Lectionary Commentaries for May 21, 2023
Séptimo Domingo de Pascua

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Evangelio

Comentario del San Juan 17:1-11

Maricel Mena López

En el evangelio de hoy tenemos la llamada “oración sacerdotal de Jesús” en la que ora por sí mismo (vv. 1-5), por su comunidad (Jn 17:6-19) y por todos/as los/as creyentes (Jn 17:20-26). Es una oración ambientada en el escenario de la fiesta del Pentecostés en la que rememoramos la llegada del Espíritu Santo a nuestras vidas. La petición principal de esta oración es la unidad entre la comunidad y los/as futuros/as creyentes para que lleguen a ser uno como el Hijo y el Padre (v.11). En este estudio nos centraremos en las dos primeras partes de esta oración.

Oración de Jesús por sí mismo

Los primeros cinco versículos de esta oración están cargados de una densidad teológica propia del cuarto evangelio con temas como: Padre, Hijo, la hora, glorificar, gloria, vida eterna, Dios verdadero, mundo. Son como una síntesis de la revelación progresiva de la historia de la salvación.

La invocación de Dios como Padre en cuanto creador del mundo (Dt 32:6), como aquel que vio la pequeñez de su pueblo, lo sacó de la servidumbre, con quien estableció su alianza (Ex 2:23-25 y 3:7-10) y muy especialmente del Dios “Padre de los pobres,” del huérfano, de la viuda, del extranjero, que están bajo su protección amorosa, nos revela a Jesús como Hijo en relación estrecha con el Padre. El actuar del Hijo no es más que el actuar de Dios.

Contando con la seguridad de esa honra, de esa gloria, Jesús no evade su responsabilidad, sino que la asume con todas sus consecuencias. Porque todo plan, todo trabajo, toda meta, llega su fin, culmina con la ejecución del propósito inicial. Llega el momento, la “hora,” aunque esa hora provoque turbación y angustia (Jn 12:27). La calma tras esa angustia sólo puede venir de la permanencia en el Padre. Los/as discípulos/as y seguidores han aprendido a conocer esa permanencia a través de Jesús. La gloria del Padre está en que sus hijos/as produzcan muchos frutos, siendo auténticos discípulos/as (Jn 15:8).

En esto consiste la vida eterna, en conocer al único Dios verdadero, y al que Dios envió, Jesús, el Cristo (v. 3). Vida eterna significa también volver al seno del Padre, de donde salió el Hijo, en donde se juntan la “glorificación” del Hijo al Padre por haber cumplido la obra encomendada y la “gloria” del Padre de la que era partícipe el Hijo “antes que el mundo existiera” (v. 5).

Los/as discípulos/as conocerán a Jesús en la obediencia del Hijo que hace y dice lo que el Padre le ha mandado, que es dar la vida, hasta el momento en que les haya entregado toda la enseñanza que recibió de su Padre y les haya mostrado, sin secretos, toda la obra del Padre y Jesús pueda así decir: “he acabado la obra que me diste que hiciera” (v. 4).

Oración de Jesús por su comunidad

Los/as discípulos/as fueron llamados/as a compartir la vida con el Hijo, a ver, a escuchar, a aprender del Hijo, a recibir de él todo lo que el Padre quiso comunicarles. Los/as discípulos/as asisten a las enseñanzas del Hijo-Jesús hasta la última hora. Para recibir el “Espíritu de su Hijo” (Jn 16:15; Gal 4:5-7), para aprender a ser hijos/as creyendo en el Hijo, creyendo en su enseñanza. Luego los/as discípulos/as tendrán que dar testimonio de lo que vieron y aprendieron junto a Jesús. El evangelio utiliza muchas veces la palabra “como,” que establece un paralelismo simétrico entre la relación Padre-Jesús y la relación Jesús-discípulos/as.

La asistencia del Espíritu llevó a la comunidad a profundizar en el hecho de que la fraternidad y la unidad en el amor constituía el mejor testimonio del Padre y de Jesús. “Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo” (Jn 17:18 y 20:21). “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros” (Jn 13:35). “Para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17:21). A lo largo de los discursos de despedida (Jn 13-17), se repite un paralelo entre el Padre-Jesús y el Hijo-discípulos/as mediante el uso de la palabra “como”: Jesús es “como” el Padre y los/as discípulos/as serán “como” Jesús.

Ello explica por qué en los/as discípulos/as continúa el drama del rechazo-aceptación, drama del rechazo de la palabra encarnada en la historia, drama en el que el Espíritu dará testimonio y consuelo. La comunidad del cuarto evangelio fue quizás la comunidad cristiana más perseguida del siglo primero, tanto por la sinagoga como por el imperio romano. Fueron expulsados de la sinagoga, acusados de ser enemigos del judaísmo y blasfemos (Jn 7:13; 9:22) e incluso denunciados y acosados hasta la muerte (Jn 16:2). La comunidad experimentó también el odio del mundo pagano grecorromano, sintiéndose como extraños en esta tierra, pero experimentando la paz y la victoria: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn 16:33), hasta que a cada discípulo/a le llegue también su hora de regresar al Padre glorificando a Dios con su muerte (Jn 21:19).

La unidad que desea Jesús para los suyos es obra del amor mutuo, amar como él ha amado (Jn 13:34), dándose a los otros hasta la muerte (15:13). La unidad se da cuando cada uno de los miembros de la comunidad ame de tal manera que su entrega a los demás no tenga límites.

El amor es pues la norma de conducta de todo/a discípulo/as, el darse uno mismo a los demás es un don necesario en la relación interpersonal propuesta por la comunidad juánica. ¿Cómo interpretar la expresión “sean uno”? El imperativo ético dado por esta comunidad es que seamos capaces de transcender la individualidad de cada miembro de la comunidad. Haciéndolo traspasamos nuestras propias fronteras y nos hacemos presentes en los otros.

Y la unidad no significa uniformidad, sino permanecer en el amor. A pesar de las tensiones, de los conflictos, de nuestras maneras diferentes de pensar, debemos participar en el amor de la Trinidad revelada como modelo de nueva humanidad. Esta unidad no debe ser exclusiva de nuestro grupo o comunidad, sino que debe abrirse al mundo de la diversidad y pluralidad.

En tiempos de intolerancia religiosa, de divisiones generadas entre los mismos cristianos, de muerte al otro, a la otra, el evangelio nos invita a revisarnos internamente, a pensar si amamos solo por conveniencia, si amamos solo a quien nos ama, o si, por el contrario, estamos abiertos al mundo, es decir, a la acogida amorosa incluso de quienes nos odian o no comparten mi fe o mi manera de ser y de pensar. Finalmente vale la pena preguntarnos: ¿Qué as­pec­tos de la ora­ción de Je­sús cues­tio­nan nues­tra prác­ti­ca y nuestras ce­le­bra­cio­nes comunitarias?