Lectionary Commentaries for April 6, 2023
Jueves Santo

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Evangelio

Comentario del San Juan 13:1-17, 31b-35

Adolfo Céspedes Maestre

En primer lugar, debemos admitir que los milagros, las hazañas con la naturaleza y la propia muerte y resurrección de Jesús son fundamentales para lo que debe o no hacer la iglesia y lo que representa el cristianismo. Pero este momento de intimidad con sus discípulos y discípulas en la última gran cena es, desde mi perspectiva, muy significativo para entender la encarnación de Dios en Jesús y lo que Jesús espera de su movimiento mesiánico.

La cena cobra importancia porque está cargada de mucho simbolismo por los instrumentos que utiliza Jesús, la forma en que los utiliza y el mensaje que nos deja al utilizarlos. Debemos tener en claro que Juan, el evangelista, y el resto de los relatos sobre la última cena tenían la intención de releer la tradicional cena pascual en la muerte de Jesús y redirigir las interpretaciones teológicas sobre la redención judía en el éxodo a las acciones ahora salvíficas de Jesús afirmadas por el mismo Jesús en los símbolos utilizados de aquella cena. Se trata, además, de una tradición celebrada por diferentes tradiciones cristianas e incluso por otras religiones que se reúnen alrededor de una mesa. Es posible no sea una conmemoración exclusiva del cristianismo, sino que el hecho de beber y comer en comunidad sea un aspecto ecuménico, un signo que une a diversas tradiciones religiosas.

El caso es que la cena de Jesús se dio alrededor del ambiente pascual, pero no en la pascua como tal, pues Jesús murió presumiblemente un día antes de la pascua. Si bien en las iglesias se celebra como parte de la pascua, en realidad fue prepascual. En el tiempo de Jesús, la cena pascual era una celebración familiar, patriótica y obligatoria en la que un corderito era ofrecido para limpiar o inmolar de los males o los pecados a las familias judías, era presidido por un miembro familiar y transmitido como tradición a los jóvenes varones que iban hacia la adultez. Este ritual estaba envuelto en la recitación de algunos salmos y bendiciones para recordar que un día habían sido esclavos y extranjeros, Dios los había hecho libres y los había llevado a la tierra prometida.

Jesús usa pan sin fermentar, como había sucedido en la comida en Egipto antes de que el pueblo partiera hacia su liberación, cuando tuvieron que comer con apuro, sin tiempo para dejar que el pan fermentara primero. No obstante, Jesús no usa yerbas amargas, pues ya no se recordaría el pasado, sino solo el pan y el vino como instrumentos de un nuevo acto de liberación. Hubo otros elementos innovadores en esta reunión como comunidad convocada por Jesús que incluye Juan en su relato sobre la última cena, como el lavado de pies y la conversación sobre la actividad de los discípulos después de que Jesús los dejara,

El lavatorio comparte con la mesa el sentido de la misión de Jesús y propone una nueva manera de construir comunidad que rompe las categorías de poder y pone al servicio como eje central del discipulado. Jesús toma la toalla del servicio y se compromete a servir a la comunidad, deja la idea de señor creada en sus discípulos por observar a los grandes maestros o al imperio mismo con el emperador que estaba para ser servido, y se arrodilla a servir. Jesús nos muestra la necesidad de eliminar los roles de poder en una comunidad y volver la mirada hacia el servicio como obligatoriedad de su discipulado. En efecto, ser parte de su comunidad significa estar dispuesto, en servicio, hacia otros y otras.

Jesús, para Juan, nos modela a un Dios que abandona su soberanía, su poderío y gloria para arrodillarse y tomar y lavar los polvorientos pies de quienes le siguen, comer y reír con ellos, dejar que se le recuesten y le hablen al oído, y demostrar que la esencia pura de su movimiento no reside en el poder sino en el amor. Jesús quiso reafirmar que su movimiento está basado en la generosidad, en la solidaridad, en el amor y entrega mutua hacia quienes componen su comunidad mesiánica. En segunda instancia, es increíble que alguien que comiera y bebiera con él pudiera también estar decidido a venderlo o tuviera tantas dudas acerca de él, que pudiera llegar al punto de negarlo en muchas ocasiones y por diferentes razones. No obstante, el evangelista nos dice que Jesús está enterado de todo esto y, aun así, admite a todos/as en su mesa y su comunidad. Jesús nos enseña a través de estos detalles que su comunidad está basada en la igualdad a pesar de las diferencias, en la libertad de escoger qué hacer y qué creer, y sobre todo en la apertura para todos y todas, estemos o no de acuerdo los unos con los otros. Esta es la mesa de Jesús.

