se dividió entre oriente y occidente en el año 1054.1
Tertuliano, obispo de Cartago, fue el primero en utilizar el término latino trinitas para referirse a la unidad en una misma sustancia coexistente en las tres personas del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Pero, la doctrina que hoy sostienen la mayoría de las iglesias cristianas debió recorrer aún un extenso camino para consolidarse. Fue recién el Concilio de Constantinopla, del año 381, el que dejó establecida la doctrina, rectificando algunas de las frases del Credo promulgado en el Concilio de Nicea (325).
En cuanto a festividad litúrgica, se establece de un modo definitivo bajo el papado de Juan XXII, quien la instituye formalmente como fiesta en el año 1334. Como nota de color podemos agregar que la novela El nombre de la rosa, de Umberto Eco, se ubica históricamente en esta época del papado de Juan XXII quien, a todas luces, no contaba con el beneplácito de los monjes franciscanos.2
Pero, más allá de que la celebración de la Trinidad como festividad litúrgica no llega aún a cumplir sus 700 años, está presente en los leccionarios de uso más frecuente en las iglesias en occidente, tanto católicas como protestantes. ¿Y qué nos querrá decir a nosotras y a nosotros, más allá de todas las controversias y complejidades?
El domingo de Trinidad tal vez no sea otra cosa que la oportunidad de recordar y reafirmar al Dios que era, que es y que será siempre un Dios con su pueblo, un Dios presente, un Dios que gusta ser parte de la gran familia de todo lo creado. Porque en su esencia es un Dios-familia, un Dios-comunidad. Y aunque no sepamos muy bien cómo explicar el misterio de la Trinidad, podemos decir con Ivone Gebara que “Dios es esta realidad siempre mayor, la esperanza siempre más grande que todas nuestras expectativas. Decir Dios es afirmar la posibilidad de caminos abiertos, es apostar a lo imprevisible aun cuando lo que esperábamos ya no tenga condiciones de realizarse.”3 Decir Dios es trascender toda posibilidad de abarcar aquello que desconocemos en el decir conceptual pero que reconocemos en lo íntimo del ser y que encontramos en el caminar cotidiano como pueblo. Con esto decimos que no nos alcanza con decir que Dios es Todopoderoso, Creador, Padre, Hijo, Espíritu, Uno y Trino. Son los conceptos con los que la mayoría de las personas cristianas hemos crecido a lo largo de milenios, pero son todos conceptos construidos desde una teología que necesitaba definiciones y encasillamientos, que necesitaba una divinidad contenida por el dogma, que a su vez condicionaba la libertad del creer. El Dios que se manifiesta en el misterio trinitario es un Dios que abre posibilidades en lugar de cerrarlas. Es una divinidad abierta al encuentro con la familia humana, dócil a ser nombrada con los sobrenombres que desde nuestra experiencia humana queramos darle: artesana creadora, abrazo que salva, brisa suave, comunidad de amor.
Esta Trinidad divina, maravillosamente abierta en su misterio, nos capacita y empodera para asumir la misión de extender el mensaje evangélico que sana, libera, abraza, consuela, fortalece, nos hace discípulos y discípulas y sumerge a las personas en la propuesta del mundo nuevo y de la vida plena. Pero, además, nos asegura su fiel compañía, cada día, siempre, hasta el final de los tiempos.
Dios del misterio
Nos han enseñado a creer
en un Dios aprisionado
en conceptos y en dogmas,
atrapado por una teología incapaz
de dejarse enamorar por el misterio
y de aventurarse por los rumbos liberadores
de aquello que trasciende a la razón.
La comunidad de amor trinitario
abre una maravillosa ventana
para reconocer la divinidad
presente en lo sencillo, en lo cotidiano,
en medio de todas las experiencias humanas,
en las búsquedas y en los descubrires,
en los abrazos y en los desencuentros,
en las realidades que parten el corazón
y en aquellas otras que animan y restauran,
en lo presente, en lo pasado y en lo porvenir.
Divinidad todopoderosa
en el susurro del viento,
en la sonrisa sincera
y en la caricia que sana;
divinidad creadora
de cotidianos amaneceres,
y de nuevas oportunidades
para quienes hemos tropezado;
divinidad salvadora
que cruzas las fronteras
que dividen y segregan,
que marginan y excluyen
para reconciliar lo diverso con un toque de gracia;
divinidad que consuelas y que animas,
presente en la llama siempre encendida del amor;
divinidad asombrosa,
una y trina,
múltiple y sorprendente,
cercana y generosa,
que no te dejas encarcelar,
acompáñanos en la misión a la que nos llamas,
danos palabras y acciones que te anuncien
en medio de un mundo quebrantado.
Notes:
1. No fue una sola razón la que provocó el cisma, pero entre las cuestiones doctrinales en debate durante siglos estaba la cuestión del Filioque (la inserción latina referida a la procedencia del Espíritu como del Padre y del Hijo), que está ausente en la versión original en griego que fue de uso común hasta que el uso de la versión con el Filioque (introducida por un Concilio regional en Toledo en el año 589) se aceptó oficialmente en el año 1017.
2. El nombre de la rosa, Ed. Lumen, Barcelona, 1982.
3. Ivone Gebara, Intuiciones ecofeministas, Editorial Trotta, Sagasta, 2000, 146-147.