El lavatorio no fue una manera de invertir los roles. No es que ahora seamos nosotros/as los señores de Jesús, sino que fue una destrucción de las aspiraciones de dominio y señorío que ya se habían infiltrado dentro de la comunidad con esos titulillos que hacen que uno se coloque por encima del otro. Las acciones de Jesús fueron una forma de romper las estructuras jerarquizadas en la comunidad. En esta comunidad mesiánica de Jesús, todos/as somos servidores/as, todos somos señores, no hay etiquetas, y nadie tiene más autoridad que el otro. Lamentablemente esto falta hoy día en las iglesias, pues cuando alguien dice, piensa u opina diferente al líder, este le recuerda que es quien tiene la autoridad en la casa del Señor. Es triste que el sentido de comunidad se pierda en nuestros anhelos por ser más que o estar por encima de.

Desde luego, la comunidad de discípulos y discípulas se recrea en el acto de la mesa y del lavado de los pies del otro, en el ejercicio del compartir, en el ambiente de amistad y confianza, en la acción honesta de Jesús al confiarles que sería víctima del sistema, que le perseguirían hasta su muerte, que muchos huirían, lo entregarían y hasta lo negarían. La comunidad de Jesús estuvo basada en la deconstrucción que hizo él mismo sobre el acto redentor del cordero pascual, del pan sin levadura y del vino en una sola copa. Jesús nos dejó en claro que quienes estuvieran dispuestos a retar al sistema político religioso, como él lo hizo, se convertirían en los verdaderos corderos pascuales y sufrirían los latigazos de un sistema injusto, patriarcal y represor. No era lo que él quería. Jesús estaba harto de que los opresores se saciaran en su violencia y que otras personas fueran asesinadas, y dio su propia vida y su cuerpo entero en completo servicio, amor y solidaridad.

El desafío como comunidad horizontal de Jesús es sentarnos alrededor de la mesa y ayudar a que el agua caiga sobre los pies del otro y de la otra con el fin de romper los estereotipos de poder y verticalidad jerárquica de cualquier comunidad. El Dios que se hizo humano vino a vivir los placeres de nuestra propia humanidad: la amistad, la confianza, la alegría y la satisfacción de compartir con quien tiene hambre. Jesús entendió su acto liberador bajo esos principios. La cena y el lavado de pies sirven de modelo para crear comunidad en la iglesia de hoy. La colectividad y la horizontalidad que Jesús propugna se hacen realidad cuando tomamos un buen vino y comemos un buen trozo de pan, mientras también se sirve al otro y a la otra en completo amor.

El reino de Dios es una mesa y una toalla que representan un sistema nuevo basado en la solidaridad hacia todos y todas. Nos reunimos alrededor de una sola mesa, pues hay un solo pan y una sola copa y todos/as comemos y bebemos en conjunto sin importar las diferencias. Nuestro cristianismo, a su vez, debe ser un sistema basado en los actos de servicio hacia unos y otros y en el lavado de los pies polvorientos, cansados y agrietados del hermano y la hermana, pues en esta comunidad nadie es más que otro y nadie está por encima de otro/a.  Esta comunidad es un lugar en el que, al meter la mano con el otro y al pasar el pan, no se toma más pan que el otro ni se come más que el otro, sino que, por el contrario, los/as participantes se aseguran de que todos/as puedan comer. De la misma manera, sólo se bebe lo necesario para que todos/as disfruten alegremente junto a sus hermanos y hermanas y nadie pierda la cordura y termine creyéndose privilegiado en la mesa de Jesús.

Algo me dice que Jesús con esta mesa está derrumbando nuestros estereotipos de cómo hacer comunidad, nos está enseñando el camino para vivir la santa cena o la eucaristía como un pacto de amistad y comunión de unos con otros. La mesa de Jesús es una mesa de aceptación y de participación de todos y todas, de servicio y generosidad, de solidaridad y, sobre todo, de abnegación, es decir, de abandono del egoísmo estructural tan propio de este mundo. Conmemoremos su vida con un buen vino, con mucho pan y una toalla servicial en nuestras comunidades para compartir, e invitemos a todos y todas sin distinciones, y sin exclusiones ni discriminaciones, para que el propósito de la cena vaya más allá del acto litúrgico, se convierta en vida, solidaridad y aceptación a otros y otras, y sobre todo amor, que es el nuevo y más importante mandamiento ordenado por Jesús.